Escrito el día 10 de septiembre de 2011 a la(s) 19:40
Cada día estoy más convencido de que me hubiese
gustado más haber vivido en el siglo pasado… Desde siempre, y en cualquier
época, las personas humildes o pobres como queramos llamarlos, pasaron estrecheces y dificultades para
sobrevivir.
No hace falta que nos remontemos al principio de la
historia: en mi caso particular me tocó vivir los coletazos del final del siglo
XX y voy a hablar de lo que viví en mi infancia:
Pertenezco a una familia humilde o pobre como
prefieran llamarlo: nací en el seno de una familia obrera en la década de los 60' y soy el segundo de cuatro hermanos, tres
chicas y un varón, y, a pesar de que nos
criamos en un Barrio Obrero donde las calles ni siquiera estaban asfaltadas,
donde creo recordar que había como 4 o 5 coches, algunas motos y muchas
bicicletas. Por aquel entonces este constaba de unas 500 viviendas, la
población era abundante, ya que las familias más pequeñas eran de 4 miembros.
Desde pequeños aprendimos que era bueno compartir con todos lo poco que
tuviésemos, pues, la convivencia de nuestros progenitores con los demás vecinos
era como si se tratase de la propia familia y cuando uno tenía que hacer obra
en su casa todos colaborábamos y, cuando tus padres tenían que ir a algún
sitio, cualquier vecino te daba de comer y lo que necesitases. Las puertas de
las viviendas estaban siempre abiertas y si tenías que subir a casa a por algo,
cualquier vecino te dejaba pasar a la suya antes de que subieras hasta el 4º
piso. Podría seguir enumerando durante horas y horas, pero creo que con esto
será suficiente para hacerse una idea.
También desde niños nos inculcaron que teníamos que
ayudar a cualquier persona que lo necesitase y en caso de que el/la socorrido/a
quisiera agradecerlo, nunca aceptásemos dinero, pero si nos ofrecían una pieza
de fruta o algún caramelo entonces sí y agradeciendo siempre el cumplido. Así
es que todos los chavales en cuanto veíamos a una persona mayor cargada
salíamos corriendo, no por el premio, sino por ayudarla: ya que otro día podía
ser tu madre quién necesitase de ser socorrida.
El trato con las personas era más humano, más directo
posiblemente debido entre otras cosas a que la mayoría de los hogares carecían
teléfono y de tantas cosas que hoy se consideran básicas que cualquiera te
echaba una mano y a las personas mayores les ayudábamos con cualquier
dificultad que tuviesen.
Hoy, los tiempos han cambiado en muchos sitios, pero
en La Data, el lugar donde nací, me crié y viví hasta los 29 años aún se
conservan esos valores y principios que generación tras generación se han
venido inculcando a los descendientes desde tiempos inmemoriales.
Mi madre que aun vive allí, cuando hablamos por
teléfono: «Hijo la gente del barrio me quiere mucho, en cuanto me ven que estoy
en la tienda comprando enseguida me dicen: «Sra. Carmen, traiga las bolsas que
se las llevo hasta casa». Saber que los vecinos se preocupan de mi madre (que
vive a 500 Km .
de distancia de dónde resido desde hace 19 años) es algo que me satisface
plenamente. Allí, tanto los jóvenes como las personas adultas siguen cumpliendo
aquello que en su día aprendieron.
Bien, como he dicho anteriormente: los tiempos han
cambiado, pero en mi caso particular, sigo haciendo con mucho cariño aquello
que aprendí de niño y me siento muy querido por los que viven en el barrio
donde resido, es más, me siento tan a gusto y feliz aquí, que me siento como si
hubiese nacido aquí.
La verdad es que en ese aspecto no me puedo quejar,
por donde quiera que he pasado he tenido la suerte de hacer buenos amigos y
para mi eso es el mejor de los premios que un hombre puede recibir de esta
vida: que para unos no es más que una mierda y, en cambio, para mi, Maravillosa.
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