Escrito el 15 de noviembre de 2015
Como cada domingo, campo a través, bregaban
desesperadamente, en sentido contrario, desde sus respectivas dehesas,
comenzando en Navalonguillas de arriba, la hija de los guardeses, Ambrosia, la desdentada
y contrahecha, y, a partir de Navalonguisllas de abajo, el primogénito del
mayoral, Macario, el jorovino, tuerto y tullido, todo lo rápido que sus tarados
cuerpos les permitían y, en cuanto alcanzaban la cima del altozano que hacía de
frontera entre ambas fincas, el brillo de sus ojos superaba el de los rayos del
astro rey, el ritmo de sus latidos alcanzaba niveles tan elevados como el de
los colibríes… Para él no suponía más que la posibilidad de echar un par de
caliqueños; para ella, cada vez que se encontraban: su afligido mundo dejaba de
girar y, al aferrarse a palo seco a los labios de él, comenzaba a flotar, como
si el suelo se hubiera fraccionado bajo sus contraídos pies a fin de que si
nada más importara, a pesar de ser consciente de lo poco o nada que significaba
para el «fastuoso» galán…
Intenso y apasionado. Lo bueno y breve, dos veces bueno.
ResponderEliminarA veces la mente no da para más y ocurren estas cosas.
EliminarGracias por la atención y el interés demostrado.
Saludos.
El amor no correspondido que se contenta con tan poco, aún a sabiendas de la miseria que acepta en respuesta a su entrega.
ResponderEliminarImagino que, a quienes, por desgracia, les toca «en suerte» vivirlo así, darán por hecho que siempre sera mejor eso que nada.
EliminarGracias por la atención y el interés mostrado.
Saludos.