miércoles, 25 de noviembre de 2015

Tengo la sensación de que antes era mejor y cada día estoy más convencido de que me hubiese gustado más haber completado mi ciclo vital en el siglo pasado...

Escrito el día 10 de septiembre de 2011 a la(s) 19:40
Desde siempre, y en cualquier época, las personas humildes o pobres como queramos llamarlos, pasaron estrecheces y dificultades para sobrevivir. No hace falta que nos remontemos al principio de la historia, sino a una etapa más reciente, ya que me tocó vivir los coletazos del final del siglo XX y lo voy a contar todo lo resumido que me sea posible.
Desde siempre he pertenecido y pertenezco a un estatus social humilde o pobre, como prefieran llamarlo, por el hecho de haber nacido en el seno de una familia obrera en la década de los 60' y haber trabajado en la construcción de manera vocacional desde 1981 hasta la actualidad y que tal como pinta el panorama, no sé si podré seguir ganándome las habichuelas en ese lindo oficio que me fascinó desde mi más tierna infancia, a pesar de que nadie de mi familia era albañil ni constructor; pero no es de eso de lo que quiero dejar constancia en este escrito, sino de algo bien distinto y que estoy convencido que sin necesidad de mencionarlo sabréis dilucidar por vosotros mismos.
Soy el segundo de cuatro hermanos, tres chicas y un varón, y, a pesar de que nos criamos en un Barrio Obrero donde las calles ni siquiera estaban asfaltadas, un lugar donde, por aquel entonces, había cuatro o cinco automóviles, varios ciclomotores y muchas bicicletas. Por aquella época, el barrio de La Data constaba de unas 500 viviendas y la población era abundante, ya que las familias más pequeñas constaban de cuatro o cinco miembros. Desde pequeños aprendimos que era bueno compartir con todos lo poco que tuviésemos, pues, la convivencia de nuestros progenitores con los demás vecinos era como si se tratase de la propia familia y, por poner unos ejemplos, cuando una familia necesitaba hacer algún tipo de obra en casa, los demás colaborábamos y, cuando tus padres tenían que ir a algún sitio, cualquier vecino te daba de comer y lo que necesitases. Las puertas de las viviendas estaban siempre abiertas y si tenías que subir a casa a por algo, cualquiera te dejaba pasar a la suya antes de que subieras hasta el 4º piso. Podría seguir enumerando durante horas y horas, pero creo que con esto será suficiente para hacerse una idea.
También desde niños nos inculcaron que teníamos que ayudar a cualquier persona que lo necesitase y en caso de que el/la socorrido/a quisiera agradecerlo, nunca aceptásemos dinero, pero si nos ofrecían una pieza de fruta o algún caramelo entonces sí y agradeciendo siempre el cumplido. Así es que todos los chavales en cuanto veíamos a una persona mayor cargada salíamos corriendo, no por el premio, sino por ayudarla: ya que otro día podía ser tu madre quién necesitase de ser socorrida. El trato con las personas era más humano, más directo posiblemente debido entre otras cosas a que la mayoría de los hogares carecían teléfono y de tantas cosas que hoy se consideran básicas que cualquiera te echaba una mano y a las personas mayores les ayudábamos con cualquier dificultad que tuviesen. Hoy, los tiempos han cambiado en muchos sitios, pero en La Data, el lugar donde nací, me crié y viví hasta los 29 años aún se conservan esos valores y principios que generación tras generación se han venido inculcando a los descendientes desde tiempos inmemoriales.
Mi madre, que aún vive allí, cuando hablamos por teléfono: «Hijo la gente del barrio me quiere mucho, en cuanto me ven que estoy en la tienda comprando enseguida me dicen: «Sra. Carmen, traiga las bolsas que se las llevo hasta casa». El hecho de saber que los vecinos se preocupan de ella es algo que me satisface plenamente. Allí, tanto los jóvenes como las personas adultas siguen cumpliendo aquello que en su día aprendieron.
Bien, como he dicho anteriormente; los tiempos han cambiado, pero yo sigo haciendo con mucho cariño aquello que aprendí de niño y me siento muy querido por los que viven en el barrio donde resido. Es más, me siento tan a gusto y feliz, que me siento como si hubiese nacido aquí, y la verdad es que en ese aspecto no me puedo quejar, ya que he tenido la suerte de hacer buenos amigos por donde quiera que he pasado y para mí eso es uno de los mejores premios que un hombre puede recibir de esta vida: la misma que para unos no es más que una mierda y, en cambio, para mí, la veo, vivo, pienso y siento como algo Maravilloso.



2 comentarios:

  1. Buen relato. Hay zonas dónde si eres muy amable te transformas en sospechoso.

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    1. Sí, es cierto; pero el que obra bien a nada ha de temer.

      Gracias por la atención y el interés mostrado.

      Saludos.

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