Patrón de la «Noble, Leal y Benéfica ciudad que fue
fundada en el año 1186, donde el Rey la ennobleció e imprimió en su plateado
escudo UT PLACEAT DEO ET HOMINIBUS (Para el placer de Dios y de los hombres),
es decir, Plasencia, la cuidad mora, judía y cristiana que me vio nacer allá
por noviembre de 1963
Hoy, al levantarme de la cama, me he visto trasladado en
tiempo y lugar nada más que a treinta y tantos años atrás en el barrio obrero
de La Data, lugar donde vine al mundo, me crié y permanecí hasta los 29 años.
Por gentileza del Ayuntamiento, al igual que al resto
de los barrios, según la tradición y tenían estipulado en el reparto equitativo
por número de vecinos, a eso de las nueve de la mañana: llegaron los cuatro
cerdos ya matados y eviscerados a la Prisión del Partido, la antigua cárcel
que, además de utilizarse como colegio durante mi infancia y que,
posteriormente, durante varios años fue ocupada como almacén de la brigada de
obras y por el taller de soldadura del Ayuntamiento en su zona principal y
patio y, a ambos lados, lo que en su día fueron las oficinas pasaron a ser
destinadas como guardería infantil la planta baja del ala derecha y en la
primera planta compartían los diferentes cuartos como sede de la asociación de
vecinos y un lugar de esparcimiento juvenil, y en el lado opuesto: las
instalaciones daban cabida, en la parte de arriba, a una asociación que se
encargaba de manera altruista a fomentar el deporte entre los jóvenes y en la
zona de abajo se instaló un gimnasio para los adicionados a la halterofilia.
La gente iba de aquí para allá evidenciando sin
reparo alguno los nervios que produce cualquier evento que requiera de
colaboración humana sin estar correctamente organizados. Los más madrugadores
habían preparado migas extremeñas para dar y tomar a toda persona que por allí
apareciese y/o en caso de no apetecerles, siempre y cuando fueran mayores de
edad, podían optar por tomarse un vasito de cazalla y acompañarlo con una
deliciosa perrunilla. Después continuaban con los preparativos para que a eso
de las dos estuviese todo dispuesto para la degustación de las piezas asadas a
gusto del consumidor mientras fuera posible, es decir, que los que aguardaban
en fila para recibir la correspondiente ración podían elegir si les apetecía
comer orejas, morro, tocino, filetes, de jamón, de lomo, costilla asada…
acompañado de pan, pan, no lo que hay ahora y regado con un vaso o dos de delicioso
vino de pitarra. ¡Qué tiempos aquellos!, donde, a pesar de las estrecheces, la
gente se reunía como si se tratase de la propia familia; donde todo se hacía
por amor al arte, es decir, sin ningún tipo de interés. ¡Qué distinto de lo que
hay ahora! El tiempo pasa, las personas cambian y… en fin, quienes vivimos
aquellos momentos podemos disfrutarlos y revivirlos cada vez que nos apetezca a
través del recuerdo.
Este es el barrio, en la calle del centro, la que está al fondo a la derecha me crié y estuve hasta los 29 años.
En este portal, en una de las tres habitaciones del 4º derecha vine al mundo con cinco kilos y medio el jueves 21 de noviembre de 1963, a eso de las dos y media de la tarde.
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