Escrito el día 21
de noviembre de 2015
…Después de la
pesadumbre que me causó el triste estado de conservación de las Secuoyas, los
Ecuatorianos y la tristeza que me produjo encontrarme con el Observador que, en
silencio, contempla el transitar de los días, las personas, los animales y la
caída de las hojas…, al notar la ebullición surgida en el interior de mi
cerebro, reanudé la marcha con brío y, a una treintena escasa de metros, me
detuve un instante frente al que, independientemente de que llueva, nieve o
truene, tanto en verano como en el resto del año, le da absolutamente igual
quien vaya o venga por la senda y lo que ocurra a su alrededor; ya que a este,
solo le interesa seguir pescando: sin importarle lo más mínimo el estar
estático ni su fracasada meta…
Lo que me
transmitió con su particular forma de afrontar la vida…; es que, por muy malas
que vengan, el hecho de salvaguardarse firme contra las adversidades, e
independientemente de que puedas movilizarte o no, mientras uno sea capaz de
mantener el ensueño de que, ¡vendrán tiempos mejores!… será más que capaz para
no dejarse subyugar por el desaliento y la negatividad que podría estimular, a
cualquiera que no sea intuitivo, a cometer el crasso error de poner el punto y final a su vida: por el hecho de
resignarse ante la nefasta sensación de que su vida no es más que un fracaso y
que no merece la pena sufrir por algo que ni siquiera está en sus manos.
Y, tras percibir, a
través del espacio y el pabellón auditivo, algo que me inquietó sobremanera:
decidí echar un vistazo, antes de retornar a casa…
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