Escrito el 10 de enero de 2016
Por más que lo intento no alcanzo a entender el
comportamiento de aquellas personas que sienten necesidad de crear un perfil en
cualquiera de las Redes Sociales y agregar como amigos/as a todo quisqui. Tampoco entiendo el mutismo de
los/as que frecuentan lugares donde se comparten escritos, novelas, poesías,…
donde ni siquiera es preciso escribir nada, donde basta con darle al «Me gusta»
y/o compartir con aquellas personas que consideren. Un gesto que no supone ningún
tipo de esfuerzo y para el/la que expone sus obras representa un aliciente y la
posibilidad de darse a conocer.
A veces, en las Redes Sociales se generan conflictos por
cualquier motivo, bien sea por una mala interpretación, o bien porque es el modus operandi de los que, cuando no
tienen nada mejor que hacer, entran para divertirse a costa de los demás e
irrumpen, una y otra vez, por el hecho de no soportar las buenas formas ni
tolerar a quienes ven diferentes; pero lo que verdaderamente me preocupa es que
el resto de público permanezcan en el más absoluto silencio. Su actitud genera
en mí incertidumbre, por el hecho de que no saber si lo hacen por evitarse
problemas o porque en realidad les gusta divertirse desde la barrera sin ser
descubiertos y/o tenidos en cuenta.
Cuando alguien se expresa en público tiene asumido
que puede convertirse en la diana donde otros descargaran tantas críticas como
les venga en ganas; pero ello no conlleva que se tenga que consentir la mofa, y
si las personas que están en la sombra, en lugar de permanecer en silencio, exteriorizasen
su malestar: posiblemente, además de a quien se ve obligado a defender su dignidad,
otro gallo nos cantaría.
El silencio es cómplice inherente de las barbaries
que se cometen a nivel global. Si en lugar de permanecer callados, aunáramos
nuestras voces: podríamos conseguir un mundo mejor para todas las especies y hábitats.
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