Sábado, 20 de
diciembre de 2008
Una, dos,
tres, cuatro y cinco, esas fueron las veces que pulsó el timbre hasta que la
puerta se entreabrió.
—Hola,
buenas tardes —dijo mostrando una amplia sonrisa—. Aprovechando que tenía que
hacer unas compras cerca de aquí...
Tan
desconcertada como sorprendida.
—¡¿Y?!
—preguntó con tono irónico al tiempo que arrugaba el morro y el entrecejo, la
despeinada y desarreglada Magda.
—Pues eso, ya
que tenía que venir cerca de aquí, he aprovechado el viaje para traerle este
relato corto que he escrito y...
—¡¿Ya has
leído todo?! —dijo empleando el tono anterior, apenas dejando ver su cabeza
detrás de la entornada puerta.
—Sí, si. Yo
leo muy deprisa y he seguido cada uno de los pasos que usted me indicó y aquí
está el resultado —informó al tiempo que le entregaba el comprimido borrador.
—Tendré que
creerla —articuló con desgano.
En el
interior se entreoyó un carraspeo masculino, que hizo que las mejillas de la
agente se arrebolasen tanto como el de un niño que acaba de ser sorprendido en
actitud deshonesta.
—Ahora, si me
permite, tengo muchas cosas que hacer y, del mismo modo, le recuerdo que antes
de venir aquí se ha de poner antes en contacto a través del medio que le
resulte más cómodo y, por si no lo sabe o no se lo he dicho..., los fines de
semana los dedico para descansar...
—¡Oh, perdone
usted... yo no sabía... —respondió tratando de hacer ver que estaba afligida—.
¡Me había echo a la idea de que este año los Reyes Magos me traerían un bonito
regalo! Bueno, hasta que usted crea conveniente.
—¡Mujer, no
se deje llevar por la melancolía y disfrute de las fiestas! —exclamó tratando
de quedar bien.
—Gracias
igualmente. Adiós.
—Adiós,
adiós.
Cerró la
puerta con tanta celeridad como el conejo que va huyendo de ser devorado por
las llamas en un monte incendiado.
—¿Te vas?
—Sí
—manifestó secamente, un hombre de mediana edad que estaba terminado de
vestirse.
—Pero ¿cómo
así? ¿Me vas a dejar a medias?
Frunciendo el
ceño y apretando las mandíbulas.
—No, si al
final va a resultar que el culpable soy yo —gruñó más que habló con la mirada
fuera de sí—, además de que ya no soy ningún chaval, he quedado con mi esposa
para ir a comprar unos regalos.
—Bien, lo tendré
en cuenta... pero te recuerdo que «dónde las dan, las toman» —dijo mientras
abría la puerta de par en par—: ¡Alé!, ya estás tardando en irte a la puta
calle ¡Sinvergüenza!
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