A principios de octubre: «¿Recuerdan ustedes el trato
personal y la calidad de los productos que se ofertaban en la desaparecida
Ferretería Doménech?... Quién no se va a acordar, ¿verdad?, si no había otra
igual en toda la ciudad... Pues ahora, de la mano de tan prestigioso
apellido..., Si os gusta ir a la moda y necesitáis cualquier complemento e independientemente
de que seas joven, adulto, hombre o mujer lo podrás encontrar en galerías
Doménech» —anunciaba con celeridad y plena convicción el locutor del dial 90.1.
En el renovado local, a partir de aquel día, además de contar con la presencia
de los gemelos y de que Alberto se encargaría de las finanzas y de realizar los
desplazamientos tanto a nivel nacional como internacional que estimasen los
tres oportunos para adquirir la mercancía que considerasen imprescindible y en
pos de lo demandasen los futuros clientes. Cinco bellas, instruidas y
estilizadas señoritas se encargarían de atender y aconsejar a la clientela.
Coincidiendo
con el evento de la inauguración, Meritxell recibió un mail de Magda en el que
la indicaba que: «acudiese cuanto antes a la Agencia », y aquella misma tarde, tras apearse del
ascensor, pulsó un par de veces con suavidad sobre el timbre:
—Hola —dijo
con tono seco y sin más la recién llegada.
—Pasa, te
estaba esperando...
—Y bien...,
¿de qué se retrata? —preguntó sin mostrar mayor entusiasmo.
Haciendo un
ademán visual sobre un nutrido montón de manuscritos que descansaban sobre el
escritorio so pretexto... «A pesar de que todos estaban sin corregir y delante
de ti, hoy mismo he terminado tu obra y es por ello que te envié el mail» —dijo
sin titubear, luciendo una amplia sonrisa con la intención de convencer a la
novel autora.
—¿Y?
—En principio
he de decirle que he observado muchas incongruencias y...
—¿A qué se
refiere en concreto?
—Por ponerle
un ejemplo, si un personaje aparece como «la negra», luego como «la mestiza» y
más tarde como «la mulata», ¿con qué raza se queda el lector? Con esto, quiero
decirle que utilice siempre el mismo nombre cada vez que se refiera a Laura.
—¡Ah!, ¿eso
es todo?
— No, no.
Tranquila, iré por partes.
—Está bien
siga usted.
—He observado
que abusa mucho de indicar el tiempo... y no es necesario estar todo el rato
diciendo que hora, día, mes, o año es, excepto si se trata de generar suspense
y...
—Pero es que ni
historia es una mezcla de romance, intriga y misterio.
—... tiene
que evitar, además de las redundancias, el abuso de los pronombres y poner
mucha atención a los tiempos verbales y la concordancia gramatical y la
trasposición de las letras: algo que salta al ojo de cualquier lector sin
necesidad de ser erudito en la materia.
—¿Y, alguna
cosa más? —articuló con ademán de desaire.
—Usted quiere
ser escritora, ¿verdad?
—Sí, por
supuesto que sí..., ya que de no ser así: mi presencia aquí no tendría lógica
alguna —explicó con tono malhumorado.
—Pues, siendo
así, he de advertirle que aún le queda mucho camino por recorrer; pero al mismo
tiempo, reconozco que cuenta con algo tan fundamental como es el despertar
interés al lector con tu forma de escribir y...
—¿Entonces?
—dijo sin poder evitar el esbozo de una sonrisa.
Ese instante era el que estaba esperando la agente
para aprovechar la ocasión.
—Le
recomiendo, en primer lugar, que lea mucho, y, en segundo, que después de
escribir, lea, relea y corrija y así sucesivamente hasta pulir el texto: eso es
lo único que le falta a su escritura.
—¿Y, a qué
espera para indicarme los pasos a seguir?
—Es lo que
estoy tratando de hacer desde el principio, pero...
Sin poder
ocultar el brillo de los ojos ni la emotiva expresividad en su faz.
—¡Adelante!,
soy toda oídos.
Magda se
levantó y dirigió sus pasos hacia el cuarto anexo y, reapareció un par de
minutos después, portando entre sus brazos material relacionado con la
escritura.
—Me he permitido
crear estas encuadernaciones para facilitarle el trabajo —dijo excusando su
actitud—, aunque en ningún caso pretendo que usted se sienta obligada... de
hecho, en esta lista hay varios ISBN de libros que podrá encontrar en cualquier
librería.
—¿Eso quiere
decir que lo demás tengo que pagarlo?
—Sí, claro.
La encuadernación aún nadie la ofrece de manera altruista, pero no se preocupe,
comparado con lo que usted puede aprender y ganar en el futuro, el precio no es
más que una nimiedad comparado con los beneficios que conllevará el hacerse con
ellos, además no es necesario que se lleve todas las encuadernaciones, con
estas cuatro: será más que suficiente...
—¿Y cómo se
llaman las encuadernaciones?
—Son tres
partes importantes que hay que tener en cuenta a la hora de crear una novela. Planificación, Estructura y Personajes1,
de Jean Larser... Espero y deseo que no lo difunda por ninguna Red Social ni
ningún otro medio, ya que, además de que mi único interés está en facilitar el
trabajo a los escritores noveles y no en la venta, según contempla el artículo
270 del Código Penal: estaría incurriendo en un delito contra la propiedad
intelectual y...
Una imprevisible y sonora carcajada cortó la lacónica
conversación.
—Me estaba
refiriendo al precio —articuló aún entre risas—, en cuanto a lo demás, puede
estar tranquila —aseveró poniendo serio el semblante.
—El importe
asciende a 100 euros de nada...
—¡¿Tanto?!
—exclamó haciendo un claro ademán de desconcierto.
—¡Qué le
conste que es lo mismo que ha abonado en la copistería! —dijo, sin tan siquiera
pestañear, con la certeza de que su respingona nariz no le crecería ni
delataría como le ocurre a cierto personaje... en el cuento escrito por Carlo
Lorenzo Fillipo Giovanni Lorenzini, bajo el seudónimo de Carlo Collodi.
Tras realizar la transacción electrónica, ambas se
despidieron con un simple «¡adiós!». Meritxell se dirigió hasta el ascensor y
mientras este llegaba se entretuvo a echar un vistazo a la lista de libros
recomendados, y, poco después, al salir del edificio condujo sus pasos hasta
donde había dejado estacionado el Scooter y, una vez ajustado el protector
craneal, pulsó el interruptor de arranque y, tras comprobar que ningún vehiculo
se hallaba cerca de su radio de acción, se incorporó al trafico con las ideas y
el rumbo a seguir bien definidos:
—¡Hola!
—Hola, buenas
tardes, ¿En qué le puedo ayudar? —respondió con voz clara, mostrando una leve
sonrisa dibujada en la comisura de sus voluptuosos y purpúreos labios, una
joven que se hallaba sentada sobre un sillón giratorio bajo el letrero de
información.
Poniendo
sobre el mostrador la lista de recomendados por Magda.
—¿Podría
informarme de si tienen alguno de los libros que aparecen aquí? —consultó a
media voz, con tono afable.
La
funcionaria de biblioteca fue introduciendo uno a uno los códigos ISBN en el
programa instalado en el ordenador y, tras pulsar sobre la tecla ENTER,
aparecieron en la pantalla una veintena de portadas en miniaturas y junto a
estas aparecía la disponibilidad de los elementos solicitados.
—Sí. Contamos
en nuestro haber con todos, pero como indican estas claves que aparecen junto a
cada uno de ellos —dijo al tiempo que giraba la pantalla y señalaba sobre
esta—, en este momento hay disponibles quince, los otros cinco han sido
prestados esta mañana por una misma persona y...
Tan nerviosa como contenta sin poder contenerse.
—¿Y me los
puedo llevar todos a la vez? ¿Tengo que pagar algo por el alquiler?
—Sí y no...
Aquí, como en cualquiera de las bibliotecas públicas existentes en España, se
prestan de manera gratuita y, se los puede llevar todos a la vez, aunque eso
sí, en el plazo de treinta días tiene que devolverlos, ya que de lo contrario
podría ser sancionada con acuerdo a los estatutos autonómicos legislados y...
—No se
preocupe, soy una persona formal y serán devueltos dentro del plazo... ¿me los
puedo llevar ahora?
—Sí claro, de
me usted el carnet.
Meritxell,
tan nerviosa o más que un niño que está esperando a que termine el tiempo del
viaje anterior para subirse a una atracción de feria, fue sacando y depositando
sobre el mostrador el contenido de su negro y curtido bolso: un teléfono móvil, llaves, pañuelos de papel,
una barra de pintalabios, la funda de las gafas de lectura y, tras dar con la
cartera, suspiró ruidosamente y extrayendo de esta el DNI, se le mostró.
Sin poder contener una breve y mordaz sonrisa.
—No, no, no
me estoy refiriendo a ese, sino al de biblioteca.
—¡Ah!,
perdone... no sabía... ¿Y cuánto hay que pagar por sacársele?
—Nada, es
gratuito —dijo al tiempo que se inclinaba hacia uno de los compartimentos del
mostrador para recoger el impreso de solicitud—, bastará con rellenar este
formulario y presentarlo aquí mismo con una foto actualizada, tipo carnet.
Esas palabras la pusieron más nerviosa aún y
rebuscó desesperadamente por cada uno de los compartimentos de la abultada
billetera.
—¿Podría
valer esta?
—No es que
sea reciente que digamos, pero... —murmuró para sí misma—. Sí, si que vale —respondió mostrando una amplia sonrisa a la
par que dejaba ver una blanca, alineada y cuidada dentadura.
Rellenó el
formulario, invirtiendo para ello menor cantidad de tiempo que dinero tendría
que abonar para obtenerlo, quiero decir, y, unos segundos después de
entregárselo.
—¿Desea
alguna cosa más?
—Los libros
—respondió, sin más, la futura escritora...
—¡Oh!,
perdón. Se me ha olvidado informarle que hasta que no esté tramitado, el carnet
no será válido, pero no se preocupe usted: puede pasar a recogerlo mañana
mismo.
—¿A cualquier
hora?
—Sí, por
supuesto. Cuando a usted le venga bien.
—¿A qué hora
abren?
—De 10 a 14 en horario de mañana y
de 16 a
21 en el de tarde.
—Ok ¡hasta
luego, entonces!... y gracias por todo.
—Gracias a
usted ¡hasta mañana!
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