Escrito en 2013
Cuando escribo, procuro siempre que mis palabras vayan
más allá de lo que a simple vista está: mis textos no están escritos ni
pensados para ser leídos de manera vertiginosa, sino de manera sosegada, ya que
así es como únicamente se pueden percibir la infinidad de matices que conlleva
el hecho de captar y reflexionar tras su lectura. ¿De qué serviría el leer o el
vivir de manera frenética si no somos conscientes de nada más?...
Aquí os dejo algo que no debería dejaros
indiferentes. Estos dos textos, en el fondo, dicen lo mismo.
—1º —La
verdad es que a veces no entiendo a esas personas que necesitan expresar sus sensaciones recurriendo a
palabras que posiblemente ni siquiera utilicen
en su expresión diaria y creo que
el único propósito es impresionar
a quien sigue sus escritos y que en muchas ocasiones hay lectores que
desconocemos el significado real de la expresión.
—2º —Con
certeza, hay momentos que no concibo a ésas entes que demandan enunciar sus
conmociones, apelando a léxicos que eventualmente ni siquiera aplican en su
término habitual y conceptúo que el único empeño consiste en sobresaltar a
quien acompaña sus mecanografiados y que en considerables momentos hay leedores
que ignoramos el sentido auténtico de la dicción.
Por mi parte, entiendo que un texto no es mejor por
el hecho que en él consten muchos adornos al igual que no concibo que un regalo
sea mejor por el envoltorio que este presente. Lo que considero fundamental: es
que el lector capte lo que realmente quiero expresar sin necesidad de tanta
floritura. Considero que hay que facilitar el entendimiento a los lectores
mediante la utilización de palabras sencillas y un diálogo más acorde a la
realidad con la que se habla en la calle.
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