Febrero de 2008
Abelardo se
puso en contacto, vía telefónica, para quedar a tomar un café, después de que
este terminase su jornada laboral, a eso de las ocho de la tarde.
—Hola, buenas
tardes Meritxell —dijo con voz queda al llegar y sentarse junto a ella en la
terraza donde habían concertado el encuentro.
Ella dibujó una
amplia sonrisa en su aterciopelado rostro.
—Hola Abelardo…
¿traes noticias de la editorial? —consultó al observar que este traía en un
portafolios el borrador.
—Sí, así es
—respondió poniendo serio el semblante.
El rostro de
Meritxell se transformó tanto como las caretas que se utilizan para representar
las obras de teatro, esas donde una luce una amplia sonrisa y la otra la mayor
de las tristezas…
—Bueno, me
imagino que ya sabes cómo va esto de las editoriales y…
—Sí, sí. No te preocupes, más o menos me hago una
idea; pero, desembucha cuanto antes lo que me tengas que decir.
—El caso es
que no sé como explicarlo y…
—¡Adelante!,
estoy preparada para lo peor... Se directo.
—La novela en
sí, no está mal, según me han dicho; pero, te aconsejo que te busques un agente
literario: ellos te pueden orientar con respecto a muchos temas que quizás no
seas consciente —mintió tratando de evitar tener que repetir las palabras
utilizadas por el encargado de dar lectura al borrador—: «Pero ¿de qué va todo
esto?, ¿esta bazofia de quién es?, ¿cómo se atreve a enviar un algo sin corregir?,
¿pensará que somos imbéciles?».
—¿Agente
literario? ¿Es preciso tener uno para publicar una novela? —curioseó Meritxell.
—Las agencias
literarias funcionan de intermediarias entre el autor y las editoriales. Se
ocupan de defender los derechos de autor, de buscar al editor adecuado, de
revisar los contratos, etc. Representan a los autores españoles en España y en
el extranjero, y a escritores de otras nacionalidades en España. Hoy por hoy es
prácticamente imposible para un autor novel poder editar con los grandes grupos
editoriales sin contar con un agente —informó detalladamente Abelardo.
—Vamos, que
sin agente no te publican nada, es eso lo que me quieres decir, ¿verdad?
—Sí, más o
menos es así.
—No te
preocupes por nada… y, agradezco de veras tu ayuda.
—Bueno, si me
permites, he de irme ya: me están esperando en casa para cenar. Los viernes nos
reunimos allí con algunos familiares y amigos.
—Sí, claro.
¡Faltaría más! Ya estaremos en otro momento con más calma. Yo seguiré
escribiendo con mis ágiles dedos de manera frenética todo aquello que se pase
por mi hiperactiva cabeza… Dale recuerdos a tu esposa e hijos de mi parte.
Meritxell
levantó la mano para llamar la atención del camarero y, después de mostrarle el
dinero, dejó sobre la mesa el importe exacto de los cafés.
—Igualmente
para los tuyos —dijo a modo de despedida y tras darse un beso amistoso cada uno
se retiró por el mismo camino por donde unos minutos antes habían llegado.
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