viernes, 29 de julio de 2016

Capítulo III Episodio 5, Vidas Truncadas


El martes, amaneció despejado y resplandeciente. Padre e hijo se encontraban bajo los soportales disfrutando de la conversación con un conocido y de la templanza proporcionada por los rayos del sol de aquella mañana del mes de febrero. Antonio condujo sus pasos hacia el escaparate de la tienda de souvenirs, algo le había llamado la atención sobremanera. «¡Vaya, esto me viene que ni al pelo!», pensó mientras accedía al local:
   —Buenos días —dijo estando dentro.
   —Hola, buenos días —respondió con voz suave la joven que estaba tras el mostrador—. ¿Puedo ayudarle en algo?
   Antonio asintió y sonrió simultáneamente.
   —Sí.  He visto algo ahí afuera que m'ha gustáo y quisiera llevármelo, si es posible.
   La chica le acompaño hasta la calle y él señaló con el dedo índice lo que le interesaba.
   —Sí, puedes llevártelo.  Es muy original y tiene buena aceptación entre el público.  La semana pasada se vendieron muchos —explicó la rubia y simpática dependienta.
   —Me lo envuelva pa un regalo, por favó.
   Tras abonar el importe, salió portando una vistosa bolsa de papel.
   El rostro de José demudó de alegre a sorprendido en lo que tarda un parpadeo.
   —¡Ea!..., ¿es que es el cumpreaños de anguno de la familia y  me s'ha pasao, hijo?            
   —No, papa. Esto es pa otra cosa —respondió sin más.
   La mañana continuó avanzando.
   Padre e hijo dieron un par de vueltas más por el mercado, se tomaron unas cañas y, a eso de las dos, emprendieron el camino hacia la Data, para comer con Azucena.
    Por la tarde, como venía siendo habitual, fueron a jugar a las cartas y, después de cenar, tras despedirse de su padre y hermana, se encarriló directamente hacía el club.
   Tras apartar los oscuros y pesados cortinajes, se adentró en el local:
   —¡Vaya, sí que pareces formal! —manifestó Teresa, al tiempo que le dedicaba una explícita mirada.
   —Perdón, ¿cómo dices?
   La sonrisa que este exhibió le hizo pensar a Teresa que, además de atractivo, parecía interesante.
   —Qué eres un hombre de palabra.
   —¿Y eso a qué viene?
   —Viene, a que ayer, al marcharte, dijiste «hasta mañana», y ¡aquí estás!
   —M'apetecía tomá una copa y, ¿a ónde mejó que aquí?
   —¡Ah!, eso está muy bien y, además, es señal de que te ha gustado el ambiente que  aquí se respira.
   —Bueno, eso y, por qué no decirlo, pa verte a ti.
   Teresa sonrió.
   —Pues gracias por lo que me corresponde, ¿te apetece un JB?
   —Sí, claro, pero, tamién, me gustaría cáceptases esto —dijo al tiempo que la ofrecía el obsequio.
   Los ojos de Teresa adquirieron un brillo especial.
   —Cómo no ¡Faltaría más! —profirió visiblemente emocionada.
   Después de agradecerle con reiteración y darle un par de besos en las mejillas por aquel inesperado regalo, Teresa guió sus pasos hasta la caja registradora y depositó en un receptáculo luminiscente una coqueta rosa de tela roja, en la que colgaba una diminuta etiqueta:
   «Con todo mi cariño para ti», escrito a mano por Antonio.
   —Manoli, encárgate de la barra —dispuso Teresa, antes de servirse un Gin tonic y pedirle a Antonio que la acompañase hasta una de las mesitas que estaban predispuestas para que los clientes obtuviesen un poco más de tranquilidad e intimidad.
   —Bueno, ¿y qué te cuentas? —expresó Teresa, tratando de romper el silencio, al tiempo que se ponía cómoda recostándose sobre el acogedor sofá.
   —Pos, la verdá es cáhora mismo m'he quedáo sin palabras. ¿Qué quieres que te cuente?
   —No sé…, digamos que me apetece saber de ti. Así es que tú mismo…  Te diré que no tengo prisa y que puedes comenzar por dónde te apetezca.
   Antonio retrocedió en el tiempo hasta su más tierna infancia, Teresa le escuchaba embelesada y entre aventuras y risas llegó la hora de cerrar sin que estos fueran conscientes del transcurso del tiempo. Pepe llevaba más de media hora en el local, e incluso había hecho caja y pagado a las chicas. Al encender este las luces de cierre y apertura, Teresa y Antonio regresaron a la realidad, sintiéndose como unos chiquillos que han sido descubiertos haciendo algo que les estuviese prohibido.
   —¡Vamos! qué ya va siendo hora de salir del país de la maravillas —exclamó con tono despectivo Pepe.
  Teresa se volvió hacia él enarcando la ceja izquierda.
   —¿Algún problema? —consultó torciendo el aterciopelado rostro.
   —No, de momento ninguno.
   —Pues, tengamos la fiesta en paz —respondió, bajando un tono la voz, tratando de controlar la situación
   —Disculpe usté, don Pepe: la culpa es mía.
   —Tranquilo chaval. Puedes dirigirte a mí solo por mi nombre. De todas formas mi enojo no tiene nada que ver contigo. Solo trato de evitar tener problemas con las autoridades y, para ello, he de cumplir con el horario de cierre.
   Antonio aprovechó el momento para evadirse.
   —Bueno, pos siendo asín no les entretengo más. ¡Qué tengan buenas noches!
   —Adiós Antonio —articuló Teresa desde el interior del cuarto que utilizaba para cambiarse de ropa.
   —Hasta mañana Susana —gritó, a la par que apartaba los cortinajes para salir.
   El miércoles, dando por hecho que este se presentaría en el club, ya que recordaba que al despedirse dijo «hasta mañana», Teresa esperaba la visita del apuesto joven; pero, este no dio señales de vida.

   «¿Habrá cogido miedo a ̔don Pepe̕ ?», pensó, con reiteración durante el resto de  la semana, sintiéndose decepcionada.

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