Escrito el día 6 de mayo de 2011 a la (s) 20:30
Hace unos días, me encontraba tan cansado que decidí
tomarme algo que hace tiempo me dijeron que era milagroso. Se trataba de un
brebaje que no recuerdo la composición, este era de un sabor bastante agradable
y, además, era capaz de eliminar el cansancio acumulado, según me habían
informado unos amigos…
Al día siguiente:
Como todos los días…, me fui al trabajo y al llegar
junto a mis compañeros: «Buenos días» —les dije como siempre—. Ellos ni
siquiera me saludaron, volví a insistir, y cuál no sería mi sorpresa al
comprobar que no me contestaron. Entonces decidí seguir con mi tarea, y me hice
a la idea de que ese día quizás no tenían ganas de hablar. «¡Joder, que día más raro que tienen hoy!», pensé.
En fin, lo volví a asumir sin más. Y, por la tarde,
cuando salí del trabajo me dirigí al centro donde estaba cursando lo de la (E.S.P.A.)
Educación Secundaria Para Adultos.
Normalmente, cuando entro en clase no saludo para
evitar que se corte el ritmo de la clase. Pero ese día rompí la rutina y cuál no
sería mi sorpresa al comprobar que nadie me respondió. Entonces mi cabeza, como
no podía ser de otra manera, comenzó a hacerse preguntas: «¿Me habré hecho
invisible?, ¿se habrán puesto todos de
acuerdo, para no saludarme?, ¿estaré muerto?».
EL caso es que seguí así durante algún tiempo y al
regresar a casa, la primera persona con la que me encontré fue mi esposa:
—¿Qué te
pasa ahora?
Me quedé mirándola…
—¿Qué
modales son esos? —me dijo ella—, al menos, cuando uno se levanta de la cama, lo normal es dar un beso
y los buenos días a la persona con quién
compartes tu vida.
Yo seguía extrañado y no entendía nada.
Entonces ella me dijo:
—¿Qué tal el
brebaje que te bebiste?, aparte de dormirte,
¿te ha sentado mal?
Fue entonces cuando comprendí, que todo había sido un
mal sueño.
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