viernes, 7 de octubre de 2016

Capítulo II, episodio 11, En el Fondo del Mar...



    Sábado, 20 de diciembre de 2008
   Una, dos, tres, cuatro y cinco, esas fueron las veces que pulsó el timbre hasta que la puerta se entreabrió.
    —Hola, buenas tardes —dijo mostrando una amplia sonrisa—. Aprovechando que tenía que hacer unas compras cerca de aquí...
   Tan desconcertada como sorprendida.
   —¡¿Y?! —preguntó con tono irónico al tiempo que arrugaba el morro y el entrecejo, la despeinada y desarreglada Magda.
   —Pues eso, ya que tenía que venir cerca de aquí, he aprovechado el viaje para traerle este relato corto que he escrito y...
   —¡¿Ya has leído todo?! —dijo empleando el tono anterior, apenas dejando ver su cabeza detrás de la entornada puerta.
   —Sí, si. Yo leo muy deprisa y he seguido cada uno de los pasos que usted me indicó y aquí está el resultado —informó al tiempo que le entregaba el comprimido borrador.
   —Tendré que creerla —articuló con desgano.
   En el interior se entreoyó un carraspeo masculino, que hizo que las mejillas de la agente se arrebolasen tanto como el de un niño que acaba de ser sorprendido en actitud deshonesta.
   —Ahora, si me permite, tengo muchas cosas que hacer y, del mismo modo, le recuerdo que antes de venir aquí se ha de poner antes en contacto a través del medio que le resulte más cómodo y, por si no lo sabe o no se lo he dicho..., los fines de semana los dedico para descansar...
   —¡Oh, perdone usted... yo no sabía... —respondió tratando de hacer ver que estaba afligida—. ¡Me había echo a la idea de que este año los Reyes Magos me traerían un bonito regalo! Bueno, hasta que usted crea conveniente.
   —¡Mujer, no se deje llevar por la melancolía y disfrute de las fiestas! —exclamó tratando de quedar bien.
   —Gracias igualmente. Adiós.
   —Adiós, adiós.
   Cerró la puerta con tanta celeridad como el conejo que va huyendo de ser devorado por las llamas en un monte incendiado.
   —¿Te vas?
   —Sí —manifestó secamente, un hombre de mediana edad que estaba terminado de vestirse.
   —Pero ¿cómo así? ¿Me vas a dejar a medias?
   Frunciendo el ceño y apretando las mandíbulas.
   —No, si al final va a resultar que el culpable soy yo —gruñó más que habló con la mirada fuera de sí—, además de que ya no soy ningún chaval, he quedado con mi esposa para ir a comprar unos regalos.

   —Bien, lo tendré en cuenta... pero te recuerdo que «dónde las dan, las toman» —dijo mientras abría la puerta de par en par—: ¡Alé!, ya estás tardando en irte a la puta calle ¡Sinvergüenza!

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