sábado, 6 de febrero de 2016

Paseo matinal por las riberas del Ebro… 6

Escrito el 21 de noviembre de 2015

Emociones y sentimientos percibidos durante un paseo matinal llevado a cabo como cualquier hijo de vecino con la intención de mejorar la circulación sanguínea, mover el esqueleto y darle quehaceres a la testa con cualquier situación agradable o preocupante desde la individualidad, es decir, caminando en compañía de la soledad, la temperatura ambiente y el susurro del agua y/o el viento por la margen izquierda del río, que según consta en los libros de texto, es el más caudaloso de España.

Al parecer, según lo que he leído por ahí, las emociones son unas reacciones psicológicas ante diversos estímulos que pueden ser provocados por personas, animales, cosas… y que son las encargadas de impulsar y motivar a las personas para que actúen. Y, es por ello, que; puedo decir, sin temor a equivocarme, que las neuronas se encargan de convertir las hormonas y neurotransmisores en sentimientos, o lo que es igual: poder asegurar, sin ningún tipo de perjuicio para mí, que los sentimientos son el resultado de las emociones tras haber sido procesadas en el cerebro.

Como ya he dicho anteriormente en los escritos que preceden y guardan relación directa con este, que el otoño es una estación que no afecta a las personas por igual y, teniendo en cuenta el párrafo primero y el segundo, voy a narrar las emociones y sentimientos que cada uno de los protagonistas y escritos causaron en mí:

En el primer y segundo caso, el de las Secuoyas, el asombro, la tristeza y la ira propiciaron que mi reacción fuese inmediata: «tengo que denunciar esta situación públicamente», rumié con pesadumbre.


Mi asombro fue mayúsculo al observar que después de tantos años dejando claras evidencias de su precaria salud nadie se había dignado a echarles una mano. El desconsuelo que provocó en mí, la tristeza, facilitó el paso a la irritación inyectada por la ira y esta hizo que el cerebro terminase convirtiendo la información recabada en un descomunal y persistente dolor; en el tercero, el de los Ecuatorianos, mismas emociones, misma reacción y el mismo sentimiento; en el cuarto, el del Observador la cosa cambió sustancialmente, los ánimos se fueron calmando como consecuencia del tiempo transcurrido, la climatología y el encanto envolvente propiciados por el susurro del agua y la imperceptible brisa. Las emociones percibidas no fueron otras que: un nimio estado de euforia capaz de mitigar durante unos segundos el sufrimiento insuflado en el corazón y la mente a penas unos minutos antes: conduciéndome a un estado de desarreglo emocional derivado de los sentimientos encontrados al haberse exteriorizados sin ser esclarecidos por el que está acreditado para generar conclusiones e ideas; en el quinto, el del pescador, la indiferencia mostrada por él provocó que al converger la Adrenalina con la Serotonina y la Dopamina, además de que estas inyectasen en mi estado anímico una dosis de optimismo, al percibir la algarabía formada por las anátidas tuviese que abandonar el lugar con tanta urgencia que desaparecí de allí sin agradecerle el socorro alcanzado y sin despedirme de él; en el sexto, el de las anátidas, a pesar de la distancia que nos separaba, el encuentro visual y auditivo con los ánades y las ocas propició que, el regocijo que me produjo la escena que me tele transportó hasta mi infancia y ciudad natal, concluyese que, todas las emociones y sentimientos percibidos durante aquellos escasos quince minutos que duró el paseo matinal, deberían ser escritos y compartidos con el fin de inmortalizar algo tan económico como  saludable y placentero.


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