miércoles, 20 de julio de 2016

Capítulo II Episodio 8, Vidas Truncadas



Un lunes cualquiera, en el taller de chapa y pintura:

   Andrés se acercó hasta él sonriente.
   —Bueno, vamos a ver qué tal se te da —anunció el recién llegado.
   Antonio abrió los ojos tanto como un cárabo.
   —¿Cómo dice, usté?
   —Que hoy te voy a cambiar de tarea.
   Al escuchar aquellas palabras, su rostro se iluminó. «Bien…, ya era hora, ¡por fin!», pensó y, cómo si de un acto reflejo se tratase, comenzó a saltar, cerrando los puños y agitando reiteradas veces las manos: dejando evidencias de su notorio regocijo.
   —¿Y qué tengo que hacé?
   —De momento, vete preparando un cubo con agua.
   Un par de minutos fue tardó en estar frente a la puerta.
   —Ya estoy aquí.
   —Sígueme —indicó el encargado y, tras recorrer unos metros, se detuvieron junto a un Renault Ondine que el día anterior había sido dejado enmasillado de manera rústica por el propio Andrés; dejando adrede protuberancias de un color rojo oxido.
   «¡Jodé!, parece una vaca con tantos colorines», pensó al verlo.
   —No quiero prisas, quiero perfección —recalcó Andrés—.  Así es que no pierdas más tiempo y camina.
   El rostro de Antonio era todo un poema.
   —¿Y por dónde empiezo?
   Andrés le dedicó una sonrisa de complicidad.
   —Por donde tú quieras; pero recuerda, tiene que estar listo en un par de días.
   Antonio comenzó la tarea con brío y entusiasmado.
   —¿Qué tal voy? —consultaba cada vez que se acercaba el encargado.
   —Bien, bien. De momento vas bien, tú sigue así.
   Animado por las palabras de este, siguió el resto de la tarde con decisión y firmeza.

El martes, el día, al igual que Antonio, comenzó con alegría, pero a medida que fueron pasando las horas, los ademanes que reflejaban los actos del aprendiz llamaron su atención.
   —¿Te ocurre algo, hijo? —preguntó al llegar junto a él, Andrés.
   —No, no me pasa na —mintió.
   Andrés elevó las cejas.
   —¡¿Estás seguro?!
   Antonio bajó el tono de voz y la mirada.
   —Bueno, sí. Es que no sé si me va a dá tiempo a terminá hoy.
   Andrés le puso la mano sobre el hombro derecho y le miró a los ojos.
   —No te preocupes por eso, hijo, y, recuerda que: Zamora no se ganó en una hora.
   —No sé qué quiere usté decí con eso.
   —Que tú estés tranquilo y que cada cosa requiere su tiempo.
   —Ya, pero cómo usté dijo que…
   —Tampoco hagas caso a todo lo que veas u oigas en la vida, ni trates de tomártelo todo al pie de la letra: conque se vea en ti que tienes interés y cumplas, será más que suficiente. ¡Hala!, dejémonos de tanta cháchara, que aquí se viene a trabajar.
   Al finalizar la jornada, Antonio se sintió orgulloso porque pudo lograr su objetivo.
   A partir de aquel día, la empresa contaba con la posibilidad de que en el futuro se convirtiese en un buen profesional…

Llegó el otoño, y en Plasencia, cómo en cualquier otro lugar del mundo, este no afecta a todos por igual.
   «¡Jodé! Vaya mierda de trabajo. Con lo bien que estaba yo con el señó Jacinto, ¿quién me mandaría a mi cambiarme? To el p... día aquí de rodillas; metiendo y sacando la mano en el p... cubo, y venga a darle que te pego a la p… lija».
   El mes de diciembre se hizo presente sin que nadie reparase en ello y este comenzó con lluvias, cómo era habitual por aquellas fechas en Plasencia.
   Aquel año, las cosas fueron bastante distintas para la familia Hinojal-Sánchez por el hecho de que, quien se encargaba de gobernar y dirigir al grupo, no terminaba de reponerse.  Motivo por el cual, no se festejasen las Fiestas Navideñas cómo habían venido celebrándose desde tiempo atrás. Las vivieron en familia; pero sin grandes acontecimientos, aunque no por ello dejaron de manifestar el amor que se profesaban, en ningún momento. Aquel año, el centro de todas las atenciones y agasajos recayeron en la persona de Manuela:
   —¡Qué suerte he tenío en la vida!,  mi familia es lo más grande que m'ha podío tocá  —soltó de repente la matriarca.
   —Nosotros sí que vamos tenío suerte d'encontrá una mujé como tú, cariño —dijo en representación de todos, el patriarca, sin poder contener su emoción.
   Después de cenar, Manuela se encontraba indispuesta y alterada por las efusivas muestras de cariño recibidas por su clan y, cómo consecuencia de ello, se fueron despidiendo unos de otros. Al final, en compañía de José, Azucena y Antonio presenciaron a través del televisor la misa del Gallo, y, un poco después, se retiraron a descansar.
   Llegó el 31 de diciembre, cómo siempre, se reunieron todos los hijos para pasarlo en compañía de sus progenitores y después de tomar las uvas y felicitarse unos a otros «¡Feliz Año Nuevo y que Dios nos dé salud para reunirnos otro año más!», se despidieron con el rostro aparentemente feliz, pero con el corazón afligido. Quedándose en la casa tan solo el matrimonio y los dos hijos menores.

Y así fue pasando el tiempo, hasta que una madrugada, a eso de las dos, tras escuchar un aparatoso e improvisto ruido les despertó
   —¿Manuela? —gritó José, al tiempo que palpaba y se levantaba de la cama—: Manuela, Manuela —decía mientras trataba de localizarla.
   Al llegar junto al cuarto de baño, se encontró con esta caída sobre el suelo y se hincó de rodillas junto a ella.
   —Cariño, cariño, ¿te pasa argo?... Despierta, despierta —decía al tiempo que le propinaba unas palmaditas en la cara.
   —¡¿Qué pasa, papa?! —expresaron al unísono Antonio y Azucena desde el comedor.
   —Rápido, rápido, pedí socorro —sollozó envuelto en un amasijo de nervios.
   Alarmado por el revuelo, salió al rellano Evaristo, el vecino de enfrente.
   —¡¿Qué pasa José?! —dijo al tiempo que tiraba del cordón y se introducía en la vivienda. Frente a él se encontró, llorando y abrazados a los dos hermanos, y un metro más adelante, junto a la entrada del cuarto de baño, con la desagradable escena.
   —Manuela, Manuela que s'ha caío y no viene en sí.
   Evaristo regresó a su casa y, tras descolgar el teléfono e indicar la situación y el lugar dónde se encontraban, retornó junto a la desdichada familia un par de minutos después.
   —Tranquilo, José, que ya viene la ambulancia de camino.
   El desconsolado vecino levantó la cabeza para mirarle a los ojos, mientras negaba con reiteración.  Veinte minutos después, llegó el escandaloso vehículo.  El alboroto emitido por este y el lastimero aullido de los perros, propició que el vecindario se despertase y alarmados comenzaron a asomarse por las ventanas.
   «¡¿Qué pasa?!, ¡¿qué ha pasao?!... No sé, no sé, hay una ambulancia pará en el portal del pescaó» —decían unos y otros sin salir de su asombro.  Algunos, interesados por la familia y otros, por curiosidad, comenzaron a hacerse presentes en la calle.
   A los cinco minutos de haber llegado el equipo médico, tras comprobar que las constantes vitales eran nulas y que no existía reflejo alguno a las estimulaciones.
   —Lo siento amigo, nada más puedo hacer por ella —dijo el doctor, a la par que trataba de reincorporarse.
   Pasados un par de minutos, este rellenó el parte de defunción: Manuela Sánchez Elvira.
   Edad: 54
   Hora de la muerte: 2:10h  del día 10 de enero de 1975
   Causa posible: muerte súbita postinfarto de miocardio.
   Ante la imprevista situación, la familia por entero sufrió un fuerte shock emocional durante días.
   Antonio fue cediendo paso al desaliento y a la desidia, sin ser consciente de la realidad: se negaba a comer, a levantarse de la cama, a acudir al trabajo… Su padre y hermanos hacían todo cuanto creían oportuno para tratar de sacarle del bache.
  Un día, tras llevarle obligado al médico de cabecera, este lo reenvió al especialista en psicología y, tras realizarle unas preguntas y observar el talante que presentaba:
   —Su hijo tiene una depresión tan grande como un caballo —dictaminó coloquialmente el psicólogo, sin que le temblase ni la voz ni un solo músculo de su fornido cuerpo.
   —¿Se pondrá bien, doctó ? —preguntó angustiado, José.
   —Lo primero que hay que conseguir es que coma, quiera o no quiera; después, se tomará estas pastillas de la misma forma... y, sí, creo que saldrá de ella; pero, con el paso del tiempo.
   El invierno fue acaeciendo parsimonioso y desanimado; pero, tras la crudeza de este, llegó la primavera —Sí, esa que cuando llega, hasta la sangre nos altera...—, y con el advenimiento de esta: el campo se fue vistiendo vertiginosamente con sus mejores galas, con lindos colores y fragancias; cómo cada año, con ella todo comienza su ciclo productivo. La primavera es, cómo el resurgir después de la derrota, cómo el aquí no ha pasado nada… Antonio fue recuperándose poco a poco y, un día, sin que nadie se lo esperase, le vieron resurgir cómo si lo hiciese desde ultratumba:
   Tan pálido y exangüe como un difunto.
   —Buenos días papa, tengo algo que contarle.
   —Dime, hijo mío, dime —susurró apenas José.
   —He pensao, que, cómo el mes que viene cumplo 18…
   José no daba crédito a lo que estaba presenciando.
   —Sigue, hijo.  Cuéntame, ¿Cas pensao?
   —¿Qué le parece a usté, si m'alisto de voluntario?
   El rostro de José volvió a demudar en ademán de sorpresa.
   —¡¿Voluntario?! ¿A qué?
   Antonio sonrió tras haber permanecido inexpresivo durante casi cinco meses.
   —A la mili papa…, a qué va a sé
   —Bueno, hijo —expresó llevándose la mano a la cabeza para recolocarse la visera—, ¿y qué quieres que te diga?
   —Ya, se lo preguntao, papa.
   —Y con el trabajo, ¿qué vas a jacé?
   —No se precupe usté por eso, papa.  Ahora mismo voy a ir a hablá con el señó Andrés, estoy seguro de que él lo entenderá.
   —Está bien, hijo, cómo tú quieras… Eso úrtimo cás dicho, m'ha gustao mucho, hijo… Si vas a dir ahora, cógete el amoto…, mira la hora qu'es —dijo señalando con su dedo índice sobre el diminuto reloj de pulsera, que este había heredado de su esposa.
   —Gracias, papa.
   —Y, no te enrrees mucho allí, que tamién ellos tién que dirse pa casa.
   —No se precupe, papa, qu'enseguia vengo —dijo poniendo un pie en el rellano y, antes de desaparecer escaleras abajo, asomó la cabeza un instante por la entreabierta puerta—: Papa, ¿qué tenemos pa comé, hoy?
   —Patatas a lo pobre y enguilas cómo a ti te gustan: con bien de entomatá.
   Al llegar al taller, Sultán comenzó a dar saltos de alegría y se dirigió al encuentro con el recién llegado. Andrés, al observar la actitud del viejo y fiel guardián, siguió tras sus pasos, extrañado por el comportamiento de este, y al coincidir, casi al mismo tiempo, en la línea que separa lo público de lo privado.
   —¡Hombre!, que alegría me acabas de dar, hijo.
   —Buenos días señó Andrés… no sé si s'alegrará usté tanto cuando sepa pa lo qu'he venío.
   —Cuenta, hijo, cuenta.
   —Pos, mire usté.  Vengo pa decirle que me prepare la cuenta.
   Andrés respondió con sentimientos encontrados.
   —¡Ah!, es eso. No te preocupes, hijo, sé que esto llegaría tarde o temprano, pues, últimamente he notado que no eras el mismo de siempre.  La verdad es que me da pena que te vayas; pero aún te quedan muchos años por delante y estoy seguro que algún día encontrarás el lugar donde te encuentres a gusto.
   —Entonces, ¿no se enfada usté cormigo?
   Andrés mostró una amplia y sincera sonrisa.
   —No, ¡por Dios!, me alegro mucho de que hayas podido salir adelante… ¿Y ahora qué vas a hacer?
   —Me voy de voluntario a la mili.
   —¡Muy bien! ¿Quién sabe, igual allí?... Para lo de la cuenta, tendrás que esperarte al menos una semana, ¿te parece bien?
   —Sí, claro.
   Tras despedirse de los compañeros, regresó junto a la puerta y se hincó de rodillas al llegar junto a su inseparable y fiel amigo.
   —No te precupes mi niño, vendré a verte de vez en cuando —le susurró al oído, sin poder evitar que sus ojos y mejillas se inundasen.
   Sultán, con los ojos vidriosos, comenzó a lamer las saladas gotas que discurrían por el rostro del abatido Antonio. Este se puso en pie y al salir, se despidió de Sultan agitando la mano derecha. El anciano y noble animal prorrumpió con un largo y variado gruñido, apenas sin abrir las fauces, para despedirse de su estimado amigo y, un par de minutos después, se introdujo en el taller, se tumbó en el suelo y, tras cruzar las patas delanteras una encima de otra, sobre estas apoyó su hocico al tiempo que exhalo un profundo suspiro y cerró los ojos tratando de dormir.


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