Escrito el 27 de
julio de 2013
Deambulaba por mi
cabeza desde hacía varios días la idea, pero no sería hasta ayer, por la
mañana, cuando decidí que hoy, después de desayunar y haber realizado mis
obligaciones diarias, me desplazaría hasta el río con la intención de pasar un
buen rato.
A penas a doscientos
metros apartado de casa y a unos cincuenta de la ciudad, se halla el lugar
elegido para pasar la mañana pescando. Se trata de pequeño lago artificial, que
recibe las aguas del río a su paso por la ciudad de Miranda de Ebro. Lago que a
su vez está bordeado por unos caminos que son frecuentados por los ciudadanos
para pasear a cualquier hora del día.
Frente a mí, al
otro lado del lago, hay una zona donde abundan las espadañas y los carrizales,
a mi izquierda, a unos veinticinco metros, se halla un pequeño puente que sirve
para comunicar los caminos y el acceso hasta donde me encuentro. A mi espalda
tengo unos frondosos y verdes chopos que me resguardan del sol y que discurren paralelos
al río. A la derecha, a unos cincuenta metros se encuentra otro puente que
permite el encuentro entre los caminos que conducen hasta el paraje donde se
acopla el Bayas al Ebro…
Al llegar, he
invitado a los peces a comer, es decir, les he lanzado al agua unas bolitas de
masa de pan —lo mismo que utilizaría después como cebo—. Al comenzar a pescar,
era tal la calma del aire y el agua que el lago parecía más una imagen, que una
realidad.
A través del
pabellón auditivo percibí cómo, llegaba el alborozado canturrear de los
discordantes pajarillos, desde todas direcciones. Estos parecían estar compitiendo
por ver cuál cantaba más alto y mejor, pero, al aguzar los sentidos, era tal la
concordancia y precisión que podían ser escuchados todos y cada uno,
independientemente de la frecuencia de emisión o proximidad que estos se
hallasen con respecto mi ubicación. A menos de un metro de donde estaba
sentado, he podido ser testigo, de cómo dos percasoles, de unos diez
centímetros de longitud, defendían la zona que utilizan para desovar, cual si
fueran dos caballeros de la Edad Media defendiendo el castillo de su Señor y,
por ende, cualquier pez o animal extraño que se acercase era atacado
ferozmente. Su actitud me ha hecho pensar que no dudarían en atacarme incluso a
mí si hubiese sido preciso defender a su descendientes. También he observado
que en alguna de las invasiones, incluso se han unido para expulsar a quien
osara acercarse hasta ellos y otras, en cambio, no se han reconocido entre
ellos y se han atacado con igual o mayor saña: algo que, al mismo tiempo, me ha
dejado sorprendido y hecho sonreír.
Me ha llamado la
atención la destreza y precisión de las golondrinas que se han estado acercando
hasta el lago para ir cogiendo agua, no sé si era para beber, o para ir
haciendo el nido, aunque creo que el verano está muy avanzado y posiblemente
incluso hayan nacido los polluelos.
Me gusta pescar de
orilla, es decir, con veleta y a escasos metros de la orilla, ya que: para mí,
es bastante más interesante que pescar a fondo y esperar a que el pez lo haga
todo; solo por el hecho de que conlleva estar más atento y, ante cualquier movimiento de esta, pegar un leve tirón para clavar el anzuelo en la
comisura de los labios del pez.
A eso de media mañana,
me ha picado la primera, pero no he logrado sacarlo del agua; ya que, este me
ha roto el sedal y la veleta. No creas que se trata una hipérbole,
sencillamente se ha roto el bajo de línea a la altura del anzuelo. Se trataba
de una carpa común, la he tenido muy cerca de la orilla y, por lo que he podido
ver, por el tamaño y el grosor, esta no pesaría más de un kilo y medio. Un rato
después, me ha vuelto a picar otro pez y tampoco lo he podido sacar, en esta
ocasión se ha enganchado en una rama y al final se ha soltado, pero este era
pequeñito.
Sobre la una más o
menos se ha levantado viento y me ha traído un rico y agradable olor a galletas
recién hechas, este olor procede del cercano polígono industrial donde se
encuentra situada la fábrica de Galletas Coral y, después de haber recibido
este apetecible olorcito, ha sido mi estómago el que ha comenzado a dar
señales; algo parecido a calor y sensación de vacío y esto es lo que ha
determinado el final de la jornada de pesca.
La verdad es que no
me importa el no haber sido capaz de pescar nada, ya que eso me ha permitido
descubrir cuantas cosas maravillosas hay a nuestro alrededor y, no somos
conscientes de que la vida es algo maravilloso, y que tan solo requiere que nos
fijemos un poco más en esos pequeños detalles que tan cerca tenemos y, a veces
ni siquiera somos conscientes.
Para mí, hoy es un
gran día y siento necesidad de compartirlo contigo.
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