lunes, 3 de octubre de 2016

Capítulo II, episodio 8, En el Fondo del Mar...




Transcurrido un tiempo con respecto la reunión mantenida con el pariente de su marido, previa cita telefónica, Meritxell se presentó en una afamada agencia literaria con el propósito de solicitar sus servicios, ataviada como de costumbre, de manera jovial y conjuntada, bajo una clásica trenca de paño de color gris, cuya botonadura hacía juego con el fondo de su pantalón de cuadros marrones ribeteados por una estrecha franja de color hueso:
   —Hola, buenas. Soy Meritxell —dijo a modo de saludo, con voz sorda y lenta.
   —Buenas tardes —respondió con voz clara y altiva, una mujer rubia, de mediana edad, cuyo aspecto físico, bajo la vespertina luz del amanecer o el atardecer, podría confundir a cualquiera que se hallase en un área de servicio con un descuidado, rechoncho y barrigudo camionero—. Yo soy Magda, pasa: te estaba esperando.
   —Aquí le traigo el manuscrito, como quedamos el otro día por teléfono.
   —¡Ajá!, a simple vista, por la cantidad de folios que has utilizado, entiendo que estamos hablando de una novela y, no precisamente corta, ¿de qué trata en cuestión? ¿Y qué tal si nos tratamos de tú?
   —Está bien Magda, como gustes... Es la historia de una niña que...
   —¿Es una autobiografía?
   —Perdón, ¿cómo dices?
   —Que si la novela está basada en tu propia vida y...
   —No, no, no se trata de nada de eso, sino de una gran historia creada por mi mente hiperactiva y escrita con frenesí por mis ágiles dedos: es algo que me acompaña desde que tengo uso de razón.
   —No, no, tranquila. Te lo comento porque, normalmente, casi todos, comienzan por escribir su propia historia, ya que, sin duda alguna, es una buena fuente de imaginación; aunque la mayoría desconoce que para que una obra pueda ser catalogada de interés literario y estar dentro de los posibles géneros y subgéneros ha de cumplir con una serie de normativas.
  —Sí, claro, de eso soy consciente, no vayas a creer que esta es mi primera novela, de hecho: llevo escribiendo de manera frenética desde el año 2001 y tengo siete novelas terminadas y listas para ser publicarlas: es por eso mismo que me he puesto en contacto contigo... Un conocido me ha dicho que es la manera más eficaz... ¡Llevo tantos años soñando con conseguir mi objetivo!
   —En principio, he de decirte que no todo es tan rápido y sencillo, ya que, como todo en este mundo, requiere de una lectura en profundidad, donde, además de corregir los errores ortográficos y tipográficos, se tienen en cuenta el léxico, la concordancia de los tiempos verbales, la expresividad sintáctica, el interés comercial, y descubrir para que tipo de público va destinada la obra, entre otras cosas.
   —Ya veo que no es todo tan sencillo, y me imagino que todo ese trabajo tendrá un precio, ¿verdad?
   —Efectivamente, pero tampoco es un gasto excesivo, teniendo en cuenta que te ayudará a descubrir donde están tus errores y, por qué no, digamos también que sería el trampolín para lanzarte a la fama, a conseguir tus sueños, tus metas...
   —¿Y de cuánto dinero estaríamos hablando?
   —Así a voz de pronto, es difícil calcular, pero por el tamaño del borrador y tu trayectoria literaria: creo que, euro arriba o abajo, por unos cuatrocientos.
   —Bueno, tampoco es tan caro: si tenemos en cuenta las posibilidades que su estudio puede conllevar... ¿Y cuándo hay que pagar?
   —Espero y deseo que entiendas mi sinceridad, pero así es como trabajo: con los clientes habituales, después de realizar el servicio, con los noveles o eventuales, antes de comenzar, es la única forma de evitar la perdida de tiempo y asegurar el cobro.
   —No te preocupes, entiendo y comparto tu forma de actuar..., ¿se puede pagar con tarjeta?
   —Sí, claro. ¡Qué sería de nosotros si no aprovechásemos la tecnología!... de no ser así, cuantas empresas se quedarían a verlas venir...
   Meritxell extrajo, de un pequeño y negro bolso de mano, su cartera y un par de segundos después, le entregó una tarjeta de Caixabank y, una vez efectuado el cobro, ambas se pusieron en pie y se despidieron: una con la sensación de haber realizado un buen negocio, y la otra convencida de haber hecho una buena inversión.

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