Puedo comprender que cada cual es libre de contar u
omitir todo aquello que, y a quien, considere; pero de ahí, a tener que
transigir sin más: me niego rotundamente.
La duda, además de ofender, ser cruenta y herir de
muerte, puede hundir el estado anímico de cualquiera que tenga un mínimo de
dignidad. Y, cuando te sientes decepcionado, lo normal es que, además de la
frustración, la tristeza, la desilusión, el enfado…, afloren el rencor y la
rabia.
Las relaciones personales se resienten y rompen
cuando descubres que estas no están edificadas sobre principios irrenunciables.
Uno de ellos es la confianza. La convivencia con las personas resulta
gratificante cuando damos por hecho que estas se muestran sinceras y nos
brindan el lugar y el respeto que merecemos.
Decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe,
cree o piensa, según la RAE, equivale a mentir. A través de la mentira se dañan
gravemente las virtudes de la sinceridad, la lealtad y la justicia, entre
otras. La mentira provoca daños enormes cuando proviene de personas que tenías
por buenas y de repente eres consciente que te han engañado, te han mentido, te
han traicionado…, y, como consecuencia de ello: nace una pena profunda en el
corazón y, a pesar de ser consciente que el paso del tiempo hace posible que
una desgarradora experiencia, por cruenta e injusta que parezca, termina si no
con todo el dolor, al menos hacerlo soportable. No obstante, puedes dar por
hecho que nada será como antes, porque una vez que surge la duda, está se hace
presente en cada acto, en cada palabra y, por ende, no sabes si dejar pasar el
tiempo o cortar cuanto antes por lo sano: por entender que es lo correcto
después de haber tenido que oír a una de las partes, que si estás así es porque
lo has sacado de contexto y que todo se debe a una paranoia tuya. En fin, ya
somos mayorcitos y, a partir de ahora, que: cada cual cargue con su conciencia
y penitencia.
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