sábado, 28 de noviembre de 2015

Cosas que acontecen en mi ciudad... 8

Escrito en mayo de 2011
Mis derechos han sido vulnerados una vez más y me siento indignado.
Ayer, me dirigí a una de las Notarías que hay en Miranda de Ebro, ciudad donde resido desde hace 17 años, con la intención de informarme sobre el costo de tramitación de inscribir en el registro un Testamento Vital  o Instrucciones Previas y Voluntades Anticipadas, como mejor entiendan. Llegué a la oficina, a eso de las doce y media, me recibió un señor, el cual que me atendió correctamente en todo momento e incluso hablamos hasta de un posible testamento abierto donde dejar las últimas voluntades referente a mis pertenencias e incluso acordamos el precio del Vital y que acudiese al día siguiente sin necesidad de solicitar cita previa, que una compañera me atendería sin ningún problema y me apuntó en un folio la documentación que tenía que presentar para poder redactar dicho testamento.
A primera hora de hoy, he acudido a la Notaría y me he dirigido hacia el mostrador de información:
   —Hola, buenos días. Estuve aquí ayer y el señor que me atendió me dijo que me pasara hoy por aquí…
   —Buenos días, ¿cómo se llama usted?
   —Francisco Izquierdo.
   —No consta su nombre en el apartado de citas previas —respondió después de teclear y revisar la pantalla del ordenador.
Le expliqué lo que habíamos acordado el día anterior su compañero y yo. Ella se levantó y caminó hacia un despacho contiguo, al cabo de un par de minutos regresó junto a mí.
   —Sí, tiene usted razón, pero la persona que le tiene que atender está ocupada, ¿podría volver dentro de media hora o así?
   —Sí claro, ¡cómo no! —le dije y decidí salir a tomarme un café, justo enfrente del edificio y regresé exactamente veinte minutos después convencido de que sería atendido sin ningún problema; pero nada más allá de la realidad, al cabo de otra media hora me acerqué de nuevo a la chica que estaba para informar y le hice un gesto con la cabeza en señal de pregunta. Ella me miró y se encogió de hombros al tiempo que se levantaba y conducía sus pasos al susodicho despacho.
   —Ahora enseguida le atienden —me dijo antes de retornar a su puesto.
Asentí con la cabeza y esbocé una sonrisa tan imperceptible como efímera y quedé a la espera de nuevo. Al cabo de diez minutos, una tipa mal encarada, no por fealdad, sino por tener cara de pocos amigos, barrió la sala con la mirada y al percatarse de que no la quitaba el ojo de encima.
   —¿Es usted Francisco Izquierdo? —preguntó con un tono tan despectivo como aquel que tiene frente a sí a alguien que le debe una ingente cantidad de dinero y sabe perfectamente que no se lo va a pagar.
   —Sí —dije a la par que me ponía en pie.
   —Puede pasar —me indicó secamente.
   Una vez en el despacho, le informé de todo cuanto habíamos acordado el día anterior su compañero y yo.
   —Ya, le entiendo, pero es que hoy no le van a poder atender, solo hay un notario y está esperando a unos clientes así es que tendrá que esperarse hasta el lunes o el martes que viene, ya que mañana no abrimos.
   —Bien, sin ningún problema; pero, si no le importa, le abono sus honorarios y me hace usted un escrito en el que conste que el testamento Vital se está tramitando, porque nunca se sabe lo que le puede ocurrir a uno —le dije tratando de convencerla, pero no hubo forma; se levantó y se introdujo en otro despacho y, al cabo de unos minutos, salió acompañada de la señora notaria: quien  no con muy buenos modales y sí muchas prisas, por el hecho de que en aquel momento habían aparecido por allí un par de empresarios de Miranda y dedicados a la construcción.
   —Quiero que sepa usted que, además de ser consciente, entiendo y admito que pueda haber personas que solo les muevan los intereses económicos; pero, que por muy importantes que estos puedan ser, para mí lo es mucho más el hecho de, llegado el día, poder gozar de una muerte digna. ¿Tanto le cuesta a usted firmar un papel donde se reconozca que se está tramitando ese documento? Ella, se ha negado rotundamente y creo, a mí entender, que no afirmo, que posiblemente para ella eran más beneficiosos los documentos de los señores importantes. No hemos discutido, porque soy una persona pobre, pero con educación y respeto.
   —Espero que al menos entienda que para mí, lo más importante es mi vida y forma de morir. Adiós, que tengan ustedes un día productivo —dije antes de girarme y dirigir mis pasos hacia la salida.
Nada más poner el pie en la Calle de La Estación, decidí acudir a otra de las Notarías que hay en la ciudad y, para mi sorpresa, hago saber que no solo me han atendido correctamente, sino que, además de sentir la cercanía y la calidez de las personas que allí trabajan, me dejaron las cosas casi concluidas, pues no solo era cuestión de ellos y me he venido feliz y satisfecho  por todo  y con  más de la mitad  de mi dinero en el bolsillo . Brindo por las personas que piensan que no todo en la vida es dinero. Desde aquí agradecerles y hacerles saber que gracias a personas como ellas, son las que me hacen ver que la vida vale la pena y que aun con sus circunstancias negativas. La veo, la vivo, la pienso, la siento y la describo: Como algo Maravilloso.
Y, «aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid», gritarle al mundo entero desde mi ventana que: ¡Ya está bien! Que esos gobiernos y países que se niegan a darnos el derecho de morir dignamente, argumentando que es por moralidad y tantas estupideces como dicen e inventan. ¿Quién mejor que uno mismo para decidir qué hacer con su propia vida o de qué manera terminarla?
Pido desde aquí: que la Eutanasia sea un derecho real para esas personas que tenemos tantas obligaciones que incluso en el caso de no estar de acuerdo nos obligan a cumplir. ¡Eutanasia libre y gratuita!, y dejad a un lado los verdaderos intereses ocultos: negociar incluso con algo tan desagradable como es la muerte. Creo que es un derecho que nos pertenece, y, aquel que no quiera que se cumpla, pues, que se gaste los dineros en tramitar el testamento de: Quiero vivir, sufriendo y agonizando y que si la enfermedad no es lo suficientemente dura y cruel. Llegado el caso, autorizo a que me causen incluso más dolor, con todo aquello que éstos que defienden mis intereses piensen y me aseguren una larga y destructiva agonía.
«Señores» políticos, ¡déjense de estupideces y déjennos  al menos morir dignamente, ya que durante toda nuestra existencia  no les hemos reportado más que beneficios a los poderosos: ¡Abajo la ostentación del poder! ¡Basta ya, de tantas falacias «señores» que dirigen el Mundo!, ¡basta de tanta Demagogia!, y dad al pueblo gratis lo que a este le pertenece por Ley y Naturaleza.






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