Escrito el 17 de mayo de 2013
El árbol se hallaba complacido por los
beneficios que obtenía de manera gratuita del río, sin importarle que para ello
tuviese que sufrir el transito de las personas. Aquellos seres que le veían
útil solo por el hecho de que a través de sus ramas podían acceder directamente
al agua. Gozando y disfrutando con la sensación que a estos le causaba la
distancia existente entre la rama y el agua. El árbol se sentía dichoso y ni
siquiera le importaba que para ello fuera preciso ser desprendido de algunas de
sus ramas, con el fin de facilitar el paso y el disfrute de los humanos. Es
más, se sentía un árbol privilegiado por el hecho de disponer de todo el agua
necesaria para saciar a todas y cada una de sus raíces. Eso mismo le había
permitido crecer rápido, fuerte y frondoso.
Recordaba con alegría, que tiempo atrás bajo
él habían sesteado en verano; al resguardo de su majestuosa, refrescante y
placentera sombra: infinidad de ovejas, vacas y caballos que habían acudido a
él para liberarse de picores y calores, además, de haber sido durante años el
lugar elegido por un par de parejas de escandalosas, traviesas y atrevidas picazas.
Por todo ello se sentía este aliso dichoso, y aún más si cabe, por haber sido
testigo directo de como otros de su especie yacían inertes; con sus ramas
pudriéndose dentro del agua, sin haber saboreado el calor y el candidez de los
demás seres vivos.
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