miércoles, 27 de julio de 2016

Capítulo III Episodio 4, Vidas Truncadas


El 15 de octubre de 1947, fruto de una relación esporádica que Luisa, una chica de 17 años, había mantenido con un desconocido, nació en Salamanca, Teresa. La adolescente y precipitada mamá, al verse sola y desamparada, ante la falta de recursos para sacar adelante a su bebé, acudió a pedir trabajo a un club de alterne que estaba situado a la salida de la ciudad, en la N-630, con dirección a Cáceres y, un par de años después, esta formalizó su relación sentimental con Arturo, el dueño de local.
   Hasta la edad de seis años, Teresa fue cuidada por María, su abuela materna y a partir de ahí, hasta alcanzar los dieciséis, la pequeña fue enviada a un internado que era regentado por monjas.
   Durante las vacaciones estivales, Teresa regresaba todos los años a la casa que su adorable abuela poseía en, Canta Gallo, un pueblecito serrano que está situado casi en el límite de la provincia de Salamanca con el de Cáceres.
   Al cumplir la mayoría de edad, ante la terquedad de la joven con respecto a seguir estudiando, Luisa decidió que acudiese al club a servir copas, con el único y claro propósito de concienciar a su caprichosa hija de que el dinero era algo que no venía así sin más. Por aquel entonces, Teresa se había convertido en una adolescente frívola que le gustaba vestir bien y sentía pasión por las joyas.
   Al poco tiempo, apareció por el local Pepe, un asiduo trasnochador de treinta y cinco años, el cual, a pesar de ser poco agraciado, contaba con el beneplácito de todas las meretrices por lo simpático y generoso que era con todas las que allí trabajaban. Pepe aparecía de vez en cuando por el local y se jactaba de gritarle a los cuatro vientos que a él no le importaba recorrer los kilómetros que hiciesen falta ni gastar los dineros que fuesen necesarios, siempre y cuando estos le proporcionasen felicidad.
   La primera vez que vio a Teresa, se quedó prendado con los encantos que esta había recibido de la Madre Naturaleza y, a partir de aquel día, comenzó a frecuentar el local con mayor asiduidad y, cada vez que acudía, la llevaba algún presente.
   Un año después, sin tener en cuenta los consejos de su madre, Teresa decidió irse con él. Ambos se trasladaron a vivir a la ciudad de Cáceres. Los padres de Pepe disponían de una acomodada posición social y contaban con un amplio patrimonio, todo ello fruto de una adecuada gestión, un exquisito trato a los clientes, una organizada productividad y, sobre todo, por la calidad que estos ofrecían a sus clientes a través de unos grandes almacenes dedicados a la venta prendas de piel y vestuario de alto standing. Durante cuatro años, la pareja se dedicó a viajar y a gastar dinero sin tener en cuenta que este era obtenido por la perseverancia y el sacrificio por parte de los tres hermanos de Pepe. Los mismos que, tras morir sus progenitores en un accidente automovilístico, tomaron la decisión de ofertarle una suma importante con el fin de evitar que su hermano menor dilapidase aquello que tantos años y esfuerzos les había costado a sus padres.
   Al aceptar la propuesta, se trasladaron a vivir a Plasencia, allí adquirieron una casa solariega en las inmediaciones de la Plaza Mayor y en los bajos de esta acondicionaron el lugar y lo convirtieron en un club de alterne. Sin importarles que por aquella época la ciudad contaba con varios locales de este tipo. Al cabo de un tiempo, el negocio iba viento en popa. Aquello propició que Teresa contase con un amplio y nutrido armario repleto de pieles y ropas de buena calidad y, en la caja fuerte, un surtido de delicadas y exquisitas joyas.
   Con el paso de los años, Teresa se había convertido en una mujer honesta, directa, decidida y perseverante. Tenía facilidad para hacer amistades. Sabía escuchar a los demás y estaba siempre pendiente de sus afectos. Su exuberante cuerpo, así como el contoneo de caderas al caminar. Su estatura algo más de lo normal, sus negros y rasgados ojos; su largo y ondulante pelo negro, moviéndose al compás del viento la impedían pasar inadvertida ante los ojos de los hombres. La gustaba viajar, fumar, el Gin tonic y lucirse bailando en las discotecas. Detestaba tener que cocinar y realizar las labores del hogar, pero si no le quedaba otra, procuraba hacerlo con esmero.

   Desde muy joven, Teresa soñaba con conocer a un hombre con espíritu aventurero, con buen corazón, que le diese estabilidad afectiva y que le hiciese sentir como una reina; aunque también, era una mujer capaz de sacrificarse por la persona que amaba. Tenía la costumbre de ahuecarse el pelo cuando estaba incómoda. Temía a las arañas, los ratones, a envejecer sola... Solía visitar a su madre al menos una vez al año y cuando iba a verla lo hacía sola, ya que Luisa nunca perdonó a Pepe que la hubiese arrebatado de aquella manera a su única hija.

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