Enero
de 2012, siete y diez de la mañana.
Invadido por la emoción, ansioso y
nervioso por compartir su primera novela, Bonifacio Martín, más que necesitar,
deseaba, reencontrarse con las personas que tiempo atrás había conocido,
compartido y convivido a través de Internet. Conectó el ordenador y, después de
consultar el correo electrónico y ponerse al día leyendo la prensa local, tras
insertar la dirección en la barra del motor de búsqueda, al acceder a la página
solicitada resolvió teclear su anterior Nick e instantáneamente emergió un
mensaje en la pantalla:
«La petición solicitada no está disponible,
si bien puede elegir entre Albañil 1,2, 3… o si lo prefiere inténtelo de nuevo
con otro Nick distinto, gracias».
Seguidamente posicionó la flecha del Mouse
en aceptar y, tras presionar sobre el botón izquierdo para su confirmación,
irrumpió en la pantalla otra casilla informativa:
«Con la intención de evitar la creación de
perfiles falsos, y preservar a los usuarios del perjuicio que ello pueda conllevar,
le informo a usted que, en la mayor brevedad posible y/o en un plazo no
superior a 48 horas, recibirá en el correo electrónico que nos ha facilitado la
notificación de si la solicitud de ingreso ha sido aceptada o denegada. Así
mismo, ruego a usted: nos disculpe por las molestias que le pueda generar el
estricto control que exigimos con el fin de facilitar la comunicación entre
nuestros suscriptores».
Finalizada la
lectura: «bueno, la cuenta atrás ya ha comenzado», pensó mientras se frotaba
las manos, y era reconducido. Una vez allí, siendo conocedor de los pasos a
seguir, eligió al azar una imagen de las muchas que tenía archivadas para poner
como avatar y comenzó a crear su cuenta:
«Bienvenidos al perfil de Albañil 62
/ Sexo: Hombre. /Edad: 62 / E. civil: Casado /Busca: En realidad no busco nada,
ni siquiera amistad. Soy una persona normal y corriente al que no me gusta
perder el tiempo en determinados asuntos, no me gustan los compromisos, entro
aquí a entretenerme leyendo y observando el comportamiento de determinados
personajes y, como al viento, me gusta andar a mi libre albedrío».
Completado el
perfil, salió de la página, llevó la flecha del ratón hacia el botón de inicio
y, tras desplegar el menú de opciones, hizo clic en apagar. Se levantó, cogió
un paraguas que tenía puesto a secar en el cuarto de baño, lo cerró, y, tras
despedirse de su mujer con un «¡hasta luego, cariño», salió al rellano, condujo
sus pasos hacia la zona de ascensores y, tras pulsar el botón del que estaba
libre, «¡Joder!, ni que estaría en el portal», pensó al contemplar lo que había
tardado en llegar y, de repente, suspiró de manera mecánica y, una vez que se
deslizaron las puertas interiores, tiró hacia él de la exterior, se introdujo
en él y esperó a que concluyese el mecanismo del aparato para pulsar sobre la
alarma por error «¡Joder!, lo que me faltaba ya», pensó mientras se miraba en
el espejo que ocupaba íntegramente la pared del fondo. Una vez en la calle, al
observar que en vez de llover parecía que estaba diluviando, puso buena cara y
comenzó a pasear tal y como tenía previsto para ese día en su agenda mental.
A mediodía, para no
perder la costumbre que conlleva el noble oficio de ser albañil, sin necesidad
de tener que consultar el reloj, decidió retornar al punto de partida, a la una
en punto; pero antes de llegar a casa, se pasó por la panadería para recoger
una barra de pan rústico. Al entrar al portal, después de seguir algunos de los
pasos que tuvo que realizar al salir, pero
de manera inversa, al llegar junto a la puerta de entrada introdujo la
llave en la cerradura, abrió y cerró la puerta, «cariño, ya estoy aquí», dijo a
la par que entraba en el salón-comedor para depositar sobre la mesa la hogaza y, seguidamente,
condujo sus pasos hacía el cuarto de baño, se lavó y secó las manos, regresó y,
sin más demora, se sentó frente a su esposa y un plato de garbanzos, con todos
sus tropezones, ¡como Dios manda!, que ella había puesto sobre el mantel
mientras el recién llegado se aseaba.
Dos horas después,
como cada día, tras haber comido, reposado y tomado café junto a su esposa,
Bonifacio conectó el ordenador de sobremesa y, tras hacer clic en el acceso directo
que previamente había fijado en el escritorio, accedió a Interchat con las
ideas bien claras, pasearse por los foros para dejar constancia de su vuelta:
«Hola a todos/as,
quiero haceros saber que, aunque aparezco como nuevo usuario, en realidad no es
así, ya que, después de estar inactivo en las redes sociales, he decidido
regresar.
Hace un tiempo estuve en esta comunidad, mi antiguo Nick era
Albañil y, tras mi paso por ella, al observar el comportamiento de algunas
personas por el medio, surgió en mí la necesidad de escribir una novela con la
sana intención de que sirva, entre otras cosas, para que entiendan que bastaría
con moderarse un poco para que todo cursara de manera civilizada, y en
beneficio de todos, y hacerles saber sería suficiente con proponérselo.
http://www.Interchat.con/salasdeforos/Albañil%2062
Tras hacer clic sobre el enlace, comprobó que todo funcionaba
como tenía previsto:
Foro: ¿Qué hay tras la pantalla?
Creado y moderado por Albañil 62
Bienvenidos a este, su foro, ¡espero y deseo disfruten de su
estancia!, y agradezco por adelantado a todo aquel que hasta aquí vaya
llegando.
Ruego: se acomoden tal y como si estuviesen en su propia
casa y, si durante la lectura les apetece tomarse un aperitivo o beberse un
refresco, no duden en levantarse y caminar hacia el frigorífico.
Saludos.
¿Qué hay tras la pantalla?
Bonifacio Martín
¿Qué hay tras la pantalla? ©® Bonifacio Martín, 2012
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