sábado, 26 de diciembre de 2015

Hoy he ido a pescar al Ebro…

Escrito el 27 de julio de 2013

Deambulaba por mi cabeza desde hacía varios días la idea, pero no sería hasta ayer, por la mañana, cuando decidí que hoy, después de desayunar y haber realizado mis obligaciones diarias, me desplazaría hasta el río con la intención de pasar un buen rato.

A penas a doscientos metros apartado de casa y a unos cincuenta de la ciudad, se halla el lugar elegido para pasar la mañana pescando. Se trata de pequeño lago artificial, que recibe las aguas del río a su paso por la ciudad de Miranda de Ebro. Lago que a su vez está bordeado por unos caminos que son frecuentados por los ciudadanos para pasear a cualquier hora del día.

Frente a mí, al otro lado del lago, hay una zona donde abundan las espadañas y los carrizales, a mi izquierda, a unos veinticinco metros, se halla un pequeño puente que sirve para comunicar los caminos y el acceso hasta donde me encuentro. A mi espalda tengo unos frondosos y verdes chopos que me resguardan del sol y que discurren paralelos al río. A la derecha, a unos cincuenta metros se encuentra otro puente que permite el encuentro entre los caminos que conducen hasta el paraje donde se acopla el Bayas al Ebro…

Al llegar, he invitado a los peces a comer, es decir, les he lanzado al agua unas bolitas de masa de pan —lo mismo que utilizaría después como cebo—. Al comenzar a pescar, era tal la calma del aire y el agua que el lago parecía más una imagen, que una realidad.

A través del pabellón auditivo percibí cómo, llegaba el alborozado canturrear de los discordantes pajarillos, desde todas direcciones. Estos parecían estar compitiendo por ver cuál cantaba más alto y mejor, pero, al aguzar los sentidos, era tal la concordancia y precisión que podían ser escuchados todos y cada uno, independientemente de la frecuencia de emisión o proximidad que estos se hallasen con respecto mi ubicación. A menos de un metro de donde estaba sentado, he podido ser testigo, de cómo dos percasoles, de unos diez centímetros de longitud, defendían la zona que utilizan para desovar, cual si fueran dos caballeros de la Edad Media defendiendo el castillo de su Señor y, por ende, cualquier pez o animal extraño que se acercase era atacado ferozmente. Su actitud me ha hecho pensar que no dudarían en atacarme incluso a mí si hubiese sido preciso defender a su descendientes. También he observado que en alguna de las invasiones, incluso se han unido para expulsar a quien osara acercarse hasta ellos y otras, en cambio, no se han reconocido entre ellos y se han atacado con igual o mayor saña: algo que, al mismo tiempo, me ha dejado sorprendido y hecho sonreír.

Me ha llamado la atención la destreza y precisión de las golondrinas que se han estado acercando hasta el lago para ir cogiendo agua, no sé si era para beber, o para ir haciendo el nido, aunque creo que el verano está muy avanzado y posiblemente incluso hayan nacido los polluelos.

Me gusta pescar de orilla, es decir, con veleta y a escasos metros de la orilla, ya que: para mí, es bastante más interesante que pescar a fondo y esperar a que el pez lo haga todo; solo por el hecho de que conlleva estar más atento y, ante cualquier movimiento de esta, pegar un leve tirón para clavar el anzuelo en la comisura de los labios del pez.

A eso de media mañana, me ha picado la primera, pero no he logrado sacarlo del agua; ya que, este me ha roto el sedal y la veleta. No creas que se trata una hipérbole, sencillamente se ha roto el bajo de línea a la altura del anzuelo. Se trataba de una carpa común, la he tenido muy cerca de la orilla y, por lo que he podido ver, por el tamaño y el grosor, esta no pesaría más de un kilo y medio. Un rato después, me ha vuelto a picar otro pez y tampoco lo he podido sacar, en esta ocasión se ha enganchado en una rama y al final se ha soltado, pero este era pequeñito.
Sobre la una más o menos se ha levantado viento y me ha traído un rico y agradable olor a galletas recién hechas, este olor procede del cercano polígono industrial donde se encuentra situada la fábrica de Galletas Coral y, después de haber recibido este apetecible olorcito, ha sido mi estómago el que ha comenzado a dar señales; algo parecido a calor y sensación de vacío y esto es lo que ha determinado el final de la jornada de pesca.

La verdad es que no me importa el no haber sido capaz de pescar nada, ya que eso me ha permitido descubrir cuantas cosas maravillosas hay a nuestro alrededor y, no somos conscientes de que la vida es algo maravilloso, y que tan solo requiere que nos fijemos un poco más en esos pequeños detalles que tan cerca tenemos y, a veces ni siquiera somos conscientes.

Para mí, hoy es un gran día y siento necesidad de compartirlo contigo.


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