Basado en hechos reales.
Escrito el 4 de mayo de
2013
Cuentan que un día, en un
lugar cuyo nombre prefiero abstenerme de pronunciar, allá por el mes de mayo de
2012, acaecieron unas desavenencias entre un maño y un extremeño afincado en
Castilla y León.
Allá por el mes de marzo o así, Observador, el extremeño, recibió un e-mail, de alguien que, con buenas formas y palabras le invitaba a que conociese una ciudad recientemente creada en un país virtual, dónde el único requisito era empadronarse como ciudadano del lugar para poder participar y disfrutar de cualquier evento que allí se celebrase. Observador, tras unos minutos de dudas, decidió darse una vuelta por dicho lugar «¿ Y, por qué no? Total, si no me gusta con darme de baja será suficiente» —pensó—, y, a continuación, siguiendo todos los pasos pudo adentrarse e inscribirse en dicho espacio. Una vez registrado decidió animarse y dar vida, de manera desinteresada, al poco frecuentado, por aquel entonces, lugar e incluso se atrevió a participar en uno de los eventos organizados —para él, esto era algo novedoso pues nunca se había presentado a ningún certamen literario, entre otras cosas, porque nunca se le había ocurrido. El lugar ofrecía la posibilidad de hacerse notar con varias posibilidades, lo que de algún modo le motivó para hacer un comentario delante de un grupo creado por la propia institución con el fin de facilitar la adaptación de los nuevos pobladores, la mayoría venían de la otra ciudad creada y dirigida por el mismo grupo de personas, anteriormente.
Allá por el mes de marzo o así, Observador, el extremeño, recibió un e-mail, de alguien que, con buenas formas y palabras le invitaba a que conociese una ciudad recientemente creada en un país virtual, dónde el único requisito era empadronarse como ciudadano del lugar para poder participar y disfrutar de cualquier evento que allí se celebrase. Observador, tras unos minutos de dudas, decidió darse una vuelta por dicho lugar «¿ Y, por qué no? Total, si no me gusta con darme de baja será suficiente» —pensó—, y, a continuación, siguiendo todos los pasos pudo adentrarse e inscribirse en dicho espacio. Una vez registrado decidió animarse y dar vida, de manera desinteresada, al poco frecuentado, por aquel entonces, lugar e incluso se atrevió a participar en uno de los eventos organizados —para él, esto era algo novedoso pues nunca se había presentado a ningún certamen literario, entre otras cosas, porque nunca se le había ocurrido. El lugar ofrecía la posibilidad de hacerse notar con varias posibilidades, lo que de algún modo le motivó para hacer un comentario delante de un grupo creado por la propia institución con el fin de facilitar la adaptación de los nuevos pobladores, la mayoría venían de la otra ciudad creada y dirigida por el mismo grupo de personas, anteriormente.
En uno
de sus primeros parlamentos se dio cuenta de que alguien, doña Hipocresía,
trataba de integrase en el grupo y conversar, así sin más, motivo por el que, este,
de manera poco apropiada le dio a entender que no quería nada con ella: ni
siquiera conversar; aunque eso sí, en ningún momento trató de desacreditar a
quien conocía, que no amigos, de tiempo atrás, en la otra ciudad.
Para incentivar a los ciudadanos a que
participasen en el certamen, los dirigentes obsequiarían con algunos regalos a
quienes optaran por apuntarse en las diversas iniciativas que ofrecían como
entretenimiento a todo aquel que estuviese interesado en concurrir. Observador,
siempre de manera desinteresada, trató de aportar aquellas cosas que para él
podrían servir de entretenimiento a todo aquel que sintiese necesidad de saber
que expresaba aquella persona que para algunos era un desconocido. En uno de
esos eventos, hasta última hora solo él había participado, cuyo resultado final
no le convenció mucho, sin embargo, prefirió mantenerse en silencio, pues, al
fin y al cabo, se trataba solo de un juego, como bien le informó alguien, con
el fin del preservar el buen funcionamiento del lugar.
Días después, Observador, vio su paz
interrumpida; pero en este caso, sería el comportamiento de don Hipócrito, el
maño, quien le llamó la atención… al observar que alguien que participaba en el
lugar asiduamente, con bromas por un lado y seriedad y cordura por otro, no
hubiese presentado ninguna aportación al concurso con cualquiera de ellas, aunque
a vista de todos actuase y pareciese que se trataba de dos personas distintas.
Bueno, fuera como fuere, el caso es que los días y el concurso caminaban como
viento en vela. Observador, como bien claro había manifestado en el lugar, era
una persona que de la vista se le escapaban muy pocas cosas y que este las
cogía al vuelo. Haciendo honor a su atrevimiento, una vez más la provocación y
la polémica le incitaron: «Peón negro mueve ficha y avanza en silencio…» —dejó
manifiesto en uno de sus parlamentos—, y al observar el efecto que estas
palabras causaron en, don Hipócrito, surgió en él una duda «¿A ver si en vez de
dos son tres las personalidades de este individuo?». Observador fue atando
cabos y, sin dar crédito de hasta dónde podía llegar la hipocresía de algunas
personas, optó por no perder el tiempo en cosas que no le merecían la pena;
tratando de encontrar respuesta «Si tanto le incomoda mi presencia, no entiendo
el porqué me invitó».
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