martes, 12 de enero de 2016

Nada acontece porque sí…

En la vida, todo tiene su porqué:

A penas habían transcurrido doce horas desde que me despedía del año tomando uvas y bebiendo sidra en compañía de mi esposa y mis mascotas, cuando, de buenas a primeras, recibí una llamada telefónica que: en principio me dejó tan perplejo como gélida e inmóvil se halla cualquier estatua de rotonda en una noche de enero; pero unos segundos después, tras tomar conciencia de la gravedad del asunto, el pensamiento y la sangre fluían por arterias, venas y neuronas como lo hace la lava que acaba de ser expulsada y, tras depositar el inalámbrico sobre su base, sin poderlo evitar: noté que me faltaba el aire; que me agobiaba comprobar cómo el cerebro era incapaz de asimilar, ordenar y dilucidar el contenido recibido y, de repente, me vi inmerso en un mar de dudas y sentimientos encontrados: la compulsión percibida me hacía temer que la cabeza podría estallar en cualquier momento; pero no fue está, sino un arrebato colérico que, durante unos segundos, propició que por mi boca saliesen sapos y culebras, y, desde entonces, el rencor y la venganza son quienes me han estado aconsejado hasta que alguien apareció, como por arte de magia; aunque soy consciente de que en realidad fue vía Internet.

A penas han transcurrido noventa y seis horas desde que esta persona se hizo presente en mi vida, y a pesar de que no la conozco de nada, a través de sus palabras, he observado que se trata de alguien con mucho mundo, saber estar y elocuente redactar. Su forma de ser y escribir me fascina, me hace sonreír y me cuenta alegrías y penas amatorias con la misma soltura que agita sus alas un colibrí que está tratando de libar el dulce néctar.

A través de sus palabras, además de intuir que se trata de alguien que sabe de qué va el amor y el desamor, de lo que se goza y disfruta del primero y de lo dañino y perverso que se muestra el segundo, percibo que es algo que tiene superado y es capaz de revivirlo y disfrutarlo al escribirlo y recordarlo. Algo que me ha hecho recapacitar y en vez de sufrir y padecer el tormento que he vivido durante estos días: intentaré asumirlo tal y como ha hecho esta persona e indica en su canción Dyango.



1 comentario:

  1. Menos mal que siempre hay algo o alguien que nos ayuda a superar los peores tragos de la vida. A veces, como en este caso, ni siquiera hace falta que conozcamos en persona a la persona que nos "salva". Los ángeles anónimos existen, está claro... :)

    Un abrazo grande, Francisco!!

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