miércoles, 10 de febrero de 2016

En el Fondo del Mar...



Capítulo I


4



Meritxell comenzó a recorrer las librerías y los tenderetes de libros de segunda mano que se instalaban en el Paseo de Gracia, en busca de «tesoros», a la edad doce años. Buscaba darle un sentido a todo aquello que era llamado parapsicología. Le encantaba leer acerca de hechizos, fantasmas, espiritismo… Le resultaba imposible explicar a los demás lo que leía, pero aun así, le gustaba intentar lo que los libros decían y creer que todo era posible. Tenía la extraña sensación de que si rebuscaba entre ellos encontraría tratados sobre magia, Egipto, el Tarot… Libros con carisma, con alma, con mucho donde aprender y a medida que fue creciendo esa manera de ver más allá de las cosas y de internarse en intensas aventuras intangibles se convirtió en parte de ella. Comenzó a imaginar que tal vez el Cosmos la había preparado para ser una heroína, para tener superpoderes, para ser la guardiana de un secreto, para volar hacia los lugares más recónditos del planeta en busca de la verdad perdida… su capacidad creativa le había preparado para hacerlo sentada o estirada, con los ojos abiertos o cerrados, sintiendo una energía especial apoderarse de su epidermis y alejándose de su ser de para convertirse en cualquier otra persona…

   En su búsqueda de información, un viernes por la tarde, cumplidos los quince años, fue con dos conocidos a visitar a una señora que se anunciaba en las páginas amarillas como: tarotista, vidente, conocedora de los rituales mágicos más importantes y de la eficacia de los amuletos… Al poco de llegar, y después de abonar la cantidad económica que previamente habían pactado por teléfono, siguiendo tras sus pasos se adentraron en un lúgubre cuarto donde la oscuridad y el aroma que emanaba del incensario envolvían la estancia en un halo de misterio y tenebrosidad cuya capacidad de sugestión bien podría incluso infundir terror en el ser más despreciable que pueda cohabitar en la Tierra. Sin embargo, para Meritxell y sus intrépidos acompañantes, no solo no se dejaron influenciar, sino que, después de analizar con detenimiento aquella primera y extraña sensación, coincidieron, sin que entre ellos mediase palabra alguna, en asimilarlo como algo atractivo y emocionante. Meritxell, tal y como lo haría una reportera dispuesta a llenar sus lagunas en su investigación, iba provista de una libreta y un bolígrafo.

   La tarotista era una mujer sexagenaria, con el pelo cano recogido en un moño sobre la nuca. Sus ojos le parecieron poco expresivos y su forma de hablar, de contestar con evasivas a sus preguntas, decepcionaron al grupo y, al final, cuando menos se lo esperaban, sin saber porqué emprendieron una fugaz carrera hasta llegar al portal. Durante la huida se sentían acosados y perseguidos por los famélicos aullidos que, desde el salón de estar de la pitonisa, provenían y eran emitidos por un antiquísimo reloj de péndulo que anunciaba que eran las nueve en punto.

   Una vez en la calle, además de la decepción experimentada por el trío, Meritxell salía de allí con la libreta en blanco y las expectativas rebajadas a la nada...




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