Abril de 1979
Todos los años, con motivo de la festividad de Sant Jordi, día del
libro, en el colegio y a nivel interno, se instaba a los alumnos a participar
en un concurso literario. Meritxell desplegaba su capacidad creativa y de
manera compulsiva escribía ilusionada sin perder la esperanza de que sus sueños
se hicieran realidad…, pero lo más duro para ella, era el día que entregaban
los premios: siempre se iba de vacío.
Ese mismo año, no contenta con los resultados y armándose de valor, se
dirigió hacia una de las profesoras:
—Doña Clara, ¿puedo hacerle una pregunta?
Por un instante demudó el semblante de la sorprendida educadora. El
porte iracundo que acompañaba al rostro de Meritxell no era para menos.
—Sí, claro ¡Cómo no!
—¿Por qué mis escritos nunca tienen premio? ¿Mis historias no son
buenas?
—No,
si no es por las historias en sí, sino por como las cuentas…, es decir, como
las escribes —Hubo un breve silencio—. ¿Ves todo lo que hay subrayado con
bolígrafo rojo?
Arrugando el ceño, poniendo cara de tener pocos amigos respondió con
desaire.
—Sí,
claro que lo veo. ¡No soy ni tonta ni ciega!
—¿Acaso crees que se puede conceder un premio a un escrito ininteligible
y con tantas faltas de ortografía?
La falta de tacto y rotundidad empleada por parte de la profesora, sin
embargo, no consiguieron su propósito, y, en silencio, sin que nadie lo
supiese, continuó escribiendo con la esperanza de que, si trabajaba duro, al
final alcanzaría su meta.
Un día, después de haber llegado a la parada de la Diagonal y tomar el
autobús de la línea 6, Meritxell recorrió el pasillo hasta el final y se sentó
en la última fila de asientos junto a una chica, más o menos de su misma edad,
rubia, de ojos azules, mirada triste y cara de preocupación.
—Hola, ¿te ocurre algo? —dijo a
modo de saludo—. Me llamo Meritxell.
—No…, bueno en realidad sí.
—¿No? ¿Sí? Pero eso es imposible, tienes que decidirte solo por una
opción.
—Perdona por no haberme presentado antes —dijo tendiendo su mano—, soy
Gloria..., y, la verdad es que en estos momentos me siento bastante insegura.
—¿Y eso?
—En el fondo es una tontería, pero es que, por un lado, tengo enormes
ganas de llegar y, sin embargo, por el otro, temo hacer el mayor de los
ridículos.
—Perdona mi atrevimiento Gloria, pero es que si no eres más explícita no
sé de donde viene el aire.
—Se trata de un sueño que me acompaña desde hace bastante tiempo, en
concreto, desde que un día retransmitieron por televisión un programa de
patinaje artístico y, hoy, después de habérmelo pensado «más de un millón de
veces», he decidido acudir a la pista.
El rostro de Meritxell se iluminó como lo hace el cielo en las
fragorosas noches de San Juan.
—Qué casualidad… yo me dirijo hacia allí.
—¿También es tu primer día? —consultó Gloria, con una amplia sonrisa
dibujada en su rostro.
—No, no, para nada. Ya son cuatro los años que llevo acudiendo a ese
maravilloso lugar. Recuerdo que, cuando tenía ocho años, y por el mismo motivo
que tú, insistí en casa que quería apuntarme a un curso de patinaje artístico
y, ante la negativa por parte de mis padres en excusarse que no tenían tiempo,
mi abuela materna se ofreció a acompañarme. ¡Qué tiempos aquellos!, estaba tan
mona con aquellos maillots, falditas, mayas… ¡Tenía tantas ganas de aprender a
patinar!... Mi abuela, mientras tanto, me esperaba en el bar. Y ahora, después de tanto tiempo, me paseo
por allí con tanta soltura como si estaría en mi propia casa. Conozco y sé los
nombres de todos y cada uno de los que allí trabajan. ¡Son tan encantadores!
Al bajarse del autobús, ambas se dirigieron hacia las instalaciones y,
tras pasar por los vestuarios para el cambio de ropa y la colocación de los
patines, al llegar junto a la pista: «¡No puedo, no puedo! ¡Tengo miedo!»
—gritó Gloria antes de desaparecer del lugar sin despedirse siquiera…, y quiso
el «Destino» que nunca más volvieran a coincidir ni allí ni en cualquier otro
lugar.
Con doce años, Meritxell comenzó a recorrer las librerías y los
tenderetes de libros de segunda mano que se instalaban en el Paseo de Gracia en
busca de «tesoros». Buscaba darle un sentido a todo aquello que era llamado
parapsicología. Le encantaba leer y leer cosas acerca de hechizos, fantasmas,
espiritismo… Le resultaba imposible explicar a los demás lo que leía, pero, aun
así, le gustaba intentar lo que los libros decían y creer que todo era posible.
Tenía la extraña sensación de que si rebuscaba entre ellos encontraría tratados
sobre magia, Egipto, el Tarot… Libros con carisma, con alma, con mucho donde
aprender y a medida que fue creciendo esa manera de ver más allá de las cosas y
de internarse en intensas aventuras intangibles se convirtió en parte de ella.
Comenzó a imaginar que tal vez el Cosmos la había preparado para ser una
heroína, para tener superpoderes, para ser la guardiana de un secreto, para
volar hacia los lugares más recónditos del planeta en busca de la verdad
perdida… su capacidad creativa le había preparado para hacerlo sentada o
estirada, con los ojos abiertos o cerrados, sintiendo una energía especial
apoderarse de su epidermis y alejándose de su ser de para convertirse en
cualquier otra persona…
En su búsqueda de información, un viernes por la tarde, cumplidos los
quince años, fue con dos conocidos a visitar a una señora que se anunciaba en
las páginas amarillas como: tarotista, vidente, conocedora de los rituales
mágicos más importantes y de la eficacia de los amuletos… Al poco de llegar, y después de abonar la
cantidad económica que previamente habían pactado por teléfono, siguiendo tras
sus pasos se adentraron en un lúgubre cuarto donde la oscuridad y el aroma que
emanaba del incensario envolvían la estancia en un halo de misterio y
tenebrosidad cuya capacidad de sugestión bien podría incluso infundir terror en
el ser más despreciable que pueda cohabitar en la Tierra. Sin embargo, para
Meritxell y sus intrépidos acompañantes, no solo no se dejaron influenciar,
sino que, después de analizar con detenimiento aquella primera y extraña
sensación, coincidieron, sin que entre ellos mediase palabra alguna, en
asimilarlo como algo atractivo y emocionante. Meritxell, tal y como lo haría
una reportera dispuesta a llenar sus lagunas en su investigación, iba provista
de una libreta y un bolígrafo.
La tarotista era una mujer sexagenaria, con el pelo cano recogido en un
moño sobre la nuca. Sus ojos le parecieron poco expresivos y su forma de
hablar, de contestar con evasivas a sus preguntas, decepcionaron al grupo y, al
final, cuando menos se lo esperaban, sin saber por qué emprendieron una fugaz
carrera hasta llegar al portal. Durante
la huida se sentían acosados y perseguidos por los famélicos aullidos que,
desde el salón de estar de la pitonisa, provenían y eran emitidos por un
antiquísimo reloj de péndulo que anunciaba que eran las nueve en punto. Una vez
en la calle, además de la decepción experimentada por el trío, Meritxell salía
de allí con la libreta en blanco y las expectativas rebajadas a la nada.
Un tiempo después, estando en primero de BUP, por mediación de un
«pájarito», se enteró que, además de que sus compañeros se mofaban de ella por
sus pretensiones futuras, era el tema principal de las conversaciones que
mantenían los profesores durante el recreo y, sin poderlo evitar, hecha una
furia salió a su encuentro, y una vez que los tuvo en frente, se interpuso en
su camino manteniendo una posición
rígida, cruzando los brazos a la altura
del pecho, frunciendo el ceño, rechinando los dientes y apretando los puños:
—¡Les parecerá divertido!, ¿verdad? —gritó con la mirada fuera de sí.
El profesorado, sin saber de qué iba la historia, se miraban los unos a
los otros haciendo ademanes de incomprensión.
—Perdona, ¿a santo de qué viene tu actitud? —consultó Consuelo, la
profesora de Lenguaje.
—No se haga usted la desentendida —respondió con desaire, alzando un
tono su ya de por sí atiplada voz—. Sabe perfectamente a lo que me estoy
refiriendo... no se haga la tonta.
—Perdona que insista, pero no…: no tengo ni pajolera idea del porqué de
esta escena.
—¿Les parece bonito reírse de la ilusión de una alumna que sueña con ser
escritora?
—¡Ah!, de modo que se trata de eso.
—Pues, ¿de qué iba a ser si no?
—Meritxell, no quisiera parecerte pájaro de mal agüero, pero considero
que ya va siendo hora de que tomes consciencia de la realidad.
—¿Perdón?, ¿cómo dice?
—¿Acaso crees que alguien como tú puede convertirse en escritor?
Frunciendo de nuevo el ceño, apretando los puños y la mandíbula durante
unos segundos.
—¿Cómo yo?..., ¿qué quiere darme a entender con eso?, ¿acaso está
cualificada para decir si valgo o no?
—Solo trato de hacerte entender que alguien que es incapaz de corregir
los rasgos disléxicos, y se atreva a presentar en público un escrito lleno de
faltas ortográficas, correrá el riesgo de fracasar y padecer todo lo ello pueda
conllevar. No creas que estamos en tu contra ni mucho menos y sí que es cierto
que hablamos de ti y gracias a ello sé que, además de inteligente, según tengo
entendido, las matemáticas se te dan bien y ¿quién sabe? Quizás tu futuro esté
en los números y no en las letras.
Destensó los músculos, bajó los brazos y el tono y el volumen de voz de
manera considerada.
—Tal vez tenga usted razón doña Consuelo —susurró, sintiéndose
arrepentida de su desmesurada actuación, mordiéndose el labio inferior,
tratando de contener sus ganas de llorar.
Tras aquel tenso encuentro, Meritxell se apartó de la escritura durante
una temporada; pero como es imposible luchar contra natura: siguió haciéndolo a
hurtadillas, y, a partir de entonces se interesó por la lectura de otros
géneros literarios. Se entretuvo una larga temporada leyendo a Danielle Steel,
Bárbara Wood y Victoria Holt, entre otros. En su mayoría eran historias de
amor, lo que propició que se pasara las horas soñando despierta con su futuro
marido, tan pronto lo veía montado a lomos de un caballo en la Inglaterra
Victoriana como convertido en un ejecutivo de éxito en la actualidad. Era capaz
de sentir la intensidad de las emociones que arreciaban en sí misma como si él
fuera de carne y hueso y no una simple proyección de su mente.
Por aquel entonces, la paga semanal que recibía de sus progenitores la
invertía íntegramente en libros e interesada por el auge que en ella
despertaron las críticas y el elevado número de ventas se hizo con un ejemplar
de El Ocho, de Katherine Neville. Se aficionó a él de tal modo que terminó
leyéndolo de un tirón, sin apenas comer ni dormir, enganchada a las desventuras
de las protagonistas, descubriendo un nuevo mundo literario que le abriría las
puertas a muchas posibilidades. Después vendrían las colecciones de Ken Follet,
John Grisham, Patricia Cornwell, Michael Crichton… Novela negra, temas esotéricos,
enigmas sin resolver, crímenes, amor, odio... Fue a partir de entonces cuando
comenzó a creer que el mundo estaba lleno de señales y que nada ocurría así sin
más, sino que todo estaba predestinado y que temas tan interesantes como la
numerología iban de la mano del destino…
En la década de los ochenta y coincidiendo con su ingreso en el IB
(Instituto de Bachillerato) se dejó llevar por los colores llamativos hasta el
extremo de que no solo se cortó y tiñó de rojo el pelo, sino que incluso se
pintaba las uñas a juego. Su armario se llenó de pantalones de pinza con
pateras de campana, leggins de lycra estampados, largas camisetas de hombre,
foulards a juego con los pantalones y sus pies embutidos en unas botas rojas,
de tipo militar.
Durante una de las clases de segundo de BUP:
—Buenos días chicos. Me imagino que a estas alturas de la vida tendréis
alguna noción con respecto a la profesión que os gustaría ejercer en el futuro
—preguntó Paula, la profesora, con la única intención de poderlos orientar con
respecto a qué asignaturas deberían tener en cuenta: «médico, farmacéutico,
químico, matemático —respondieron enérgicamente la mayoría de os alumnos, y, en
último lugar—: «escritora» —dijo con voz trémula y apenas perceptible,
Meritxell.
El silencio se hizo presente y ocupó el espacio por completo…, unos
segundos después, lo harían unas dilatadas y estrepitosas risas que, además del
espacio de la clase, atravesaron muros, puertas y ventanas «Tierra, trágame»
—pensó Meritxell, mientras se preparaba para lo que pudiese venir después de
aquel descarado acto por parte de sus colegas.
Sin salir de su asombro, Paula gritó.
—¡¿Lo dices en serio?!
Hubo un pequeño silencio, justo el tiempo necesario para fundamentar una
respuesta coherente por parte de la alumna.
—Sé y soy consciente que he nacido para ello y de que tengo facilidad
para crear y contar historias fantásticas, interesantes y verosímiles, ¿no es
suficiente con eso?
Ella se había jurado a sí misma que nadie, absolutamente nadie, tendría
potestad para hacerla desistir en su empeño de alcanzar aquello que tanto
anhelaba desde que tenía uso de razón.
La profesora intentó justificar su actitud sin mirarla, buscando la
complicidad del resto de los alumnos.
—El éxito de un escritor depende de un conjunto de elementos y, parece
ser que a alguien se le olvida o pasa por alto algo tan fundamental como
escribir siguiendo las normas gramaticales.
—Bueno, pero eso es algo que se puede corregir, solo es cuestión de
proponérselo y practicar.
—Según tengo entendido, llevas intentándolo desde Primaria y, a las
pruebas me remito… —dijo levantando de la mesa uno de los ejercicios que
recientemente había corregido—. ¿Sabes que es lo que más llama la atención de
este escrito?
—No —respondió con desaire.
—Las faltas de ortografía, los errores sintácticos, el mal uso de los
signos de puntuación… Me temo que, ni de la mano de una secretaria, lograrás
cumplir tu sueño.
—No pretenderá usted que con sus mal intencionadas palabras conseguirá
que deje de luchar por algo que estoy totalmente convencida que tarde o
temprano lograré algún día, ¿verdad?
Desconcertada, iracunda y vistiéndose de paciencia: tratando de dar la
vuelta a la tortilla…
—¡Oh, por Dios! Pero ¿cómo te atreves? Tan solo trato de que aproveches
la oportunidad que tienes de estudiar y labrarte un buen futuro. Las
matemáticas se te dan bastante bien y podrías dirigir hacia ellas tus estudios,
las Ciencias Económicas y Empresariales serían una excelente opción y, en caso
de que triunfases como escritora, quién mejor que tú para encargarse del
marketing, la contabilidad y los beneficios.
Como consecuencia de aquella conversación, unos días después, Meritxell
recapacitó y al terminar el ciclo de Bachiller, con un notable de media, en
septiembre de 1989, se matriculó en la Facultad de Ciencias Económicas y
Empresariales de Barcelona.
Al principio, para desplazarse hasta la Universidad, lo hacía utilizando
los servicios públicos; pero unos meses después, cansada del tiempo que
desperdiciaba esperando la llegada del autobús. Tras recibir el permiso de
circulación que previamente había solicitado personándose en una de las
oficinas DGT, se las ingenió de tal manera que, a pesar de que en principio su
padre se mostraba reacio y no lo veía tan fácil como su hija se lo estaba
pintando… Al final, no solo aceptó, sino que aquella misma tarde se ofreció a
acompañarla y, después de haber estado más de un cuarto de hora largo frente al
escaparte, se adentraron en el establecimiento:
—Hola, buenas tardes —dijeron casi a la par.
Tras el mostrador se encontraba, cigarro en boca, un orondo hombre que
tanto por su aspecto físico como por la indumentaria que este lucía era
imposible adivinar, entre otras cosas, la edad que podría tener.
—Hola, buenas tardes. ¿Les puedo ayudar en algo? —dijo con voz clara y
concisa.
—¿Podría aconsejarnos algún ciclomotor en especial? —sugirió con tono
suave y voz grave Andrés—. Hay tantos expuestos que nos resulta difícil elegir.
—No se preocupe por nada amigo… y sin ánimo de ser pretencioso. Puedo
asegurarles que, además de informarles que están en el lugar indicado,
cualquiera de los modelos que se hallan expuestos a la venta: podrá cubrir las
expectativas incluso tratándose del cliente más exigente… desde que en 1949
saliese al mercado el primer velomotor SRS… nos avalan los 11 campeonatos
conseguidos con pilotos como Ángel Nieto, Ricardo Tormo, Jorge Martínez
«Aspar»… Así mismo, les hago saber que con respecto a la calidad/precio somos
el número uno en todo Barcelona.
—Precisamente por eso y por el hecho de ser fabricadas aquí y la fama
que goza la marca es lo que nos ha conducido hasta usted.
—Y bien…, llegados a este punto: solo me queda hacer una pregunta para
poder orientarles en la adquisición del vehículo ¿Quién de los dos conducirá el
ciclomotor?
—En principio lo utilizará mi hija para desplazarse por la ciudad,
aunque, a decir verdad, la adquisición dependerá más de lo complicado que pueda
resultar el manejo que de su propio coste.
Sobre el labio superior del vendedor apareció dibujado algo que
asemejaba ser el esbozo de una ligera sonrisa y, tras acariciarse el mentón,
tratando de hacer cómo que se lo estaba pensando.
—¿Sabes montar en bicicleta? —consultó con tono irónico.
—Sí, sí —respondió Meritxell con voz trepidante—, prácticamente aprendí
a montar en ella casi antes de echar a andar.
—¿Tienes el permiso de circulación?
Meritxell asintió reiteradas veces con la cabeza mientras trataba de
sacarlo del bolsillo de la cazadora de cuero.
—Pues, siendo así, ¿qué te parece aquella negra que está detrás de la
Diablo?
—¿No la tienen en color rojo?
—Sí, creo que en la trastienda debe de haber un par de ellas como
mínimo.
Padre e hija se miraron un instante para compartir la alegría que les
embargaba en aquellos momentos.
—Perdón, ¿sabe usted si viene con libro de instrucciones? —consultó
angustiada.
—No te preocupes chiquilla, para que funcione bastará con ponerla en
marcha, estar pendiente de que en el deposito haya gasolina y de vez en cuando
comprobar que el nivel del aceite está entre estas dos rayas —dijo mientras le
iba explicando los pasos a seguir en cada momento.
—Si eso es todo…, entonces está chupado... —gritó entusiasmada.
—También tendrás que tener mucho cuidado cuando formes parte del
tráfico…, ya sabes, respetar señales y, por supuesto, no te olvides de ponerte
el casco cada vez que utilices el ciclomotor.
—¡Ah!, pero también es obligatorio llevarlo.
—Sí, claro y el seguro también.
—¿Y en cuánto se pone al final todo el conjunto?
—Tranquila. No tienes por qué preocuparte. El casco y el seguro durante
el primer año van por cuenta del dueño, o sea del mismo que os está atendiendo.
Tras realizar el pago y despedirse del vendedor, padre e hija, salieron
convencidos que, de no haber sido por el
usual carácter y el elocuente diálogo empleado por este: habrían regresado a casa en el mismo vehículo
con el que habían llegado, pero quiso el Destino que, ella lo hiciese a lomos de su flamante Derbi
Variant luciendo sobre su cabeza un casco negro tipo Jockey, como si estuviese
emulando a un jinete en el Royal Ascot,
mientras su padre la cubría
el franco trasero a bordo de su negro e inmaculado Audi A6 Allroad
Quattro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario