El martes, amaneció despejado y resplandeciente. Padre e
hijo se encontraban bajo los soportales disfrutando de la conversación con un
conocido y de la templanza proporcionada por los rayos del sol de aquella
mañana del mes de febrero. Antonio condujo sus pasos hacia el escaparate de la
tienda de souvenirs, algo le había
llamado la atención sobremanera. «¡Vaya, esto me viene que ni al pelo!», pensó
mientras accedía al local:
—Buenos días —dijo
estando dentro.
—Hola, buenos días
—respondió con voz suave la joven que estaba tras el mostrador—. ¿Puedo
ayudarle en algo?
Antonio asintió y
sonrió simultáneamente.
—Sí. He visto algo ahí afuera que m'ha gustáo y
quisiera llevármelo, si es posible.
La chica le
acompaño hasta la calle y él señaló con el dedo índice lo que le interesaba.
—Sí, puedes
llevártelo. Es muy original y tiene
buena aceptación entre el público. La
semana pasada se vendieron muchos —explicó la rubia y simpática dependienta.
—Me lo envuelva pa
un regalo, por favó.
Tras abonar el
importe, salió portando una vistosa bolsa de papel.
El rostro de José
demudó de alegre a sorprendido en lo que tarda un parpadeo.
—¡Ea!..., ¿es que
es el cumpreaños de anguno de la familia y
me s'ha pasao, hijo?
—No, papa. Esto es
pa otra cosa —respondió sin más.
La mañana continuó
avanzando.
Padre e hijo dieron
un par de vueltas más por el mercado, se tomaron unas cañas y, a eso de las
dos, emprendieron el camino hacia la Data, para comer con Azucena.
Por la tarde, como
venía siendo habitual, fueron a jugar a las cartas y, después de cenar, tras
despedirse de su padre y hermana, se encarriló directamente hacía el club.
Tras apartar los
oscuros y pesados cortinajes, se adentró en el local:
—¡Vaya, sí que
pareces formal! —manifestó Teresa, al tiempo que le dedicaba una explícita
mirada.
—Perdón, ¿cómo
dices?
La sonrisa que este
exhibió le hizo pensar a Teresa que, además de atractivo, parecía interesante.
—Qué eres un hombre
de palabra.
—¿Y eso a qué
viene?
—Viene, a que ayer,
al marcharte, dijiste «hasta mañana», y ¡aquí estás!
—M'apetecía tomá
una copa y, ¿a ónde mejó que aquí?
—¡Ah!, eso está muy
bien y, además, es señal de que te ha gustado el ambiente que aquí se respira.
—Bueno, eso y, por
qué no decirlo, pa verte a ti.
Teresa sonrió.
—Pues gracias por
lo que me corresponde, ¿te apetece un JB?
—Sí, claro, pero,
tamién, me gustaría cáceptases esto —dijo al tiempo que la ofrecía el obsequio.
Los ojos de Teresa
adquirieron un brillo especial.
—Cómo no ¡Faltaría
más! —profirió visiblemente emocionada.
Después de
agradecerle con reiteración y darle un par de besos en las mejillas por aquel
inesperado regalo, Teresa guió sus pasos hasta la caja registradora y depositó
en un receptáculo luminiscente una coqueta rosa de tela roja, en la que colgaba
una diminuta etiqueta:
«Con todo mi cariño
para ti», escrito a mano por Antonio.
—Manoli, encárgate
de la barra —dispuso Teresa, antes de servirse un Gin tonic y pedirle a Antonio
que la acompañase hasta una de las mesitas que estaban predispuestas para que
los clientes obtuviesen un poco más de tranquilidad e intimidad.
—Bueno, ¿y qué te
cuentas? —expresó Teresa, tratando de romper el silencio, al tiempo que se ponía
cómoda recostándose sobre el acogedor sofá.
—Pos, la verdá es
cáhora mismo m'he quedáo sin palabras. ¿Qué quieres que te cuente?
—No sé…, digamos
que me apetece saber de ti. Así es que tú mismo… Te diré que no tengo prisa y que puedes
comenzar por dónde te apetezca.
Antonio retrocedió
en el tiempo hasta su más tierna infancia, Teresa le escuchaba embelesada y
entre aventuras y risas llegó la hora de cerrar sin que estos fueran
conscientes del transcurso del tiempo. Pepe llevaba más de media hora en el
local, e incluso había hecho caja y pagado a las chicas. Al encender este las
luces de cierre y apertura, Teresa y Antonio regresaron a la realidad,
sintiéndose como unos chiquillos que han sido descubiertos haciendo algo que
les estuviese prohibido.
—¡Vamos! qué ya va
siendo hora de salir del país de la maravillas —exclamó con tono despectivo
Pepe.
Teresa se volvió
hacia él enarcando la ceja izquierda.
—¿Algún problema?
—consultó torciendo el aterciopelado rostro.
—No, de momento
ninguno.
—Pues, tengamos la
fiesta en paz —respondió, bajando un tono la voz, tratando de controlar la
situación
—Disculpe usté, don
Pepe: la culpa es mía.
—Tranquilo chaval.
Puedes dirigirte a mí solo por mi nombre. De todas formas mi enojo no tiene
nada que ver contigo. Solo trato de evitar tener problemas con las autoridades
y, para ello, he de cumplir con el horario de cierre.
Antonio aprovechó
el momento para evadirse.
—Bueno, pos siendo
asín no les entretengo más. ¡Qué tengan buenas noches!
—Adiós Antonio —articuló
Teresa desde el interior del cuarto que utilizaba para cambiarse de ropa.
—Hasta mañana
Susana —gritó, a la par que apartaba los cortinajes para salir.
El miércoles, dando
por hecho que este se presentaría en el club, ya que recordaba que al despedirse
dijo «hasta mañana», Teresa esperaba la visita del apuesto joven; pero, este no
dio señales de vida.
«¿Habrá cogido
miedo a ̔don Pepe̕ ?», pensó, con reiteración durante el resto de la semana, sintiéndose decepcionada.
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