domingo, 2 de octubre de 2016

Capítulo II, episodio 7, En el Fondo del Mar...


    Febrero de 2008
   Abelardo se puso en contacto, vía telefónica, para quedar a tomar un café, después de que este terminase su jornada laboral, a eso de las ocho de la tarde.
   —Hola, buenas tardes Meritxell —dijo con voz queda al llegar y sentarse junto a ella en la terraza donde habían concertado el encuentro.
   Ella dibujó una amplia sonrisa en su aterciopelado rostro.
   —Hola Abelardo… ¿traes noticias de la editorial? —consultó al observar que este traía en un portafolios el borrador.
   —Sí, así es —respondió poniendo serio el semblante.
   El rostro de Meritxell se transformó tanto como las caretas que se utilizan para representar las obras de teatro, esas donde una luce una amplia sonrisa y la otra la mayor de las tristezas…
   —Bueno, me imagino que ya sabes cómo va esto de las editoriales y…
   —Sí, sí.  No te preocupes, más o menos me hago una idea; pero, desembucha cuanto antes lo que me tengas que decir.
   —El caso es que no sé como explicarlo y…
   —¡Adelante!, estoy preparada para lo peor... Se directo.
   —La novela en sí, no está mal, según me han dicho; pero, te aconsejo que te busques un agente literario: ellos te pueden orientar con respecto a muchos temas que quizás no seas consciente —mintió tratando de evitar tener que repetir las palabras utilizadas por el encargado de dar lectura al borrador—: «Pero ¿de qué va todo esto?, ¿esta bazofia de quién es?, ¿cómo se atreve a enviar un algo sin corregir?, ¿pensará que somos imbéciles?».
   —¿Agente literario? ¿Es preciso tener uno para publicar una novela? —curioseó Meritxell.
   —Las agencias literarias funcionan de intermediarias entre el autor y las editoriales. Se ocupan de defender los derechos de autor, de buscar al editor adecuado, de revisar los contratos, etc. Representan a los autores españoles en España y en el extranjero, y a escritores de otras nacionalidades en España. Hoy por hoy es prácticamente imposible para un autor novel poder editar con los grandes grupos editoriales sin contar con un agente —informó detalladamente Abelardo.
   —Vamos, que sin agente no te publican nada, es eso lo que me quieres decir, ¿verdad?
   —Sí, más o menos es así.
   —No te preocupes por nada… y, agradezco de veras tu ayuda.
   —Bueno, si me permites, he de irme ya: me están esperando en casa para cenar. Los viernes nos reunimos allí con algunos familiares y amigos.
   —Sí, claro. ¡Faltaría más! Ya estaremos en otro momento con más calma. Yo seguiré escribiendo con mis ágiles dedos de manera frenética todo aquello que se pase por mi hiperactiva cabeza… Dale recuerdos a tu esposa e hijos de mi parte.
  Meritxell levantó la mano para llamar la atención del camarero y, después de mostrarle el dinero, dejó sobre la mesa el importe exacto de los cafés. 

  —Igualmente para los tuyos —dijo a modo de despedida y tras darse un beso amistoso cada uno se retiró por el mismo camino por donde unos minutos antes habían llegado.

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