En la vida, todo tiene su porqué:
A penas habían transcurrido doce horas desde que me
despedía del año tomando uvas y bebiendo sidra en compañía de mi esposa y mis
mascotas, cuando, de buenas a primeras, recibí una llamada telefónica que: en
principio me dejó tan perplejo como gélida e inmóvil se halla cualquier estatua
de rotonda en una noche de enero; pero unos segundos después, tras tomar
conciencia de la gravedad del asunto, el pensamiento y la sangre fluían por arterias,
venas y neuronas como lo hace la lava que acaba de ser expulsada y, tras
depositar el inalámbrico sobre su base, sin poderlo evitar: noté que me faltaba
el aire; que me agobiaba comprobar cómo el cerebro era incapaz de asimilar,
ordenar y dilucidar el contenido recibido y, de repente, me vi inmerso en un
mar de dudas y sentimientos encontrados: la compulsión percibida me hacía temer
que la cabeza podría estallar en cualquier momento; pero no fue está, sino un arrebato
colérico que, durante unos segundos, propició que por mi boca saliesen sapos y
culebras, y, desde entonces, el rencor y la venganza son quienes me han estado
aconsejado hasta que alguien apareció, como por arte de magia; aunque soy
consciente de que en realidad fue vía Internet.
A penas han transcurrido noventa y seis horas desde que
esta persona se hizo presente en mi vida, y a pesar de que no la conozco de
nada, a través de sus palabras, he observado que se trata de alguien con mucho
mundo, saber estar y elocuente redactar. Su forma de ser y escribir me fascina, me hace sonreír
y me cuenta alegrías y penas amatorias con la misma soltura que agita sus alas un
colibrí que está tratando de libar el dulce néctar.
A través de sus palabras, además de intuir que se
trata de alguien que sabe de qué va el amor y el desamor, de lo que se goza y
disfruta del primero y de lo dañino y perverso que se muestra el segundo,
percibo que es algo que tiene superado y es capaz de revivirlo y disfrutarlo al
escribirlo y recordarlo. Algo que me ha hecho recapacitar y en vez de sufrir y
padecer el tormento que he vivido durante estos días: intentaré asumirlo tal y
como ha hecho esta persona e indica en su canción Dyango.
Menos mal que siempre hay algo o alguien que nos ayuda a superar los peores tragos de la vida. A veces, como en este caso, ni siquiera hace falta que conozcamos en persona a la persona que nos "salva". Los ángeles anónimos existen, está claro... :)
ResponderEliminarUn abrazo grande, Francisco!!