Tras dejar todo organizado,
Iñaki llenó el comedero del que permanecía tumbado junto a la puerta de entrada
golpeando con la cola enérgicamente contra el suelo en señal de protesta sin
quitarle la vista de encima. Iñaki se inclinó para cogerle y llevarle hasta la
cocina tratando de hacerle entender que regresaría pronto. A continuación,
salió de la vivienda e introdujo la llave en la cerradura, y tras girar tres
vueltas completas, comenzó a bajar las escaleras. Al salir del portal observó
que María terminaba de subir el último peldaño que separa la calle Tívoli de la
plaza Moraza y salió a su encuentro con paso apresurado:
–Hola, buenos días –saludó unos metros antes de llegar
junto a ella.
María, al verle, avanza hacia él con los brazos abiertos,
luciendo una linda sonrisa en su rostro.
–¡Muchas felicidades, guapetón!, y que con salud cumplas
muchos más –dijo con voz altiva abrazándose a él, rematando la escena con un
par de besos en las mejillas.
La actitud y emotividad de la joven dejó a Iñaki confuso,
pues, a pesar del tiempo que llevaban viéndose, y lo mucho que a él le gustaba,
ella jamás había dejado ver el menor atisbo que hiciese pensar que había algo
más que amistad, aunque la efusividad de ese encuentro le dejó bastante
descolocado.
–¿Te apetece tomar algo? –consultó rompiendo el silencio
establecido.
–No, gracias. Recién acabo de desayunar y en estos momentos
no me apetece nada más que andar y tomar el aire.
–Pues, no se hable más y caminemos —dijo él, esbozando una
mueca. Y entre miradas furtivas, frases cortas y ligeras sonrisas llegaron a la
plaza del Funicular.
–¡Oh!, qué bonito, ¿qué es? –consultó María.
–Ahora te cuento –respondió Iñaki, situándose junto a la ventanilla
expendedora. Y tras de adquirir los billetes y acomodarse ambos en la cabina,
Iñaki introdujo la mano en el bolsillo de la sahariana y extrajo un folleto que
previamente había cogido de un cajón del aparador de la sala de estar,
previendo que María sintiese curiosidad, y coincidiendo con la puesta en marcha
del funicular comenzó a leer.
–A finales del siglo XIX y primeros años del siglo XX,
muchos bilbaínos utilizaban el monte Artxanda como lugar de esparcimiento y
diversión, creándose en el entorno un casino y diversos txakolis (tabernas)
donde la gente disfrutaba de su tiempo de ocio. Este fue el motivo para que
desde el año 1901 al 1912 se valorara el proyecto preparado por Bernardo
Jiménez de un tren de cremallera que uniera el centro de la Villa con el monte
Artxanda. Este proyecto no llegó a salir adelante debido a la falta de
financiación. Pero más adelante en 1915, la Dirección de Obras Públicas
aprobaba un proyecto de Don Evaristo San Martín y Garaz. Y con fecha 19 de
julio remitía una carta al Sr. Gobernador en la cual se daba el visto bueno a
la construcción del funicular, pero con una serie de comentarios de mejora,
como: realizar un camino lateral para casos de emergencia, disponer de un
tercer vagón de repuesto, que la velocidad máxima no sobrepasará los 8 km/h,
que tanto el arranque como la llegada de los vagones a las estaciones se
realizara de la forma más suave posible, e impedir el paso a aquellos usuarios
en estado de embriaguez, que portaran bultos “mal olientes“ o armas de fuego,
que los viajeros pudieran solicitar de los operarios del funicular el desalojar
a aquellas personas que se dirigieran con palabras soeces o en actitud agresiva
o faltando al respeto hacia los demás, que los asientos tengan unas dimensiones
mínimas determinadas (0,45 x 0,65 x 1,45 mts.) o que los viajes nunca salieran
antes de la hora programada y se anunciaran con toques de campana y en lo no
indicado expresamente, se siguieran las instrucciones indicadas en el diario
Madrid de fecha 19 de enero de 1913, que hacían referencia al funicular de
Igeldo (San Sebastián), ya en funcionamiento. En este momento se crea la
sociedad Funicular de Artxanda. La maquinaria fue diseñada por una empresa
suiza, especialista en este tipo de trenes de montaña L.Von Roll. El importe de
la construcción fue de 488.407,30 pts. Con todo el 7 de octubre del 1915
realiza el primer viaje, siendo alcalde de la Villa de Bilbao: Don Benito Marco
Gardoqui. Durante el asedio de Bilbao en la Guerra Civil, fueron bombardeadas
las vías y la estación superior, con lo que se interrumpió el servicio hasta
que el 18 de julio de 1938 se reinició el servicio, con arreglos provisionales,
bajo proyecto de Mariano del Corral. Eran épocas, como recuerda algún empleado
en que por el precio del billete (60 céntimos de peseta) se bajaban desde la
vendeja de las aldeanas de la zona para ser vendida en el mercado, hasta motos
para su arreglo e incluso terneras para ser llevadas al matadero. Un
desgraciado accidente el 25 de junio de 1976, fue la causa de una larga
paralización del servicio. Durante el cambio del cable motriz, un fallo en los
frenos de agarre y de las mordazas, hizo caer un vagón hacia la estación
inferior con cuatro operarios dentro: José Landa, José Mª Bilbao y Juan Rekalde
consiguen saltar del vagón, no así Isidro Aurrekoetxea que tirado en el suelo
del mismo llega hasta la estación inferior donde tras recibir el impacto es
conseguido ser sacado de los escombros y trasladado al hospital de Basurto,
donde se recuperó. También resultó ligeramente herido el que era Gerente de
sociedad Julio Rodríguez. Tras siete años de paralización del servicio en 1983
se reconstruyeron absolutamente las instalaciones tanto las vías como los
vagones y estaciones, estando como gerente Rafael Pineda y siendo inaugurado el
30 de abril de ese año. En la estación superior existen una serie de
fotografías en las que se aprecian todas las labores de construcción y montaje,
así como el estado de las antiguas instalaciones. Como para todo Bilbao agosto
de 1983 fue un fatal año para el funicular, ya que, además de las inundaciones
sufridas alcanzaron también a este, grandes cantidades de agua, barro y rocas
cayeron hasta la estación inferior alcanzando una altura que cubría hasta el
andén y llegaba a la mitad de los vagones. El 4 de noviembre de ese mismo año
se restableció el servicio.
Y coincidiendo la terminación de la lectura con el final de
la cremallera, tras apearse del vagón:
–María, ven, que quiero enseñarte algo –dijo arqueando su
brazo izquierdo invitándola a que se agarrase a él para recorrer juntos el
trayecto hasta situarse en el punto más álgido y contemplar desde allí las
hermosas y completas vistas de la villa y la desembocadura de la Ría de Bilbao.
Por un momento, la agradable temperatura alcanzada a esas horas
el día, el fascinante aroma que resultaba de la mezcla de mar y montaña que
llegaba hasta ellos a través de la brisa y el hechicero trinar de los encelados
pájaros, hicieron estremecerse a la joven guayaquileña al evocarle su añorado y
lindo país.
–¿Qué te parece Bilbao visto desde aquí? –consultó Iñaki.
–Inmenso y gratificante —dijo abrazándose a él—, gracias
por haberme traído a este lugar tan maravilloso.
–Gracias a ti, por acompañarme en este día y… –No pudo
terminar la frase porque los inspirados y apasionados labios de María se lo
impedían. Era su primer beso de amor después de haber paseado por Bilbao su
linda amistad durante más de cuatro meses. Para Iñaki, ese era el mejor regalo
que había recibido por el hecho de cumplir un año más. Después de darse el
primer beso vinieron los arrumacos, y entre besos y arrumacos recorrieron la
distancia que les separaban del lugar donde repondrían de nutrientes sus
despensas corporales.
Dos horas después, tras haber deglutido una ensalada mixta,
medio pollo asado con guarnición de patatas y pimientos del piquillo, regados
con cerveza sin alcohol y agua, su correspondiente ración de pan y cuajada de
leche de oveja como postre antes de tomarse un café con hielo él y con leche
templada ella, salieron de la sidrería y pasearon por los alrededores cogidos
del brazo disfrutando de una soleada tarde.
–Es muy curioso el clima de este país, ayer y antes de ayer
se tiró todo el día lloviznando y, sin embargo, hoy salió un día espectacular
–expresó María.
–Sí, la verdad es que sí y, a pesar de que en el País Vasco
se distinguen las cuatro estaciones, es raro el día que no amanece nublado y
que el chirimiri no sea el protagonista de la jornada; pero, también es verdad,
que cuando sale el sol, lo hace para agradar a todo aquel que le guste pasear
por el monte o la playa… Imagino que echarás en falta el clima de tu país,
entre otras cosas, ¿verdad?
–Más que al clima, a mi familia, y en especial: a mi hijo
del alma –suspiró e hizo un alto para henchir sus pulmones–. En Guayaquil, la
temperatura promedio oscila entre los 25 y 28 ºC durante todo el año y, al
contrario que aquí, allí cuando más humedad y días de lluvias se dan es entre
los meses de enero y mayo, lo que allí conocemos por verano austral; y la
temporada seca que va desde junio a diciembre y que se corresponde con el
invierno austral. También echo de menos la comida, y no es porque aquí se coma
mal, sino porque estoy acostumbrada a comer guisos como el ceviche de pescado,
arroz con menestra y carne, encebollado…
–¿Y eso cómo se prepara? –irrumpió Iñaki.
–El ceviche se puede preparar con distintos pescados y lo
mismo puedes hacerlo con uno solo como mezclarlo con otros, pero lo más
importante es que este sea bien fresco y que esté fileteado y sin espinas…
Después, se trocea en tiras de unos dos o tres centímetros más o menos y, una
vez que esté cortado, lo introducimos en un cuenco… Por otro lado, se trocea
una cebolla morada en juliana, un pimiento rojo en tiras y picamos finamente
unas ramitas de cilantro y se echa todo junto y se mezcla con cuidado para
evitar que se rompa el pescado y, a continuación, se echa una pizca de pimienta
molida y un puñado de sal, según el gusto de cada uno… Luego, dependiendo de la
cantidad de ceviche que se quiera preparar, para medio kilo se suele echar el
jugo de unos quince o dieciséis limones recién exprimidos o hasta que se
termine de cubrir el pescado y se cubre con un paño y se deja macerar como
mínimo una hora sin meterlo en la refrigeradora… ¡Ah!, perdón, se me olvidaba
el ají limo y…
El rostro de Iñaki adquirió el ademán de sorpresa
–¡¿Y eso qué es?!
–Es un pimiento que pica mucho y sin ese ingrediente el
ceviche no sería lo mismo.
Iñaki asentía con reiteración cada vez que María hacía
algún alto para tomar aire.
–Y el arroz con menestra y carne, ¿cómo se prepara?
–El arroz con menestra y carne, hay muchas formas de
hacerlo y se puede hacer con fréjoles, lenteja o garbanzos y carne, chuletas o
pollo… mas, sin embargo, la forma tradicional tiene carne asada y fréjoles
canarios…
–¡¿Qué son los fréjoles?!
–Acá creo que les llamáis alubias.
–¡Ah!, entiendo –dijo asintiendo con la cabeza, esbozando
una sonrisa–, ya solo te falta decirme cómo se hace el encebollado.
–El encebollado es un plato típico de Guayaquil y está
hecho a base de pescado y yuca… a más de estos dos ingredientes se prepara con
tomate, apio, perejil, cebolla, ají, pimiento, comino y ajo… el pescado que se
suele usar es la albacora.
–¡¿Y qué pescado es ese?!
–Acá creo que lo llaman atún.
–¡Okey!, todo anotado y comprendido.
–A todo esto, ¿qué hora es? –consultó María.
–Las cinco y doce minutos.
–Sintiéndolo mucho, a pesar de lo bien que se está acá,
tenemos que irnos sin pérdida de tiempo o llegaré tarde a trabajar. ¡Hay que
ver lo rápida que se ha pasado la tarde!
–Sí, por desgracia, el ritmo del tiempo corre
vertiginosamente cada vez que uno está entretenido o a gusto con alguien.
Tras bajarse del vagón, condujeron sus pasos por la calle
que habían utilizado para desplazarse hasta la plaza del Funicular. Al llegar junto
a las escaleras que separan la plaza Moraza de la calle Tivoli se quedaron
inmóviles, se miraron a los ojos, y tras darse un apasionado beso, se
despidieron hasta el domingo siguiente.
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