domingo, 25 de septiembre de 2016

Capítulo I, episodio 2, En el Fondo del Mar...


    Abril de 1979
   Todos los años, con motivo de la festividad de Sant Jordi, día del libro, en el colegio y a nivel interno, se instaba a los alumnos a participar en un concurso literario. Meritxell desplegaba su capacidad creativa y de manera compulsiva escribía ilusionada sin perder la esperanza de que sus sueños se hicieran realidad…, pero lo más duro para ella, era el día que entregaban los premios:  siempre se iba de vacío.
   Ese mismo año, no contenta con los resultados y armándose de valor, se dirigió hacia una de las profesoras:
   —Doña Clara, ¿puedo hacerle una pregunta?
   Por un instante demudó el semblante de la sorprendida educadora. El porte iracundo que acompañaba al rostro de Meritxell no era para menos.
   —Sí, claro ¡Cómo no!
   —¿Por qué mis escritos nunca tienen premio? ¿Mis historias no son buenas?
   —No, si no es por las historias en sí, sino por como las cuentas…, es decir, como las escribes —Hubo un breve silencio—. ¿Ves todo lo que hay subrayado con bolígrafo rojo?
   Arrugando el ceño, poniendo cara de tener pocos amigos respondió con desaire.
   —Sí, claro que lo veo. ¡No soy ni tonta ni ciega!
   —¿Acaso crees que se puede conceder un premio a un escrito ininteligible y con tantas faltas de ortografía?
   La falta de tacto y rotundidad empleada por parte de la profesora, sin embargo, no consiguieron su propósito, y, en silencio, sin que nadie lo supiese, continuó escribiendo con la esperanza de que, si trabajaba duro, al final alcanzaría su meta.
   Un día, después de haber llegado a la parada de la Diagonal y tomar el autobús de la línea 6, Meritxell recorrió el pasillo hasta el final y se sentó en la última fila de asientos junto a una chica, más o menos de su misma edad, rubia, de ojos azules, mirada triste y cara de preocupación.
   —Hola, ¿te ocurre algo?  —dijo a modo de saludo—. Me llamo Meritxell.
   —No…, bueno en realidad sí.
   —¿No? ¿Sí? Pero eso es imposible, tienes que decidirte solo por una opción.
   —Perdona por no haberme presentado antes —dijo tendiendo su mano—, soy Gloria..., y, la verdad es que en estos momentos me siento bastante insegura.
   —¿Y eso?
   —En el fondo es una tontería, pero es que, por un lado, tengo enormes ganas de llegar y, sin embargo, por el otro, temo hacer el mayor de los ridículos.
   —Perdona mi atrevimiento Gloria, pero es que si no eres más explícita no sé de donde viene el aire.
   —Se trata de un sueño que me acompaña desde hace bastante tiempo, en concreto, desde que un día retransmitieron por televisión un programa de patinaje artístico y, hoy, después de habérmelo pensado «más de un millón de veces», he decidido acudir a la pista.
   El rostro de Meritxell se iluminó como lo hace el cielo en las fragorosas noches de San Juan.
   —Qué casualidad… yo me dirijo hacia allí.
   —¿También es tu primer día? —consultó Gloria, con una amplia sonrisa dibujada en su rostro.
   —No, no, para nada. Ya son cuatro los años que llevo acudiendo a ese maravilloso lugar. Recuerdo que, cuando tenía ocho años, y por el mismo motivo que tú, insistí en casa que quería apuntarme a un curso de patinaje artístico y, ante la negativa por parte de mis padres en excusarse que no tenían tiempo, mi abuela materna se ofreció a acompañarme. ¡Qué tiempos aquellos!, estaba tan mona con aquellos maillots, falditas, mayas… ¡Tenía tantas ganas de aprender a patinar!... Mi abuela, mientras tanto, me esperaba en el bar.  Y ahora, después de tanto tiempo, me paseo por allí con tanta soltura como si estaría en mi propia casa. Conozco y sé los nombres de todos y cada uno de los que allí trabajan. ¡Son tan encantadores!
   Al bajarse del autobús, ambas se dirigieron hacia las instalaciones y, tras pasar por los vestuarios para el cambio de ropa y la colocación de los patines, al llegar junto a la pista: «¡No puedo, no puedo! ¡Tengo miedo!» —gritó Gloria antes de desaparecer del lugar sin despedirse siquiera…, y quiso el «Destino» que nunca más volvieran a coincidir ni allí ni en cualquier otro lugar.

   Con doce años, Meritxell comenzó a recorrer las librerías y los tenderetes de libros de segunda mano que se instalaban en el Paseo de Gracia en busca de «tesoros». Buscaba darle un sentido a todo aquello que era llamado parapsicología. Le encantaba leer y leer cosas acerca de hechizos, fantasmas, espiritismo… Le resultaba imposible explicar a los demás lo que leía, pero, aun así, le gustaba intentar lo que los libros decían y creer que todo era posible. Tenía la extraña sensación de que si rebuscaba entre ellos encontraría tratados sobre magia, Egipto, el Tarot… Libros con carisma, con alma, con mucho donde aprender y a medida que fue creciendo esa manera de ver más allá de las cosas y de internarse en intensas aventuras intangibles se convirtió en parte de ella. Comenzó a imaginar que tal vez el Cosmos la había preparado para ser una heroína, para tener superpoderes, para ser la guardiana de un secreto, para volar hacia los lugares más recónditos del planeta en busca de la verdad perdida… su capacidad creativa le había preparado para hacerlo sentada o estirada, con los ojos abiertos o cerrados, sintiendo una energía especial apoderarse de su epidermis y alejándose de su ser de para convertirse en cualquier otra persona…
   En su búsqueda de información, un viernes por la tarde, cumplidos los quince años, fue con dos conocidos a visitar a una señora que se anunciaba en las páginas amarillas como: tarotista, vidente, conocedora de los rituales mágicos más importantes y de la eficacia de los amuletos…  Al poco de llegar, y después de abonar la cantidad económica que previamente habían pactado por teléfono, siguiendo tras sus pasos se adentraron en un lúgubre cuarto donde la oscuridad y el aroma que emanaba del incensario envolvían la estancia en un halo de misterio y tenebrosidad cuya capacidad de sugestión bien podría incluso infundir terror en el ser más despreciable que pueda cohabitar en la Tierra. Sin embargo, para Meritxell y sus intrépidos acompañantes, no solo no se dejaron influenciar, sino que, después de analizar con detenimiento aquella primera y extraña sensación, coincidieron, sin que entre ellos mediase palabra alguna, en asimilarlo como algo atractivo y emocionante. Meritxell, tal y como lo haría una reportera dispuesta a llenar sus lagunas en su investigación, iba provista de una libreta y un bolígrafo.
   La tarotista era una mujer sexagenaria, con el pelo cano recogido en un moño sobre la nuca. Sus ojos le parecieron poco expresivos y su forma de hablar, de contestar con evasivas a sus preguntas, decepcionaron al grupo y, al final, cuando menos se lo esperaban, sin saber por qué emprendieron una fugaz carrera hasta llegar al portal.  Durante la huida se sentían acosados y perseguidos por los famélicos aullidos que, desde el salón de estar de la pitonisa, provenían y eran emitidos por un antiquísimo reloj de péndulo que anunciaba que eran las nueve en punto. Una vez en la calle, además de la decepción experimentada por el trío, Meritxell salía de allí con la libreta en blanco y las expectativas rebajadas a la nada.
   Un tiempo después, estando en primero de BUP, por mediación de un «pájarito», se enteró que, además de que sus compañeros se mofaban de ella por sus pretensiones futuras, era el tema principal de las conversaciones que mantenían los profesores durante el recreo y, sin poderlo evitar, hecha una furia salió a su encuentro, y una vez que los tuvo en frente, se interpuso en su camino  manteniendo una posición rígida,  cruzando los brazos a la altura del pecho, frunciendo el ceño, rechinando los dientes y apretando los puños:
   —¡Les parecerá divertido!, ¿verdad? —gritó con la mirada fuera de sí.
   El profesorado, sin saber de qué iba la historia, se miraban los unos a los otros haciendo ademanes de incomprensión.
   —Perdona, ¿a santo de qué viene tu actitud? —consultó Consuelo, la profesora de Lenguaje.
   —No se haga usted la desentendida —respondió con desaire, alzando un tono su ya de por sí atiplada voz—. Sabe perfectamente a lo que me estoy refiriendo... no se haga la tonta.
   —Perdona que insista, pero no…: no tengo ni pajolera idea del porqué de esta escena.
   —¿Les parece bonito reírse de la ilusión de una alumna que sueña con ser escritora?
   —¡Ah!, de modo que se trata de eso.
   —Pues, ¿de qué iba a ser si no?
   —Meritxell, no quisiera parecerte pájaro de mal agüero, pero considero que ya va siendo hora de que tomes consciencia de la realidad.
   —¿Perdón?, ¿cómo dice?
   —¿Acaso crees que alguien como tú puede convertirse en escritor?
   Frunciendo de nuevo el ceño, apretando los puños y la mandíbula durante unos segundos.
   —¿Cómo yo?..., ¿qué quiere darme a entender con eso?, ¿acaso está cualificada para decir si valgo o no?
   —Solo trato de hacerte entender que alguien que es incapaz de corregir los rasgos disléxicos, y se atreva a presentar en público un escrito lleno de faltas ortográficas, correrá el riesgo de fracasar y padecer todo lo ello pueda conllevar. No creas que estamos en tu contra ni mucho menos y sí que es cierto que hablamos de ti y gracias a ello sé que, además de inteligente, según tengo entendido, las matemáticas se te dan bien y ¿quién sabe? Quizás tu futuro esté en los números y no en las letras.
   Destensó los músculos, bajó los brazos y el tono y el volumen de voz de manera considerada.
   —Tal vez tenga usted razón doña Consuelo —susurró, sintiéndose arrepentida de su desmesurada actuación, mordiéndose el labio inferior, tratando de contener sus ganas de llorar. 
  Tras aquel tenso encuentro, Meritxell se apartó de la escritura durante una temporada; pero como es imposible luchar contra natura: siguió haciéndolo a hurtadillas, y, a partir de entonces se interesó por la lectura de otros géneros literarios. Se entretuvo una larga temporada leyendo a Danielle Steel, Bárbara Wood y Victoria Holt, entre otros. En su mayoría eran historias de amor, lo que propició que se pasara las horas soñando despierta con su futuro marido, tan pronto lo veía montado a lomos de un caballo en la Inglaterra Victoriana como convertido en un ejecutivo de éxito en la actualidad. Era capaz de sentir la intensidad de las emociones que arreciaban en sí misma como si él fuera de carne y hueso y no una simple proyección de su mente.
   Por aquel entonces, la paga semanal que recibía de sus progenitores la invertía íntegramente en libros e interesada por el auge que en ella despertaron las críticas y el elevado número de ventas se hizo con un ejemplar de El Ocho, de Katherine Neville. Se aficionó a él de tal modo que terminó leyéndolo de un tirón, sin apenas comer ni dormir, enganchada a las desventuras de las protagonistas, descubriendo un nuevo mundo literario que le abriría las puertas a muchas posibilidades. Después vendrían las colecciones de Ken Follet, John Grisham, Patricia Cornwell, Michael Crichton… Novela negra, temas esotéricos, enigmas sin resolver, crímenes, amor, odio... Fue a partir de entonces cuando comenzó a creer que el mundo estaba lleno de señales y que nada ocurría así sin más, sino que todo estaba predestinado y que temas tan interesantes como la numerología iban de la mano del destino…  En la década de los ochenta y coincidiendo con su ingreso en el IB (Instituto de Bachillerato) se dejó llevar por los colores llamativos hasta el extremo de que no solo se cortó y tiñó de rojo el pelo, sino que incluso se pintaba las uñas a juego. Su armario se llenó de pantalones de pinza con pateras de campana, leggins de lycra estampados, largas camisetas de hombre, foulards a juego con los pantalones y sus pies embutidos en unas botas rojas, de tipo militar.
   Durante una de las clases de segundo de BUP:
   —Buenos días chicos. Me imagino que a estas alturas de la vida tendréis alguna noción con respecto a la profesión que os gustaría ejercer en el futuro —preguntó Paula, la profesora, con la única intención de poderlos orientar con respecto a qué asignaturas deberían tener en cuenta: «médico, farmacéutico, químico, matemático —respondieron enérgicamente la mayoría de os alumnos, y, en último lugar—: «escritora» —dijo con voz trémula y apenas perceptible, Meritxell.
   El silencio se hizo presente y ocupó el espacio por completo…, unos segundos después, lo harían unas dilatadas y estrepitosas risas que, además del espacio de la clase, atravesaron muros, puertas y ventanas «Tierra, trágame» —pensó Meritxell, mientras se preparaba para lo que pudiese venir después de aquel descarado acto por parte de sus colegas.
  Sin salir de su asombro, Paula gritó.
   —¡¿Lo dices en serio?!
   Hubo un pequeño silencio, justo el tiempo necesario para fundamentar una respuesta coherente por parte de la alumna.
   —Sé y soy consciente que he nacido para ello y de que tengo facilidad para crear y contar historias fantásticas, interesantes y verosímiles, ¿no es suficiente con eso?
   Ella se había jurado a sí misma que nadie, absolutamente nadie, tendría potestad para hacerla desistir en su empeño de alcanzar aquello que tanto anhelaba desde que tenía uso de razón.
   La profesora intentó justificar su actitud sin mirarla, buscando la complicidad del resto de los alumnos.
   —El éxito de un escritor depende de un conjunto de elementos y, parece ser que a alguien se le olvida o pasa por alto algo tan fundamental como escribir siguiendo las normas gramaticales.
   —Bueno, pero eso es algo que se puede corregir, solo es cuestión de proponérselo y practicar.
   —Según tengo entendido, llevas intentándolo desde Primaria y, a las pruebas me remito… —dijo levantando de la mesa uno de los ejercicios que recientemente había corregido—. ¿Sabes que es lo que más llama la atención de este escrito?
   —No —respondió con desaire.
   —Las faltas de ortografía, los errores sintácticos, el mal uso de los signos de puntuación… Me temo que, ni de la mano de una secretaria, lograrás cumplir tu sueño.
   —No pretenderá usted que con sus mal intencionadas palabras conseguirá que deje de luchar por algo que estoy totalmente convencida que tarde o temprano lograré algún día, ¿verdad?
   Desconcertada, iracunda y vistiéndose de paciencia: tratando de dar la vuelta a la tortilla…
   —¡Oh, por Dios! Pero ¿cómo te atreves? Tan solo trato de que aproveches la oportunidad que tienes de estudiar y labrarte un buen futuro. Las matemáticas se te dan bastante bien y podrías dirigir hacia ellas tus estudios, las Ciencias Económicas y Empresariales serían una excelente opción y, en caso de que triunfases como escritora, quién mejor que tú para encargarse del marketing, la contabilidad y los beneficios.
  Como consecuencia de aquella conversación, unos días después, Meritxell recapacitó y al terminar el ciclo de Bachiller, con un notable de media, en septiembre de 1989, se matriculó en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de Barcelona.
   Al principio, para desplazarse hasta la Universidad, lo hacía utilizando los servicios públicos; pero unos meses después, cansada del tiempo que desperdiciaba esperando la llegada del autobús. Tras recibir el permiso de circulación que previamente había solicitado personándose en una de las oficinas DGT, se las ingenió de tal manera que, a pesar de que en principio su padre se mostraba reacio y no lo veía tan fácil como su hija se lo estaba pintando… Al final, no solo aceptó, sino que aquella misma tarde se ofreció a acompañarla y, después de haber estado más de un cuarto de hora largo frente al escaparte, se adentraron en el establecimiento:
   —Hola, buenas tardes —dijeron casi a la par.
   Tras el mostrador se encontraba, cigarro en boca, un orondo hombre que tanto por su aspecto físico como por la indumentaria que este lucía era imposible adivinar, entre otras cosas, la edad que podría tener.
   —Hola, buenas tardes. ¿Les puedo ayudar en algo? —dijo con voz clara y concisa.
   —¿Podría aconsejarnos algún ciclomotor en especial? —sugirió con tono suave y voz grave Andrés—. Hay tantos expuestos que nos resulta difícil elegir.
   —No se preocupe por nada amigo… y sin ánimo de ser pretencioso. Puedo asegurarles que, además de informarles que están en el lugar indicado, cualquiera de los modelos que se hallan expuestos a la venta: podrá cubrir las expectativas incluso tratándose del cliente más exigente… desde que en 1949 saliese al mercado el primer velomotor SRS… nos avalan los 11 campeonatos conseguidos con pilotos como Ángel Nieto, Ricardo Tormo, Jorge Martínez «Aspar»… Así mismo, les hago saber que con respecto a la calidad/precio somos el número uno en todo Barcelona.
   —Precisamente por eso y por el hecho de ser fabricadas aquí y la fama que goza la marca es lo que nos ha conducido hasta usted.
   —Y bien…, llegados a este punto: solo me queda hacer una pregunta para poder orientarles en la adquisición del vehículo ¿Quién de los dos conducirá el ciclomotor?
   —En principio lo utilizará mi hija para desplazarse por la ciudad, aunque, a decir verdad, la adquisición dependerá más de lo complicado que pueda resultar el manejo que de su propio coste.
  Sobre el labio superior del vendedor apareció dibujado algo que asemejaba ser el esbozo de una ligera sonrisa y, tras acariciarse el mentón, tratando de hacer cómo que se lo estaba pensando.
   —¿Sabes montar en bicicleta? —consultó con tono irónico.
    —Sí, sí —respondió Meritxell con voz trepidante—, prácticamente aprendí a montar en ella casi antes de echar a andar.
    —¿Tienes el permiso de circulación?
    Meritxell asintió reiteradas veces con la cabeza mientras trataba de sacarlo del bolsillo de la cazadora de cuero.
    —Pues, siendo así, ¿qué te parece aquella negra que está detrás de la Diablo?
    —¿No la tienen en color rojo?
    —Sí, creo que en la trastienda debe de haber un par de ellas como mínimo.
    Padre e hija se miraron un instante para compartir la alegría que les embargaba en aquellos momentos.
   —Perdón, ¿sabe usted si viene con libro de instrucciones? —consultó angustiada.
   —No te preocupes chiquilla, para que funcione bastará con ponerla en marcha, estar pendiente de que en el deposito haya gasolina y de vez en cuando comprobar que el nivel del aceite está entre estas dos rayas —dijo mientras le iba explicando los pasos a seguir en cada momento.
   —Si eso es todo…, entonces está chupado... —gritó entusiasmada.
   —También tendrás que tener mucho cuidado cuando formes parte del tráfico…, ya sabes, respetar señales y, por supuesto, no te olvides de ponerte el casco cada vez que utilices el ciclomotor.
   —¡Ah!, pero también es obligatorio llevarlo.
   —Sí, claro y el seguro también.
   —¿Y en cuánto se pone al final todo el conjunto?
   —Tranquila. No tienes por qué preocuparte. El casco y el seguro durante el primer año van por cuenta del dueño, o sea del mismo que os está atendiendo.
   Tras realizar el pago y despedirse del vendedor, padre e hija, salieron convencidos  que, de no haber sido por el usual carácter y el elocuente diálogo empleado por este:  habrían regresado a casa en el mismo vehículo con el que habían llegado, pero quiso el Destino que,  ella lo hiciese a lomos de su flamante Derbi Variant luciendo sobre su cabeza un casco negro tipo Jockey, como si estuviese emulando a un jinete en el Royal Ascot,  mientras  su padre  la cubría  el franco trasero a bordo de su negro e inmaculado Audi A6 Allroad Quattro.

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