sábado, 8 de octubre de 2016

Capítulo II, episodio 12, En el Fondo del Mar...



   Lunes, 5 de enero de 2009
   Como cada día, nada más levantarse de la cama, lo primero que hacía era conectar el ordenador y activar el teléfono móvil con el fin de averiguar si durante la noche había recibido algún mensaje. Se introdujo en el baño y, tras liberar de presión la vejiga y asearse, retornó al pequeño despacho que había instalado en el dormitorio de invitados. Comprobó el dispositivo móvil y, al no hallar novedad alguna, hizo lo mismo con el correo electrónico «¡Bien!» —gritó al descubrir que había recibido un e-mail de Magda, sin ser consciente de que los demás aún estaban durmiendo. De manera mecánica, con dos clicks comunicó al portátil que era hora de cerrar, esperó unos segundos para bajar la tapa y, sin detenerse a desayunar, accedió al garaje, se colocó el casco y, accionando el mando a distancia, pulsó en el símbolo de abrir y una vez en el exterior, en el de cerrar, y, sin más preámbulos, condujo su Scooter hasta el lugar que tenía en mente:
   —Hola, buenos días —dijo al abrirse la puerta hasta atrás.
   —Pase, pase —indicó haciendo un ademán de cortesía, sin importarle que aún no fueran las ocho—. Tengo buenas noticias para usted.
   Abriendo los ojos como platos.
   —¡¿Sí?!, cuente, cuente usted.
   —He de hacerla saber que su escritura ha mejorado notablemente y...
   —¡Por fin! ¡Gracias Dios mío! ¡Llevo tantos años esperando oír esto que...! —exclamó tal como si se tratase de un soliloquio—: ¡Oh!, perdone usted mi irrupción, continúe por favor      —dijo con tono afligido al observar la expresividad que mostraba el rostro de su interlocutora.
   —Nada, tranquila... comprendo la emoción que le embarga... Como la iba diciendo..., me he quedado perpleja al analizar la elocuencia y...
   —¡No me lo puedo creer!, ¿de verás que es así? —consultó con en voz alta, al tiempo que se pellizcaba en la mejilla derecha—. ¡Dígame que no estoy soñando!
   —Puede darlo por hecho... y créame que sé de lo que estoy hablando, aunque esos sí: aún le quedan algunas cosas que aprender.
   Tan animada como unas castañuelas en día festivo en un entorno rural.
   —Dígame que he de hacer y seguiré a pies juntillas sus indicaciones.
   —Esta vez se ha de instruir en como presentar los giros argumentales y la correcta utilización de los flahs-backs.
   —¿Y eso que és?
   —Ambos son recursos literarios.
   Meritxell se encogió de hombros y haciendo pucheros con sus labios comenzó a negar con la cabeza.
   —Los giros argumentales son las sorpresas que conectan o separan los hilos de la trama. Son los que provocan ese «¡Ah…!» en el lector. La divulgación de la identidad de un asesino es, por lo general, una vuelta de tuerca muy utilizada. ¿Otras formas de provocar un giro? De repente elevar el estatus de un personaje secundario, o matar a alguien hasta el momento esencial para la trama...
   —¡Ah!, si que parece interesante.
   —No le quepa la menor duda... y en cuanto a los flash-backs o analepsis son una técnica narrativa que consiste en intercalar en el desarrollo de una acción pasajes pertenecientes a un tiempo anterior. Es una técnica, utilizada tanto en el cine y la televisión como en la literatura, que altera la secuencia cronológica de la historia, conectando momentos distintos y trasladando la acción al pasado. Se utiliza con bastante frecuencia para recordar eventos o desarrollar más profundamente el carácter de un personaje. La analepsis es una vuelta repentina y rápida al pasado del personaje, diferente al racconto, que es también un quiebre en el relato volviendo al pasado, pero este último no es tan repentino y es más pausado en lo que se refiere a la velocidad del relato.
   —¡Oh! hay que ver las cosas que desconozco.
   —No se preocupe por eso, nadie nace enseñado... Además, usted cuenta con herramientas tan útiles como el entusiasmo, la ilusión, la predisposición y una gran fuerza de voluntad, qué sin duda alguna le harán arribar en buen puerto. Así mismo, le recomiendo darse a conocer por Internet.
   —¡Ya!, parece todo tan fácil... pero...
   —Parece, no: es.
   —Pues, yo no sé cómo hacerlo.
   —Para crear el blog bastará con teclear Blogger en el motor de búsqueda que tenga asignado y seguir paso a paso las indicaciones. Cuenta con varias plantillas donde elegir y con posibilidad de realizar los cambios que considere oportunos. En cuanto a lo demás, puede adquirir conocimientos si presta atención a los cambios que se realizan en las películas, las series televisivas y, por si fuera poco, tiene la oportunidad de adquirir las encuadernaciones que dispongo, pero recuerde que esto último es una opción y que para nada está obligada a hacerse con ellas —informó y especificó tratando de evitar que descubriese sus verdaderas intenciones.
   —¿Y cómo se llaman? —consultó tratando de hacerse la graciosa otra vez.
   —Cincuenta euros.
   Meritxell entregó la visa para efectuar el pago y al recibir y mirar el comprobante.
   —Perdón, creo que se ha confundido.
   —¡¿Por?!
   —Me ha cobrado 100 y...
   —Tal vez haya malinterpretado mi respuesta —dijo valiéndose del dicho «no hay palabra mal dicha, sino mal interpretada».
   —¡O usted mi pregunta!
   —No, no, para nada. Ambos tienen por nombre 50 y así lo manifesté.
   —Bien, bien ¡Todo sea por la literatura! Bueno, adiós ¡hasta la próxima!
   —Adiós, adiós y ¡Feliz día de Reyes! —dijo por cumplir.
   —Igualmente —respondió de igual modo sin dignarse a mirar hacia atrás siquiera mientras caminaba hacia el ascensor.
   «¡Ale!, ajo y agua... El otro día por mí y hoy por ti: a ver si así aprendes» —pensó y se quedó más ancha que larga Magda—: «No sé cómo, pero la muy hija de puta siempre acaba emplumándome algo de pago» —meditó mientras se colocaba el casco y una vez acomodada en el asiento, tras asegurarse de que no había vehículos en la periferia, de manera aireada se incorporó al tráfico, cómo si este fuese el culpable de su enojo...
   Durante los meses de enero y febrero la vida de Meritxell corría monótona, ocupadísima, sin embargo. Empleando doce horas al día para leer, escribir, releer y corregir, por un lado y ver películas y series televisivas, una y otra vez, para empaparse y comprender los cambios argumentales y los flashbacks, por el otro.

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