domingo, 14 de agosto de 2016

Primera parte, episodio 2, Atrapados en la red

Una mañana, encontrándome en casa, aún sin haberme vestido para salir a la calle, tal y como suelo hacer habitualmente, conecté el ordenador para responder los correos recibidos. Una vez finalizada la tarea, me encontraba leyendo la prensa local cuando, de súbito, sin saber ni el cómo ni el por qué fui reconducido a otra página y, en vez de actuar como normalmente suelo hacer, decidí averiguar que se cocía por aquel sitio. Enseguida me di cuenta que no se trataba de una simple página de foros, allí se respondía como si fuese un Chat y eso me animó a seguir averiguando hasta que llegué a un foro que me llamó la atención:


Bienvenidos al foro de la Amistad.
Creado y moderado por Juan.

   …—María: Hola, buenos días Juan. ¿Qué tal estás?

   —Juan: La verdad es que, ¡muy mal!, estoy harto de la gente que se ría de mí sin saber siquiera quien soy.

   —María: Amigo, no te preocupes por lo que piensen de ti. Lo importante no son las faltas, sino lo que tú quieres transmitir y puedo dar fe que tus palabras hacen aflorar infinidad de sentimientos.

   —Juan: Agradezco tus palabras, pero, lamentablemente para mí, la realidad es bien distinta: muchos dicen que estoy loco y que no les interesa nada de lo que trato de contar.

   —María: Pero a mí, sí me interesa leerte y te digo que, ¡adelante!, ya que por aquí son pocos los que cuentan con tus valores y principios.

   —Juan: Yo, soy amante de la verdad, la vida y todo lo que en ella ocurre, pero siento que mi vida ha fracasado.

   —María: No digas eso, ¡por Dios!, la vida es maravillosa.

   —Juan: Estoy harto de tanta hipocresía, “Si yo te contara…”.

   —María: Amigo, si te apetece hacerlo, aquí me tienes, ¡adelante!

   —Juan: Esta bien, pero te aviso que mi vida es triste, dura y aburrida.

   —María: No te preocupes por eso, no creas que la vida de los demás pueda ser más interesante o divertida que la tuya.

   —Juan: ¡Ea!, me has convencido:
Yo, nací en un pueblo de Badajoz en el año 1960 y, según tengo entendido, por parte paterna, desciendo de una familia de agricultores muy ricos, pero que entre mi padre y mi abuelo se habían encargado de fundir todo el capital y que desde entonces somos una familia pobre. /Según mi madre, antaño, mis abuelos contaban con tres criados para la casa y cuatro gañanes para labrar las muchas tierras que ambos habían heredado de sus respectivos padres. /En mi cabeza tengo presente el día que se murió mi abuela materna, lo recuerdo como si fuera ahora mismo. Llegado el momento, mi madre, me hizo abandonar la habitación y eso me dejó marcado por mucho tiempo. /En mi memoria tengo guardado todo lo que me ha pasado y lo pudo contar con pelos y señales. Recuerdo que siendo un crío me llevaban a una guardería regentada por unas monjas, de allí, guardo malos y buenos recuerdos, me acuerdo mucho de una profesora, de esas rancias que parecen amargadas de la vida. La muy p… la tenía tomada conmigo y cada vez que la pedía permiso para ir al servicio, ella me hacía subirme al pupitre y esperaba hasta que me mease encima para que todos los compañeros se riesen de mí. /Recuerdo también que, después de salir de la guardería, mi madre me llevaba a casa de personas mayores que cuidaban de los niños como en una escuela, pero sin ser maestros. Mi infancia fue muy difícil, para mí no había fines de semana, fiestas ni vacaciones. Mi padre me llevaba a trabajar con él, y, aunque no me gustase lo más mínimo, no me quedaba otra que resignarme. Lo único que tenía bueno mi padre es que era muy trabajador, pero era muy recto y de un genio muy fuerte. Lo recuerdo siempre dando voces y tanto a mi madre como a mí nos pegaba cuando algo no le salía como él quería y, a pesar de que no me gustaba que la pegase: yo no podía hacer nada y eso me dolía todavía más que los palos que me daba a mí. Mi padre, no era de esos antiguos que miran por la casa. Él no se perdía sus fiestas y revistas de esas de antaño, donde las mujeres de aquella época bailaban casi desnudas. A él le gustaba frecuentar las casas de prostitutas, y encima se sentía orgulloso de haberse gastado lo que quedaba de la herencia de sus padres en fulanas. /Los vecinos, sabían que en mi casa mandaban la correa y las guantadas y que tanto yo como mi madre sufríamos malos tratos, pero nadie hacia nada por ayudarnos. Pero vamos, que, ¡gracias a Dios!, todo eso, a día doy no me afecta para nada y, en contra de lo que la gente dice con respecto a eso, de que lo que se ve se aprende: yo carezco de maldad…

   —María: Como siempre, amigo mío, has conseguido emocionarme y he derramado alguna que otra lágrima tanto de tristeza por lo de los maltratos como de alegría al saber que lo has superado, ¡qué lindo!, que no les guardes rencor.

   —Juan: La verdad, es que de todas maneras él forma parte de mi vida y aunque hay cosas que no quisiera ni recordarlas, creo que sin ellas seria difícil de entender mi situación actual.

   —María: Gracias, por compartir tus experiencias. No todas las personas están dispuestas a contar la verdad de sus vidas y menos en un medio como este.
Bueno amigo, sintiéndolo mucho, tengo que dejarte: mis quehaceres me reclaman.

   —Juan: Adiós amiga. ¡Feliz día!

   —María: Igualmente para ti, Juan.


Al cabo de unos días, descubrí que, al igual que en todas las salas de Chat y Foros, la plataforma de Interchat ofrecía a los usuarios la posibilidad de que, además de por la sala general, estos podían interactuar de manera privada, aunque si no eras privilegiado, cualquiera podía acceder a leer los mensajes; pero si lo hacías como usuario VIP, es decir, si pagabas una cuota mensual: la conversación quedaría oculta siempre y cuando se siguiera pagando, o sea que, de algún modo, se les obligaba a pagar los “privilegios”, según los creadores: “Para llevar un alto control y hacer posible que los que participen en el lugar puedan hacerlo sin ser molestados por personas malintencionadas” y, además  que los que pertenecían al grupo de la “alta sociedad” podían bloquear a quienes considerasen oportuno, sin necesidad de tener que dar explicaciones a nadie y los que no contribuían económicamente, contaban con una opción mediante la cual podían beneficiarse de igual modo; pero siempre a través de un mensaje privado que el usuario debía enviar  a los moderadores: argumentando el motivo de su queja y, si los operarios estimaban que estaba justificada su denuncia activaban un mecanismo que imposibilitaba que ambos se pudiesen leer en los foros; pero al final, como dice el refrán, “No es oro todo lo que reluce”, la mayoría de las veces, si el denunciado pertenecía al clan de los que pagaban por chatear: era amonestado  sin mayores consecuencias que las de un mero aviso de que alguien había denunciado su comportamiento.

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