Septiembre de 2007
Tras el fallecimiento de su progenitor, los hermanos
Doménech habían acordado modernizar el vetusto y prospero local que desde
generaciones atrás había provisto del capital necesario para llevar una vida
desahogada a los herederos de D. Alberto Doménech Castellblanc y, con el fin de
desprenderse cuanto antes de las existencias, optaron por hacer un descuento
del 70% de precio de venta al público en todos los artículos y, unos meses
después, echaron el cierre, dejando en un lateral un cartel que decía «Cerrado por reformas.
Disculpen las molestias».
El tiempo,
como siempre, continuó su curso...:
súper lento para unos y excesivamente rápido para otros, y cuándo menos lo esperaba sonó la melodía su
móvil :
—¿Sí?
¡Diga melón! —dijo en tono jocoso
Abelardo, tras comprobar el nombre que aparecía reflejado en la pantalla de su
celular.
—¡Jajaja! Que cosas tienes. Esto..., que te iba a decir..., ¿sabes algo
de mi novela?
—Sí, claro.
Ya te dije en su día que aquí las cosas «iban como en los palacios…».
—Es que, como
ha pasado casi medio año y no he tenido noticias.
—No te
preocupes prima, está todo controlado y es más que posible que de aquí a unos días
procedan con la lectura y, por consiguiente, contactar contigo.
—Bueno, bueno...,
pues ahora que lo sé, me quedo más tranquila… ¿Qué tal os va todo?
—Bien, bien.
La familia bien, ¿Y vosotros que tal?
—Bien,
también. Bueno, te dejo: que estás en horas de trabajo y no me gusta molestar.
Dales recuerdos a todos de nuestra parte.
—Igualmente. ¡Venga,
hasta otro día!
—Adiós.
Al pasar
junto al inmueble que alberga la editorial Planeta d'Agostini, Meritxell giró
la cabeza hacia el lado derecho y, tras contemplar el majestuoso y florido
edificio durante cinco segundos, prosiguió con dirección al comercio que
regentaba su madre a bordo de su ciclomotor cuando de súbito, los rugidos
emitidos por los vehículos que circulaban en paralelo y a su alrededor fueron
reduciendo la sonoridad hasta hacerse apenas imperceptible, dando paso a una
melódica música de fondo. El desagradable olor que emanaba de los tubos de
escape al ser quemados los hidrocarburos se fue transformando en una agradable
fragancia con sabor a naturaleza, a lavanda, a romero…
—Hola, buenos
días —dijo con voz dulce un apuesto joven, trajeado al igual que «El Botones
Sacarino», pero en gris—. No me lo puedo creer, ¿ya ha terminado otra de sus novelas?
—Sí, así es.
La comencé hace un mes y tengo otra casi a medias.
—¡Qué
barbaridad!... ¡Qué capacidad inventiva!... ¿De dónde saca usted tantos
argumentos y tramas?
—Ya sabes, mi
cabeza no para de pensar y mis ágiles dedos están ávidos de teclear con
frenesí...
De repente,
se escuchó un frenazo y, tras este, un estampido. El tráfico se detuvo durante
unos minutos y, sin bajarse de los vehículos, a través de las ventanillas
contemplaban cómo unos viandantes trataban de socorrer a alguien que se hallaba
en mitad de la acera intentando ponerse en pie tras haber chocado con la rueda
delantera de su ciclomotor contra el bordillo de la acera.
—Tienes que
estarte quieta —gritaba uno de los viandantes mientras trataba de sujetarla—,
no puedes quitarte el casco.
—¿Qué ha
pasado?..., ¿dónde estoy?..., ¿mi moto?..., ¿dónde está mi moto?
—Tranquila,
tranquila. Has tenido un accidente, la moto está ahí, un poco más allá. No te
preocupes por nada: que ya viene la ambulancia de camino.
—Pero si a mi
no me pasa nada, déjeme que me ponga de pie —gritó Meritxell.
—Te he dicho
que no… Espera un poco, que ya se escucha la ambulancia.
—¡Joder! ¡Qué
pesado que es!, ya le he dicho que estoy bien.
Unos minutos
después, de ser atendida por los sanitarios.
—Has tenido
una suerte poco usual —dijo el médico—, se puede decir que hoy has vuelto a
nacer y, a pesar de la gravedad del accidente, como evidencia el ciclomotor
partido en dos, apenas tienes unas leves contusiones: prácticamente nada para
lo que realmente podría haber ocurrido. ¿Se ha distraído?..., ¿mareado?...,
¿cómo ha ocurrido?
—Iba conduciendo y algo que me ha llamado la
atención... y, en menos de un segundo: estaba aturdida y entreoía a alguien como
muy lejano...
—En
principio, puedes irte para casa; pero si notas alguna molestia, por mínima que
sea, te aconsejo que acudas al Centro Hospitalario que te corresponda. Nunca se
sabe lo que puede ocurrir tras darse un golpetazo como este.
—¿Qué piensa
usted hacer con el ciclomotor? —consultó un joven y fornido Mozo de Escuadra.
—De momento
llevarlo al garaje de mi casa, luego..., ya veré que hago con él..., ¿podría usted avisar a la grúa?
—Sí, claro.
¡Faltaría más! —respondió, al tiempo que dibujaba un esbozo de sonrisa.
Cinco minutos
después, en el lugar solo quedaban unos diminutos restos que evidenciaban que
allí había ocurrido un accidente, sin más.
—«Hola,
buenos días» —dijeron al unísono los recién llegados.
Tras el
mostrador se encontraba, como siempre, cigarro en boca, un enjuto hombre que
tanto por su aspecto físico como por la indumentaria que este lucía era
imposible adivinar, entre otras cosas, la edad que podría tener.
—Buenos días
—respondió entre toses con voz gastada.
—No será
usted la misma persona que me atendió hace años, ¿verdad?, ¿se acuerda de mi?
Vine acompañada de mi padre y le compramos una Derbi Variant.
—Posiblemente
sería yo quien os atendiese; pero, mentiría como un bellaco si dijera que sí:
que me recuerdo de tu cara. Con el paso de los años cambian tanto las cosas y
las personas que… ¡Son tantas las ventas realizadas en estos 50 años que…! De
veras que lo siento hija, pero mi cabeza ya no está para tanto trote. Desde
hace diez años es mi hijo el que se encarga del negocio… yo solo vengo para no
aburrirme y no estar de brazos cruzados esperando a que llegue mi hora y…
—Hola, buenos
días. ¿en qué puedo atenderles? —saludó con voz acampanada.
—Veníamos a
comprar un ciclomotor —respondió casi en un susurro, Alberto.
—¿Alguno en
especial? —dijo al tiempo que dirigía la mirada hacia el expositor.
Después de
contarle «su versión» sobre el accidente.
—Sé que
cualquiera de los que aquí se venden sería una buena opción, así me lo hizo
saber este señor hace diecisiete años y, es por ello que, he vuelto para comprar
el que usted encuentre más apropiado para mi —manifestó Meritxell.
—Creo que
cualquiera de los Scooters sería
ideal.
—Pues no se
hable más, ¿dónde hay que firmar? —admitió la interesada.
—En la
factura y en la propuesta del seguro después de cumplimentarlas —respondió con
tono jocoso el heredero y gerente del concesionario de ciclomotores y
motocicletas.
—¿EL seguro?
—consultó tímidamente Alberto.
—Sí. Aquí en
esta casa: hay cosas que a pesar del transcurso del tiempo siguen llevándose a
cabo y al pie de la letra por orden explícita de mi querido padre. El casco y
el primer año de seguro: van por cortesía de la casa.
—Meritxell se
acercó y cogió uno idéntico al que le había salvado la vida dos semanas atrás.
—Si me
permite una sugerencia —dijo el vendedor con tono suave.
—Sí, claro.
Por supuesto —respondió ella al tiempo que se giraba hacia él.
—Le recomiendo
que elija usted uno integral: son más seguros y, total, para usted tienen el
mismo precio.
—Le agradezco
el detalle.
—Nada que agradecer, al contrario, a usted
por haber vuelto.
Realizadas
las gestiones y cumpliendo con el protocolo de encuentros y despedidas: «Cada
mochuelo regresó a su olivo».
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