Escrito el domingo 6 de diciembre de 2015
La semana pasada, caminando por la calle de la
Estación, fui abordado por Lorena, una chica que, junto a otras personas
estaban solicitando firmas a favor de RECORTES CERO, LOS VERDES, me explicó un poco por encima de lo que se trataba y,
al terminar su discurso, la pregunté si había que pagar algo, ella me miró con
ademán de sorpresa y negó reiteradamente con la cabeza. Le dí a entender con un
gesto que estaba a dos velas a la par que oralmente la informaba de que, por
culpa de la Crisis, estaba más tieso que la mojama. Ella sonrió y nos acercamos
hasta la mesa. Allí me indicaron los pasos a seguir y después de hacerles saber
que soy aficionado a la escritura a nivel de aprendiz y que a través de la
escritura, a nivel individual, estaba luchando contra la injusta situación a
nivel mundial y que lo hacía de manera altruista, Lorena hizo que se
interesaba, la pregunté si tenía cuenta en Facebook, asintió con un gesto y le
dije si tenía algún inconveniente en decírmela, y, tras negar verbalmente un
par de veces, me la facilitó y anoté, acordando con ella que la enviaría el
enlace y, después de firmar, al comprobar que Lorena había desaparecido como
por arte de magia, di una barrida con la mirada y me dirigí hacia donde e se
había desplazado para continuar abordando a los viandantes y retomé la
conversación con ella. Al cabo de un par de minutos me indicó toscamente «Lo
siento pero nosotros estamos trabajando». ¡Oh, perdón!, ya lo siento, me creo
que la gente va igual que yo y como no tengo horarios que cumplir, pues, me
pongo a hablar y no me doy cuenta, la dije con educación, a pesar de la
momentánea decepción, al tiempo que levantaba la mano para despedirme de ella y
de los demás sobre la marcha y, tras darle un poco de trabajo al que se nutre
de azúcares para recopilar información y hacerme entrar en razones, llegué a la
conclusión de que tenía que entenderlo como algo normal; ya que ellos, se
habían desplazado hasta allí para trabajar, y yo para pasear, sin más.
El lunes de esta, a pesar de que la niebla y las
bajas temperaturas aconsejaban quedarse en casa, decidí acudir a la Oficina de Comisiones
Obreras para asegurarme de si tenía que renovar o no la (TPC), es decir, Tarjeta
profesional de la construcción por el hecho de haber leído en Internet que no
era preciso, en previsión de que tuviese que aportar algún tipo de documentación,
por ser este el único mes para la tramitación y los pocos días laborales: no me
quedó otra que volver a salir a la calle, después de haber regresado de recoger
el pan nuestro de cada día y de paso
acompañar a mi mascota mientras esta aliviaba sus esfínteres y vejiga,
con la única intención de salir de dudas. Y, tras salir del portal, me encaminé
hasta el lugar a través de la Calle Francisco Cantera: por ser esta la que
desde mi domicilio me conduce directamente. Al llegar a la altura donde esta
converge con la de La Estación, fui abordado por, la que posteriormente daría
por la portavoz del grupo, Diana y, tras comunicarle que ya había firmado, me
indicó que la firma de ahora era para otro asunto diferente pero relacionado
con el mismo tema y, acto seguido, intentó en vano explicarme de qué iba el
tema en concreto; ya que, por tener prisa en realizar las gestiones previstas
por mí, al observar que tenía una especie de periódico y folletines, le
consulté que si había que pagar algo por ellos, a la par que le refería mi
situación de la misma forma que a Lorena. Intenté hacerla entender que no era
necesario, que, estaba convencido desde la última vez que coincidí con ellos en
el mismo lugar. Ella insistió… ¿Qué cuestan?, insté a la par que dirigía la
mirada hacia su antebrazo. Pero déjame que te explique… No te preocupes dime
cuanto valen y a pesar de mi precariedad... Pero deja… No es necesario, si los
compro no es por quedar bien, sino porque los voy a leer. El periódico un euro
y este tres. Bien, haré un esfuerzo, dije al tiempo que me echaba la mano al
bolsillo de atrás para sacar la desusada billetera y, tras entregarle en mano
al único el único inquilino, uno de cinco, entre una y otra cosa me despedí
amablemente de ella y del resto levantando la mano y haciendo un gesto con la
cabeza. Pero ¡¿no firmas?! ¡Ahí va la hostia!, para algo que es gratis, dije
sonriéndome, buscando la complicidad de ellos. Después tomé un bolígrafo y al
ponerme a rellenar los datos, observé que la cosa se resistía como consecuencia
de la humedad que el papel había absorbido y, tras cumplimentar el formulario,
me entregaron una chapa y una octavilla donde, en la parte de atrás, se
indicaba que el sábado día 5 a
las cinco de la tarde se celebraría un evento para dar a conocer su alternativa
electoral, sin más: me despedí de ellos levantando el puño con el pulgar
indicando hacia arriba.
Al llegar a la Oficina de CC. OO. no me quedó otro
remedio que esperar a que terminase de atender a una mujer y que atendiese a un
hombre que al igual que yo, estaba esperando su turno y, mientras tanto,
después de dar una barrida con la mirada y coger varios folletos relacionados
con asuntos laborales, me entretuve echándoles un vistazo por encima y
conversando con el que estaba delante de mí y, unos quince minutos después,
tras llegarme la hora y exponer el motivo de mi visita a la señora que está a
cargo y asegurarme esta que no era necesario, le dije que si en vez de palabra
me lo podía hacer constar por escrito y poner el sello, alegando que era para
evitar que en el futuro me supusiera algún perjuicio y/o ocasionar algún tipo
de molestia o económica. Ella, además de afirmar que no habría ningún problema,
me indicó que me pusiera en contacto a la Fundación Laboral para comprobarlo si
no me fiaba de su palabra. En fin, que, a pesar de la frustración, no me quedó
otra que: darme por satisfecho y retornar a casa siguiendo el mismo itinerario,
y al llegar a la altura de los de RECORTES CERO, LOS VERDES, al evocar en mí las palabras de Lorena opté por
saludarles desde la distancia sin más.
En la mañana del miércoles, en lugar de quedarme en
casa escribiendo, opté por coger las gafas de leer y por llevarme las dieciséis
páginas que componían De Verdad, el
periódico quincenal de Unificación Comunista de España, cuya portada aconsejaba
que el día 20D había que apoyar a: RECORTES CERO-LOS VERDES LA ALTERNATIVA POR
LA REDISTRIBUCIÓN DE LA RIQUEZA.
A medida que iba adquiriendo información noté una
sensación tan agradable como cuando en verano, después de haber recorrido un
largo trecho, te tumbas sobre la hierba bajo la acogedora y gratificante sombra
de un soto y, justo cuando iba por la mitad, la melódica sintonía de Expediente X, me indicó que alguien
quería ponerse en contacto conmigo:
—¡Dígame!
—solté sin más, tras haber comprobado que ese número no estaba registrado en la
memoria del dispositivo.
—Hola, buenos
días. Es usted Francisco, ¿verdad?
—S sí, s sí,
s soy yo ¡d dígame! —tartamudeé, evidenciando el nerviosismo que me invadía en
aquel instante, al imaginar que podría tratarse de una de las empresas a las
que había enviado el Currículum vitae la semana anterior.
—Soy Diana,
de Recortes Cero y el motivo de mi llamada es para saber qué le ha parecido
nuestra Alternativa para las próximas Elecciones Generales y…
—Justo ahora
estoy en ello —le indiqué totalmente recuperado.
—¿Y qué le
ha parecido nuestra Alternativa?
—Ya te dije
el otro día que me sentía identificado y que compartía el mismo pensamiento con
respecto a algunos puntos y fue por ello que sentí la necesidad de saber hasta
dónde alcanzaba la propuesta.
—¿Ha
decidido ya si va a asistir al evento programado para el sábado?
—Sí, sí.
Cuenta con ello.
—¿Podría
convencer a algún familiar, amigo o vecino para que le acompañase?
—¡Huy,
madre!, eso ya está peor. La verdad es que, a pesar de que tengo muchos
conocidos, tan solo uno ha alcanzado el grado de amigo, mi mujer es reacia a
este tipo de actividades y…
—¿Le
importaría que le llame en otro momento para confirmar cuántos asistirán con
usted al Centro Cívico?
—No, no,
puedes llamar cuando quieras.
—¿Le parece
bien el sábado a la una?
—Vale, hasta
el sábado entonces.
—Muchas
gracias por atenderme, ¡que pase usted un buen día!, Francisco.
—Nada que
agradecer y mucho por compartir, de eso, entre otras cosas, creo que trata la Vida.
Igualmente para ti —dije, poniendo el punto y final a aquella agradable
conversación. Me quité las gafas, doblé el periódico para introducirlo en el
bolsillo de la cazadora y me dirigí hacia el campo donde se disputan las
mejores partidas de petanca, si no de todo el territorio español, al menos sí
en el de la Comunidad Autónoma de Castilla y León.
Al llegar a casa.
Vaya por delante que todo podría haber sido fruto de
una mala interpretación, por mi parte, como consecuencia de la capacidad de
imaginar y por la costumbre de dejarme llevar por los pensamientos hasta donde
estos me quieran llevar…:
—¿De dónde
vienes, a estas horas? —dijo mi esposa—, ¿qué traes ahí?
—¿No lo ves?
—dije a modo de saludo, a la par que le enseñaba y desplegaba el susodicho
ejemplar.
—¿Y eso qué es? —insistió con desaire.
—¿No te
acuerdas de lo que te comenté anteayé?
—No, ahora
mismo no, ¿pasa algo por eso?
—No, no lo sé, pero si que puede pasá…
—¿A qué te
refieres?
—¿Me
acompañas en sábado?
—¡¿A qué?!,
¡¿a dónde?!
—San puesto
en contacto conmigo los de Recortes Cero para sabé si voy a ir el sábado al
mitín.
—¿A qué hora
es? ¿ dónde es?
—Pues, dónde
va a sé, a las cinco de la tarde en el Centro Cívico. ¡Jodé!
—¿Y dónde
está eso?
—Por la zona
del Emiliano Bajo, al lao del Lidl nuevo.
—¡Buff!, lo
que me faltaba ya…
—No,
¡hombre! Si hace falta llevo el coche.
—No sé, ya
te diré; pero vamos, que: no te hagas ninguna idea.
—Está bien,
a ver si es posible que me lo digas antes de la una del sábado.
—¿Y eso por
qué?
—¡¿Hay que
decirlo todo, jodé?!
—Pues, sí.
—He quedado
con la chica que me llamaría a esa hora para confirmar cuántos acudiríamos. No
sé si es para hacerse una idea y saber si el lugar dispone de espacio
suficiente o yo que sé.
—Bueno,
bueno, tampoco te pongas así.
Al intuir que, de seguir así, podríamos acabar como
en el Rosario de la Aurora, opté por guardar silencio y sentarme a comer sin
más.
El viernes, a última hora me confirmó que me acompañaría
al evento.
EL sábado por la mañana, antes de salir de casa por
segunda vez, cogí las gafas con la intención de trasladarme hasta el mismo
lugar que el miércoles y terminar de leer el periódico de marras. La mañana
estaba poco apetecible y, al observar que X llegaba al centro de reunión, le
plegué de nuevo, le introduje en el bolsillo de la chamarra e hice lo mismo con
las gafas después de meterlas en la rígida funda y me encaminé hacia el lugar.
Al llegar, con voz altiva dí los buenos días con la
intención de que se dieran por enterado los que allí estaban presentes. X, como
casi siempre, estaba intercambiando opiniones con respecto a su tema favorito,
es decir, de futbol y, en especial, de su idolatrado BarÇa y de los resultados publicados en prensa escrita,
después de haber comprado y leído el Marca, como todos los días.
Unos minutos después, hice un gesto con la mano y X
se acercó hasta mí.
—¿Qué pasa
Francisco?
—A ver cómo
te lo explico… —musité.
—¿El qué?
—Se trata de
esto —dije al tiempo que le entregaba el periódico—. No creas que trato de
convencerte de nada, simplemente quiero comentarte si te apetece acompañarnos.
—¡Bufff! La política
no me interesa para nada. No he ido a votar nunca. Ellos no se preocupan más
que de llenarse el bolsillo a costa de los demás. Mucho hablar; pero, al final:
todo es mentira. ¡Que vayan ellos y se voten así mismos!
—Bueno,
bueno, tampoco te pongas así. Entiendo que ahora puede haber un cambio
importante a nivel nacional y quizás…
—Todos son
iguales y si quieren que les vote: primero que me den trabajo.
—Está bien, es
tu opinión y, a pesar de no estar de acuerdo, he de respetarla; pero luego no
te quejes si vuelve a salir el que está.
Me sorprendió su actitud, por el hecho de tenerle por
una persona sensata; pero entiendo que está en su derecho de hacer lo que
quiera, ya que: para ser amigos no es preciso tener que concordar al cien por
ciento.
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