Nelo es quien suele despertarme por las mañanas, y
cada vez que a él le viene en ganas. El muy pájaro, de día, se pasa las horas
durmiendo, a excepción de que, cuando le entra hambre, sale presuroso hasta el
comedero como alma que huye del Diablo, es decir, sin mirar para atrás ni hacia
ningún otro lado, y/o cuando le da el cuarto de hora, que es cuando enarbola e hincha el
rabo y comienza a ir de un sitio para otro corriendo de lado como si fuera un cangrejo, a la par que
emite un sonido gutural tan sutil como incomprensible para mí.
Una vez en pie, Nelo siempre delante, nos dirigimos
hacia el baño para liberar la tensión acumulada por la vejiga, poner el huevo y
asearme; mientras tanto, él se mete en el bidé y comienza con el ritual de
ponerse a escarbar sobre una de las paredes y si, por casualidad, emerge alguna
gota de agua; primero la huele, después la toca, sacude la mano hacia el
exterior y se la pasa por los ojos y la cabeza. Algo que me tiene asombrado por
el hecho de que no sé si lo hace por imitarme o realmente para asearse, ya que,
durante las horas que pasa despierto, suele hacerlo metiendo la pata derecha en
el bebedero que comparte con Ortxa, o bien lamiéndosela. Una vez aseados, vamos
a la cocina y, mientras me preparo el desayuno, Nelo se sube a la mesa y pasando
por encima del fogón se dirige hasta una de las fregaderas para saciar la sed
en un vaso que se deja allí todas las noches para ese fin y, una vez recogidos
los utensilios, regresamos al dormitorio, conecto el ordenador y, mientras que
este se activa, le tengo que estar masajeando y arrascando entre las orejas. Y,
una vez que comienzo con la rutina de subir algún escrito al grupo que
administro en Facebook, él se acomoda sobre la cama y tal como aparecen las
esfinges al pie de las pirámides, con los ojos entrecerrados, me observa con detenimiento
y, al cabo de una hora o así, hace como que se despierta, bosteza, se yergue,
se retrae, ejercita las uñas sobre el edredón, me mira y con un lastimero y
teatrero maullido: solicita que le preste atención y, cuando ve que dirijo la
mano izquierda hacia él, se tumba panza arriba y le encanta que le toquetee el pecho
y le rasque el cuello. Lo bueno que tiene es que se conforma con poco y eso me
permite continuar con mis labores, aunque de vez en cuando, él reclama atención
y si no le tengo en cuenta es tan atrevido que no tienen inconveniente alguno de
subirse al escritorio y tumbarse sobre el teclado si es que no le cojo antes y
le mezo entre mis brazos como a un bebé al tiempo que le hago carantoñas. La
verdad es que no sé quien de los dos disfrutará más, ya que: es tal la
simbiosis que a veces noto en mi esposa como si estaría celosa.
Si, después de tanto tiempo viviendo con un gato te das cuenta de la simbiosis que dices. Son tan adorables!!
ResponderEliminarLa verdad es que jamás imaginé que los gatos fueran tan cariñosos, de hecho, Lagun, el que precedió a este, a mí no me hacía ni puto caso. Es más, cada vez que me acercaba a mi esposa él trataba de impedirlo.
EliminarGracias por la atención y el interés mostrado.
Saludos.