Escrito en septiembre de 2014
Hoy, al ir a buscar el pan, acompañado
por mi cariñosa y fiel podenca, algo me ha llamado la atención al disponerme a
cruzar por el paso de cebra que está frente a la puerta de la transitada
panadería. Un hombre cuyo aspecto me producido sentimientos encontrados.
El susodicho vestía un gabán de paño que
le cubría justo un cuarta larga por debajo de las rodillas, de un gris tan
oscuro y manido que parecía negro. Los desnudos pies, además de la gruesa capa
de roña, perceptible a simple vista, estaban embutidos en unos agrietados y
retorcidos zapatos. Su grisácea y desaliñada cabellera, así como su mal
afeitada barba eran acordes a su indumentaria. Pero no creáis que a sido eso es
lo que me ha llamado la atención, sino lo que contaré después de explicar la
primera impresión, tras salir de la panadería. «Pobre hombre, otro que está
dejado de la mano de esta injusta sociedad», he pensado a la vez que entraba en
el establecimiento.
—Hola, buenos días —he dicho para saludar a Beatriz, la panadera.
—Hola... ¿crees que lloverá hoy?
—La verdad es que es algo que, como la política, no me preocupa lo más
mínimo. Total, al final, ambos harán lo que les venga en gana... ¡hasta mañana!
—he dicho un par de segundos antes salir
—Adiós —ha respondido, sin más, ella.
Al retornar a la calle, el individuo mencionado en el segundo párrafo,
se había posicionado de tal manera que, sin quererlo, he observado como
este se pasaba de una mano a otra un
fajo de billetes de cincuenta euros tan ajados si te descuidas como su prenda
de abrigo, y cuyo volumen me hizo pensar que la cantidad podría andar entre novecientos o mil euros. «Pobre hombre, como
se descuide un poco aparecerá algún pájaro y lo quedará desplumado en menos que
canta un gallo», he pensado, creyendo que podría tratarse de algún enajenado y
he estado a punto de dirigirme a él con la intención de advertirle de los
peligros que podría conllevar su actitud; pero, al final, he optado por guardar silencio y durante el
camino «A ver si va a ser más listo de lo que creo y en vez de ser un indigente
con las facultades mentales mermadas: no es más que el señuelo para llevar a
cabo algún tipo de timo», he pensado antes de sentarme frente al ordenador para
dejar constancia de lo que he presenciado. Puede que tal vez las conclusiones a
las que he llegado se deban a la imaginación que poseo; pero, ¡vete tú a saber!,
que puede haber detrás de una persona de esas características, en una ciudad
pequeña donde un ser así no pasaría inadvertido ante los ojos de cualquier
viandante que no sea invidente.
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