miércoles, 12 de octubre de 2016

Capítulo II, episodio 16 y último, por ser hasta donde tengo escrito y revisado en este momento.




    Junio 2009
   Meritxell se despertó muy temprano, bajó las escaleras intentando amortiguar cada uno de sus pasos, y, al llegar a la planta baja, se dirigió hasta la cocina. El silencio, a esas horas, solo era irrumpido por el trinar de los madrugadores pájaros. Se acercó hasta el ventanal, pulsó el botón para subir la persiana y, haciendo uso del tirador para descorrer las cortinas, observó que el color del cielo en vez de azul era blanquecino. Exhaló un suspiró y resoplando sorda y reiteradamente depositó la cafetera sobre la vitrocerámica y, mientras se terminaba de hacer el café, en una sartén puso un poco de aceite para tostar un par rebanadas de pan, peló y cortó un diente de ajo para restregarlo por las rebanadas y, después de hacer lo mismo con un tomate, bien maduro, las roció con un hilo de «oro líquido», vertió un tercio del negro y amargo café en un tazón y, tras agregar un poco de leche fría para que se templara y  azúcar al gusto, se dispuso a desayunar con la más absoluta serenidad.
   Pasado un tiempo, se dirigió al salón y se sentó sobre un sillón de tela negra, con forma de balancín, con los apoya brazos en madera de roble laqueados con barniz incoloro, frente a una fría y moderna chimenea. Sentada en el cómodo asiento, mientras hacía tiempo para que los demás se despertasen, comenzó a teclear de manera frenética en el regazado portátil. Actividad que cesó de manera repentina al escuchar como el triunvirato familiar irrumpía en el acogedor y tácito lugar entonando el cumpleaños feliz. Se levantó emocionada y, tras los besos, abrazos y felicitaciones, retornó a la cocina y, reproduciendo los mismos pasos, preparó el desayuno del trío cantor.
   Una vez que terminaron de engullir el tradicional, nutritivo y saludable almuerzo, tras recoger los utensilios e introducirlos en el lavavajillas, la familia al completo se metió y acomodó en el bermejo Avant y pusieron rumbo a la población. Durante el recorrido, Alejandro y Patricia se entretuvieron con los móviles, él escuchando música y ella jugando con uno de los juegos que tenía instalado. Alberto permaneció en silencio y atento a la carretera y Meritxell insertó el Módem USB en la ranura de su portátil y estuvo leyendo las felicitaciones que sus ciber amigos le habían dejado por las Redes Sociales donde habitualmente interactuaba. Al llegar a Puigcerdá, Alberto detuvo y estacionó el vehículo junto a la entrada del un centro comercial y al apearse de este:
   —Alejandro, ve a buscar un carro —dijo Meritxell al tiempo que le entregaba una moneda.
   —¡Jo, mamá! ¿y por qué tengo que ser yo?
   —¿Ya estamos protestando? Te pido por lo que más quieras que no me des el día, ¿vale?...
   —Calma, calma ¡por favor!... que ya voy a buscarlo yo —suplicó Alberto, haciendo los ademanes pertinentes con las dos manos.
   Patricia miró a su hermano y con la mano vuelta y el puño cerrado hizo el gesto de j...te, asintió un par de veces con la cabeza y continuó con la interesante partida del móvil.
   Al entrar en el establecimiento, Alberto y Meritxell se dirigieron hacia la sección de carnes y aves, Alejandro a la de música y Patricia a la de videojuegos. Media hora después, tras ponerse en contacto vía móvil, se encontraban depositando los artículos sobre la cinta de la caja 1: tres saquetes de carbón, una bandeja con seis contramuslos de pollo, otra con seis butifarras blancas, media docena de hamburguesas, dos tiras de costillas de cerdo, tres morcillas de  arroz cebolla y piñones, dos bolsas de ensalada picada, 1 kilo de tomates maduros, dos botes de aceitunas rellenas, dos cebolletas, una cabeza de ajos, una botella de aceite de oliva, otra de vinagre, una bolsa de sal gorda, tres botes de especias, una enorme sandía, un pack de latas de refrescos, otro de cervezas, un kit de platos, vasos y cubiertos desechables y dos bolsas de hielo. Al salir del supermercado, Meritxell miró hacia el encapotado cielo. 
   —¡Jum! No sé yo...
   —¿Cómo dices cariño? —consultó Alberto.
   —Que no sé, si al final podremos llevar adelante lo planificado —respondió señalando hacia la bóveda celestial.
   —No te preocupes cariño, si lo dices por las nubes: lo mismo que han venido se irán —dijo al tiempo que accionaba el mando a distancia y se inclinaba para abrir el porta equipajes, apartó con cuidado las dos botellas de vino tinto, Clos Mogador del 2003, que él mismo había introducido antes de sacar el vehículo del garaje, extrajo una nevera portátil, la abrió, rompió y vertió en esta una de las bolsas de hielo, introdujo los dos packs de latas y repitiendo la misma operación vació el resto de los hielos, le puso la tapa, la introdujo en el maletero y pusieron rumbo al destino—: Incluso puede que allí el día no esté igual que aquí —dijo para animarla.
   —Sí, claro. También soy consciente de ello.
   A eso del mediodía, al llegar a Matemale, el sol se hallaba entre nubes y claros... Y junto al acceso principal, como habían quedado el día anterior, les estaban esperando Andrés y Ana María y, tras dar por finiquitados los pertinentes saludos, besos, abrazos y felicitaciones, entre todos trasladaron los comestibles y bebidas hasta la zona de pic-nic y barbacoas, y aprovechando que otra familia había terminado de asar y las ascuas estaban en pleno apogeo comenzaron con los preparativos culinarios. El aire se hizo notar con remolinos y cambios bruscos de velocidad, a medida que había ido transcurriendo la mañana, el cumulonimbos había alcanzado su máximo esplendor, el sol quedó oculto por completo y aparecieron los primeros relámpagos.
   —Mal se está poniendo esto —dijo con tono disgustado la cumpleañera.
   —Tranquila cariño, he presenciado situaciones peores que esta y al final el aire terminará desviando la tormenta, además de que esto ya está a punto de caramelo  —indicó señalando con el mentón hacia la parrilla. 
   Empezaron a picotear sobre las ensaladas mixtas, mientras se terminaban de asar las últimas piezas, y, cuando el cielo se oscureció aún más, aparecieron los primeros relámpagos «¡Santa Bárbara Bendita que...!» —dijo a la par que se santiguaba Meritxell y, sin dejarla terminar la frase, volvió a sobrecogerla el fragor un trueno más hondo, poderoso y cercano que los anteriores y, alimentos, comensales y utensilios fueron bombardeados por las gélidas y violentas ráfagas de granizos. Prestos recogieron todo cuanto pudieron y salieron zumbando para protegerse en los vehículos. La tormenta se explayó durante veinte interminables minutos, corrieron entre los gritos y la multitudinaria estampida de personas que como ellos trataban de ponerse a salvo de la desmesurada saña ejercida por el catastrófico y devastador pedrisco.    Empapados, con los cristales empañados, aguardaban a que escampase para terminar de recoger el resto de la fracasada barbacoa.
   Al salir de los vehículos, el panorama que se encontraron al legar a la mesa era desolador: ramas rotas, hojas destrozadas, granizos y tierra se habían mezclado con los alimentos, nada se libró del cruento ataque meteorológico, excepto las bebidas. Unos y otros se miraban con desilusión al tiempo que se encogían de hombros cómo diciendo: «¿Y qué podemos hacer?».
   —¡Venga, vayámonos!, que aquí no tenemos más que hacer —resolvió sin poder evitar que  la voz se quebrara y los ojos se inundasen, aquella que detestaba los días de lluvia.
   Los demás asintieron y, a excepción del cambio que reflejaban sus rostros y ademanes, del mismo modo que habían llegado, se marcharon.
   Una vez en casa, mientras los demás se cambiaban de atuendo y se ponían cómodos, Meritxell sacó dos pizzas congeladas, las horneó y «como a falta de pan buenas son las tortas» al terminarlas: «Que ricas están, ¿vedad?» —dijo intentando romper el silencio que se había instaurado. Ana María y Andrés asintieron sin pronunciarse.
   —¡Bah! para esto mejor que nos hubiésemos quedado en casa —dijo con tono despectivo Alejandro.
   —¡Cállate!, estúpido. ¡Qué cada vez que hablas sube el pan! —exclamó Patricia.
   —Calma, calma. Tengamos la fiesta en paz ¡Por favor! —dijo Alberto, haciendo los ademanes correspondientes al principio y al final de su intervención.
   —No es necesario que descorches el vino, prefiero tomar cerveza —indicó Andrés.
   Meritxell apenas probó bocado, se levantó y dirigió sus pisadas hacia el frigorífico, lo abrió y  se inclinó para recoger una tarta de chocolate que ella misma había preparado el día anterior.
   —Bueno, chicos... al menos no lo podemos dar todo por perdido... ¡gracias a que se me olvidó recogerla esta mañana, se ha librado del maldito pedrisco! —manifestó con tono festivo.
   A excepción de Alejandro, al resto de comensales se les alegró tanto el rostro como la vista.
   —Pues, no sé donde está la gracia: si total, desde el principio su destino era ser devorada —expuso y razonó con ironía, Alejandro.
   El resto, sin prestarle atención, continuó degustando el dulce final, sin más.

   Alejandro, por el contrario, con la amarga sensación de quien tras un largo y trabajado discurso escucha «a palabras necias...», se levantó malhumorado y escaleras arriba se encaminó hasta su cuarto, una vez allí, se colocó los auriculares y se estiró sobre la cama en decúbito supino. Unas horas después, Andrés y Ana María regresaron a casa y los demás, siguiendo los pasos de Alejandro, se marcharon a dormir.

martes, 11 de octubre de 2016

Capítulo II, episodio 15, En el Fondo del Mar...



Lunes, 2 de mayo de 2009
¡¡¡Felzi y contenta!!!
Hola amaigos....
Ayer regresamos de Osséja, (Francia). Hemos estado druante todo el puente disfurtando de ese espectacular lugar y ¿sabéis qué?..... nos ha gustado tanto a mis hijos, marido y a mi... que esta mañana hemos acudido Alberto y yo a firmar el contrato de compra-venta de un hermoso palacio que está ubicado en los Pirineos Orientales... de momento, tenemos pensado pasar allí las vacaciones estivales; pero tranquilos, ya os iré informando más adelante... t
Para ím es un ogrullo contar con una capacidad inventiva tan desarrollada como la mía.  No tengo más que sentarme, en cualquier lugar, con mi portátil en el regazo y mis ágiles deosd comienzan a teclear de manera fernética toda la información que estos reciben a través de los puntos de unión que existen entre ellos y las neuronas de mi mente hipreactiva. A pesar de la rapidez con la que escribo hay algo que seimpre se cumple en todas mis novelas.  Al final, cuando decido poner el punto y final de la historia, seimpre termino llorando, les cojo tanto cariño que… pero menos mal que enseguida se me pasa y comienzo a ir conociendo a los nuevos personajes  que se manifiestan en mi cabeza y tras darles una personalidad convincente comienzo a darles esa vida que me suplican gritando..... Escribir, para ím se ha convretido en una necesidad al igual que lo son el respirar, el comer o el dormir. Ayer, alguien me preguntó que cómo inventaba las tramas y para ser sincera es algo que ni yo misma sé y es mi cabeza la que de manera autónoma se encarga de todo. Espero conseguir los lectores suficientes para ser reconocida porfesionalmente como escritora…
"La verdad es que me gustaría ver las caras de todas aquellas personas que a la primera de cambios aprovechaban para decirme que no sería capaz de escribir… como en su día me lo hicieron saber mis profesoras"
Gracias a mi preseverancia he podido superar muchos traumas y aprendido a escribir correctamente. Fue a partir de conocer a mi agente literario y seguir al pie de la letra todos y cada uno de sus consejos y desde entonces  seimpre leo, releo y corrijo cada uno de mis  escritos para facilitar la lectura a mis lectores y seguidores del blog.

Publicado por Meritxell en 7.07 am.
Comentarios:
Estoy convencido de que cualquiera que se preste a leer esta entrada, concordará conmigo en que, por lo que aquí se puede leer: esta chica  no necesita abuela…

Publicado por Anónimo en 8.23 am. 
Responder:
No sé a qué viene ese comentario tan fuera de lugra. ¿Podrías expilcarte mejor? Para algunas cosas soy "cortita"….
Publicado por Meritxell en 10.01 am.
Responder:
Es por todo y por nada en general, pero vamos, tómatelo como lo que es: una opinión sin más...
Publicado por Anónimo en 8.10 pm. 
Responder: 

Sábado, 16 de mayo de 2009
¡¡¡Cómo pasa el tiempo!!!
Hola amaigos.
Ya han pasado cuatro años desde que acudí por primera vez a la agencia literaria…. Con la intención de conseguir mi principal sueño ¡la meta que me fijé siendo niña!  Es muy duro para mi comprobar que los años siguen pasando y que aun no he alcanzado mi sueño…. ¡Soñar es tan barato y tan eficaz!.....
Recuerdo que estaba tan nervoisa  que me temblaba el labio inferior. Mi estómago era persionado por un enorme nudo que no me dejaba ni respirar.
Recuerdo que, al llegar a la puerta, necesité una gran dosis de autocontrol para refrenar aquella ansiedad sin precedentes. Mi mente hipreactiva y fantasiosa  comenzó a construir castillos en el aire…… Iba cargada de historias e ilusiones.
Recuerdo que estuve reunida con mi agente literaria más de una hora en el despacho. Hacía un calor insoprotable, pero yo aguanté como un verdadero Titán.
Presté tanta atención  a mi agente literario que me quedé boquiabierta y babeando por la comisura de mis volputuosos labios….
Recuerdo que ella insistió en que yo tenía que leer mucho y me recomendó una veintena de libros que según ella me ayudarían a pulimentar aún más mis fantásticas novelas.
Me puse enseguida con ilusión, sin reparar en recursos ni intenciones. Le compré unas encuadernaciones para comenzar.... Me leí miles de libros y subrayé todas las frases que me llamaban la atención….
Me metí tan de lleno en el asunto que incluso contraté durante más de un año a Federico, un profesor que me ayudó a pulir una de mis maravillosas novelas.
Estudié frenéticamente otrografía y desde entonces, cada escrito que escribo, lo crorijo una y otra vez hasta dejarlos libres de faltas de otrografía y tipografía. Solo así es como se puede llegar lejos en esto de la literatura.
¡Llevo tantos años en esta senda! Pero sé que la vía directa para lograr mi sueño es el tesón, la costancia, la ilusión y la credibilidad en uno mismo….
Pero no me voy a rendir así como así….. seguiré caminando sin importarme cuantas veces tenga que tropezar y volver a levantarme  tal cual  si fuera el Ave Fenix.
¡Os deseo un felzi día a todos los que me seguís en el blog!

Publicado por Meritxell en 7.07 am. 
Comentarios:

He de reconocer que no dejas de sorprenderme con tus aportaciones. Por un lado, dices que ser escritora es tu principal meta o sueño, luego, después, exclamas que soñar no cuesta dinero y, a continuación, dices que compraste unos cuadernos y que contrataste a un profesor durante una larga temporada... Tengo la sensación de que ni siquiera eres consciente de lo que escribes, más que nada: me baso en las evidencias que muestran tus propias contradicciones. Te permites gritar a los cuatro vientos que soñar es gratis y admites que a ti te cuesta dinero, no dices cuanto, pero me imagino que será una cantidad considerable al menos con el profesor... Lo que no me queda muy claro en tu farragosa aportación es con respecto a lo de la costancia  no sé si lo dices para dejar claro que te cuesta dinero o por ser perseverante. En cuanto a que lees y corriges antes de subir el escrito, he de decirte que no acabas de convencerme.

Publicado por Anónimo  en 8.07 am. 

Comentarios:

lunes, 10 de octubre de 2016

Capítulo II, episodio 14, En el Fondo del Mar...



29 de abril de 2009, seis y media de la mañana, en el garaje de los Doménech-Capdevila.
   —Está todo, ¿verdad? —consultó Alberto.
   Meritxell rodeó el Avant hasta situarse frente al maletero con la intención de cerciorarse.
   —Sí, cariño. Por mí, cuando quieras.
   Una vez que la unidad familiar se acomodó en el interior del vehículo, Alberto introdujo en el GPS los datos que le había facilitado unos días antes Andrés Caparrós, esperó a que se cargasen la ruta y el mapa, seleccionó la opción sonido y, sin más preámbulos, pulsó sobre la tecla «Ir a destino» y, una vez que el vehículo pisó sobre el asfalto, tras accionar el mando a distancia para cerrar el garaje: pusieron rumbo al destino. Y, al igual que siempre que se trasladaban en este: los ocupantes del asiento trasero se entretenían escuchando música uno y jugando...; los demás, uno pendiente del tráfico; la otra, tecleando frenéticamente sobre el regazado portátil «Tomar Carretera de Aribau y Vía Augusta hasta los túneles de Vallvidrera... continuar hacia la C-16» —indicó con voz mecánica desde la consola donde estaba ubicado el GPS.
Andrés Caparrós, además de ser amigo de Alberto desde la infancia, había heredado la lonja que durante generaciones había atendido las demandas de las mercerías de la ciudad, y aprovechando, por un lado, la decadencia del sector y, por el otro, el auge que había experimentado la construcción prácticamente desde el cambio de siglo, valiéndose de los conocimientos empresariales que había adquirido años atrás acudiendo a la Facultad de Economía y Empresas en la Universidad de Barcelona, desde el 2002 se había convertido en el dueño y gestor de la inmobiliaria que estaba contigua al renovado y fructifico negocio de los Doménech. Andrés, como todo buen negociante, siendo conocedor del transito de clientes y la cantidad de bolsas con las que estos salían del establecimiento: propuso a Alberto la idea de disfrutar del puente de mayo rodeados de los maravillosos paisajes y el sosiego que ofrecen de manera gratuita los pueblos de alta montaña.
   —Incorpórese a C-16/C-58 —dijo utilizando el mismo tono voz, el utilísimo aparato—: Continuar por C-16 —indicó de nuevo, dos kilómetros después.
   A pesar de no coincidir con las vacaciones estivales o invernales el transito de vehículos era abundante, Alberto no podía distraer la atención de la vía para contemplar la esplendorosa hermosura que comenzaban a mostrar los Pirineos Orientales.
   —Girar ligeramente a la derecha para incorporarse a E-9 —indicó la familiarizada voz después de un largo silencio—: Incorpórese a D-70 hasta Impasse Saint-Joseph —irrumpió el silencio ciento ochenta metros después—: Ha llegado a su destino —informó pasados unos segundos.
   Las 8:30 marcaba el reloj de la consola del Avant cuando Alberto detuvo y estacionó el vehículo, seguidamente, los cuatro ocupantes se bajaron y comenzaron a estira piernas y brazos.
   —Buenos días —dijeron casi a la par Andrés y Ana María, su esposa, luciendo una amplia sonrisa—: ¿Qué tal el viaje? —consultó él tendiendo la mano a Alberto.
   —Bien, bien, aunque he de reconocer que de no ser por el GPS no sé si ahora estaríamos aquí.
   —La verdad es que yo ni siquiera me he enterado —dijo y explicó Meritxell—: me he conectado a Internet  y como siempre: el tiempo se me ha pasado sin ser consciente.
   Andrés consultó a los jóvenes, Alejandro, que  se había quitado uno de los auriculares al descender del coche, respondió prácticamente lo mismo que su madre; Patricia «igual que ellos dos» —respondió señalándoles con el mentón y, sin más que añadir, continuó dándole a las teclas.
   Tras el recibimiento.
   —Bien, pues entonces..., si os parece bien, podríamos ir a visitar la vivienda.
   Alberto consultó con la mirada a su esposa e hijos.
   —Todo perfecto. Tú dirás —indicó Alberto
   —Subamos a los coches y vayamos hacia allí —indicó señalando hacia el horizonte, Andrés.
   Unos minutos después, tras estacionar los automóviles en frente del a la adosada vivienda.
   —Voilá —dijo desde el otro lado de la calle— a vuestra disposición, en ella disfrutaréis del largo fin de semana...
   Frente a ellos, se erguía una preciosa vivienda unifamiliar, de dos alturas, construida siguiendo la estética de las típicas casas ceretanas, mezclando piedra y madera. Sobre el inclinado tejado, a dos aguas y recubierto de pizarra natural, destacaba estilizada chimenea y sobre esta una metálica y negra veleta. La línea que separa lo público de lo privado estaba compuesta por un muro, de un metro de altura, recubierto con piedra artificial modelo Sierra LIGHT Ruggine (color pizarroso oscuro) y entre pilastra y pilastra, una verja lacada que le daba un acabado metálico natural tipo forja y, justo en el centro del muro, una puerta mecanizada de doble hoja, realizada y terminada siguiendo los patrones de la verja, que permitía ver a través de los  estilizados barrotes una senda de 1,20m² de ancho por tres de largo embaldosada con adoquín de barro natural cocido en horno de leña y, a ambos lados de esta, un pequeño parterre de césped bien cuidado y lindas flores en los laterales. En el extremo izquierdo del muro, una puerta de iguales características, excepto en las dimensiones, conducía hasta el soterrado garaje.
   —¡Adelante, familia! —dijo tras abrir la puerta Andrés, haciendo al compás un ademán de cortesía.
   La fachada estaba recubierta con el mismo material que el muro divisorio, pero más bien tirando a beige. Los dinteles y pilares de las ventanas balconeras estaban realizados con vigas de madera laminada, lacadas en roble negro.
   —Como podéis observar, la carpintería exterior, está realizada  en madera de iroko —informó Andrés, antes de situarse en el soportal, frente a la rústica puerta de entrada y, tras girar reiteradas veces la lave que había introducido en la cerradura, haciendo un gesto con la mano les invitó a entrar. Coincidiendo con la apertura, un dispensador eléctrico lanzó un agradable aroma a flores silvestres y, a continuación, cómo si de un museo se tratase, fueron guiados por los anfitriones. Los Doménech-Capdevila, escudriñaban cada rincón sin perderse el más mínimo detalle. Los techos estaban constituidos por vigas transversales, de madera laminada de 80x120mm, separadas unas de otras a un metro, lacadas en caoba, y sobre estas, en sentido contrario, cubriendo los vanos, lamas de pino natural teñido de sapeli. En la planta baja, los suelos  estaban cubiertos por cerámica porcelánica de 16x100cm en color cerezo lapado, simulando ser  tarima flotante (no por ahorrar costos, sino porque es mucho más resistente al desgaste y el transito de personas). A mano derecha, un amplio salón-estar (40m²), en cuyo techo destacaba una lámpara de porte moderno realizada en negra forja; y a la izquierda de este, se hallaba una espaciosa cocina abierta, con forma de u, cuya pared frontal estaba revestida con azulejos de 10x10cm con distintas tonalidades que iban desde el crudo al beige, colocados de manera ajedrezada y, delimitado la parte alta de la baja, a modo de cenefa, intercaladas algunas piezas decoradas con  vegetales, aves, frutas y utensilios acordes. El mobiliario, todo él construido con madera de roble natural lacado en mate y los electro-domésticos incrustados en su lugar correspondiente. Sobre la encimera, de granito verde, llamaban la atención un horno microondas y la rústica grifería, ambos en acero inoxidable, y alumbrado el conjunto, desde el techo, un paflón fluorescente y, a través de una puerta acristalada, situada en el lateral derecho de la cocina, accedieron a una terraza de unos 30m² con vistas a las cercanas montañas. Al lado izquierdo de la puerta de entrada, se hallaba un aseo con las paredes revestidas de azulejos cerámicos de efecto oxido en formato 20x40 colocados en horizontal,  y, tras una mampara de aluminio lacada en cerezo oscuro, un plato de ducha  de carga mineral en color grafito, a ras de suelo. Y, entre el salón y la cocina, frente a la puerta de entrada, al otro extremo del salón-estar, una descansada y compensada escalera, toda ella construida en madera, dividida en tres tramos y quince peldaños, que conducía hasta la segunda altura. Una vez allí, observaron que el inclinado techo estaba formado por vigas y cuarterones de diverso grosor teñidos de roble oscuro y entablado con lamas de abeto de 250x25x2cm.  patinado en caoba. Los suelos estaban revestidos de tarima flotante en roble arrabal, las puertas, armarios empotrados en roble blanco. En el desahogado distribuidor se podían ver a primera vista, sin necesidad de encender las luces gracias a una enorme claraboya situada en la misma cumbre del tejado, cinco puertas y, tras abrir la que estaba frente a ellos, Andrés accionó el interruptor y se sorprendieron tanto por la espaciosidad como por el hecho de que el dormitorio principal estaba completamente amueblado, en el centro se hallaba un moderno canapé cubierto por una funda nórdica, y, a ambos lados de este una mesilla con su correspondiente lamparilla.  Andrés se dirigió hacia el ventanal e invitó a que los Doménech-Capdevila se asomasen a contemplar las vistas.
   —Desde aquí se puede ver todo el valle —dijo apoyándose sobre el negro y forjado balaustre, Alberto.
   —Las vistas son espectaculares —gritó, dejándose llevar por la emoción Meritxell.
   —Como os habréis dado cuenta, la casa está perfectamente equipada para entrar a vivir: de hecho, desde que se construyó en 2005 y hasta el día de hoy: se ha estado alquilando tanto en verano como en invierno a quienes se desplazan para practicar alguna actividad de montaña.
   Al salir del dormitorio principal, abrió la que estaba junto a este a mano izquierda, un dormitorio juvenil, y a la izquierda de este, dando a la fachada posterior, un baño completo y en mitad del techo de este una claraboya con dos funciones, ventilación y proporcionar luz durante el día, y bajo esta una bañera vista de hierro fundido, apoyada sobre unas garras en acero inoxidable y lacada en blanco, adornada con una línea desigual de flores verdes y amarillas de distintas formas y tamaños al rededor de esta. Las paredes revestidas, hasta media altura, de manera ajedrezada con azulejos de 10x10 alternando el verde claro de unos y el crudo de los otros, y el suelo con el mismo material que la plata de abajo. Retornando al despejado vestíbulo, a la derecha de la puerta central, se hallaba otra jovial habitación muy parecida a la anterior, una cama de 90 cubierta con un edredón estampado y,  tras abandonar el baño, abriendo la puerta que daba a la fachada de atrás, un pequeño cuarto tan vacío como despoblado. Todos los cuartos tenían en común, su forma abuhardillada, las ventanas balconeras y las claraboyas.
   —¡Ah!, se me olvidaba deciros que la vivienda está totalmente domotizada —añadió Andrés.
   —¿Y eso qué es ? —curioseó Patricia.
   —Se llama domótica al conjunto de sistemas capaces de automatizar una vivienda, aportando servicios de gestión energética, seguridad, bienestar y comunicación, y que pueden estar integrados por medio de redes interiores y exteriores de comunicación, cableadas o inalámbricas, y cuyo control goza de cierta ubicuidad, desde dentro y fuera del hogar. Se podría definir como la integración de la tecnología en el diseño inteligente de un recinto cerrado... O, lo que es lo mismo, las persianas, la calefacción, cerrar las llaves de paso de agua, de gas... sin necesidad de estar en casa, por ejemplo, se te ha olvidado conectar la alarma, o apagar la calefacción, o la quieres encender para que cuando llegues la casa no esté tan fría, es tan sencillo como llamar desde el móvil y darle la orden a la unidad de control que está situada junto a la puerta de entrada y de manera manual indicando las ordenes a través de la pantalla táctil... Aquí, está todo mecanizado —dijo, mientras recogía un mando a distancia que estaba junto a la puerta y, tras accionar los botones, la persiana incorporada en la claraboya subía o bajaba dependiendo de la intencionalidad de Andrés «Bueno, pues ya solo nos queda bajar para ver el garaje» —indicó Ana María.
   Al llegar a la planta baja.
   —Pues mientras vosotros lo veis, los niños y yo nos ocuparemos de sacar el equipaje del maletero y meterlo en la casa.
   —Me pido la habitación que está junto al baño —gritó Alejandro.
   —¡Jo!, que listo —protestó Patricia—... y parecía tonto el niñato.
   —¡Ja, ja, ja!, haberte espabilado listilla.
   —¡Venga! Dejaos ya de tantas tonterías y ayudarme. Que cuanto antes terminemos, mejor para todos —sentenció Meritxell.
   Media hora después, se hallaban todos paseando por las inmediaciones del lago de Osséja, Andrés, como buen negociante, sabía que palos tocar.
   —Además de lo que habéis visto, muy cerca de aquí se puede practicar el golf (hay cuatro campos en un radio inferior a los once kilómetros), para esquiar hay dos pistas menos de veinte minutos en coche, senderismo a pie, a caballo, en bicicleta... En fin, cualquier actividad que se pueda realizar al aire libre y no solo eso, además de venir en coche, se puede venir tanto en tren como en autobús... y qué decir en cuanto a la calidad de vida o la paz, el aire y sosiego que aquí se respira...
   —Sí, la verdad es que el lugar es digno de tener en cuenta —admitió Alberto.
Ana María y Meritxell conversaban sobre las posibilidades que ofrecía el lugar donde se encontraban para pasar un día de pic-nic y disfrutar de mundo rural estando al pie de casa. Los niños, mientras que los adultos conversaban, se distraían contemplando las diferentes actividades acuáticas que realizaban la mayoría de los que estaban de acampada en aquel maravilloso lago.
  Y, para rematar la faena, el que iba haciendo las veces de guía turístico, les invitó a comer en un restaurante cercano. De primero, los adultos tomaron zarzuela de mariscos, Alejandro y Patricia ensalada catalana; de segundo, Meritxell y Ana María pidieron bacalao con pasas y piñones, Alberto y Andrés conejo a la catalana y, calamares a la romana los dos hermanos. Para acompañar, alternaron vino blanco para la zarzuela y el pescado y tinto, gran reserva, Costers del Segre, para la carne y refresco de cola tanto para la ensalada como para los rebozados. De postre, crema catalana unos y arroz con leche los otros. Durante la sobremesa, los adultos tomaron café solo ellos y cortado y con leche, ellas, y, para brindar, alzaron los cuatro chupitos de ratafía catalana y emulando lo de arriba, abajo..., tras abonar la cuenta, salieron a pasear por los alrededores del lago hasta que, al caer la tarde se despidieron hasta el día siguiente.
   Pasada la noche.
  Al amanecer, alertada por el armónico trinar de los pájaros y la intensidad calórica y lumínica  percibida en su rostro como consecuencia de la penetración de los oblicuos rayos de sol a través de las rendijas de la persiana, Meritxell se despertó y, tras realizar varios estiramientos y bostezos, se levantó tan contenta como unas castañuelas en día festivo, se calzó las pantuflas y, con tanto sigilo como un felino que está dispuesto a sorprender y dar caza a su presa, se lanzó  escaleras abajo y condujo sus pasos hasta el aseo y después, tras hacer sus necesidades y asearse, hasta la cocina y, una vez allí, buscó en la parte alta de los armarios y, de uno, cogió un cazo y cuatro tazas; de otro, un tarro de café soluble y un bote de leche condensada que habría dejado allí posiblemente el último inquilino y abrió uno de los cajones de la parte baja y comprobó que había un juego completo de cubertería para seis servicios. Lavó todos los utensilios, puso a calentar agua en el cazo y, cuando alcanzó el punto de ebullición, apagó la vitrocerámica, abrió el tarro de cristal y, seguidamente, extrajo tres cuchadas colmadas del disoluble producto y,  al entrar este en contacto con el hirviente líquido y fusionarse, desprendió un apetecible y aromático efluvio que a la velocidad de la luz se expandió por toda la casa. Tomó el bote de leche condensada y, sirviéndose de un cuchillo, abrió dos pequeños orificios en laterales opuestos y posicionándolo  sobre el cazo, a una cuarta de altura más o menos, comenzó a dejar caer  sobre el negro y amargo café un hilo de la espesa y dulce leche al tiempo que,  con la otra mano, ayudándose con una cuchara fue removiendo hasta que el café tomo el color y el dulzor que estipuló conveniente después de irlo probando de vez en cuando. Se dirigió hasta el frigorífico decidida a guardar la leche sobrante; pero al llegar frente a este, se detuvo un instante y, sin poderlo evitar, puso sobre sus labios uno de los orificios y, tras una larga sorbida «Hmm, qué rica» —dijo  al evocar en ella un momento de su más tierna infancia.
   —Buenos días mamá —dijeron los tres casi a la par, ya vestidos y preparados para emprender el nuevo día.
   —Qué maravilloso es despertarse con el canto melódico de los pájaros y el olor a café recién hecho, ¿verdad?
   Padre e hija se miraron e hicieron un esbozo de sonrisa en señal de respuesta.
   —Se conoce que debo de entender poco de campo, sonidos y pájaros... pues mi imaginación me hizo pensar que el metálico y molesto ruido provenían de los gritos proferidos por unos cacharros que se negaban a ser bañados a una hora tan temprana —respondió con tono irónico Alejandro—; aunque he de reconocer, que al percibir el agradable olor: mi estado anímico se ha transformado considerablemente mamá.
   —Lo que si os digo es que hoy el desayuno será más bien ligero... he estado mirando por toda la cocina y...
   —¡Ja!, que te crees tú eso —respondió Patricia blandiendo un paquete integro de galletas rellenas de chocolate.
   —Gracias hija por ser tan previsora —articuló emocionada, la golosa mamá.
   —Que conste, que si han llegado hasta aquí: es porque anoche no me acordé y, hace un rato, al sacar de la maleta la ropa que llevo puesta: me he puesto tan contenta que sin darme cuenta  se me ha pasado el cabreo de haberme despertado por culpa del escándalo que has armado al abrir y cerrar los armarios.
   Todos rieron durante unos minutos las ocurrencias de los benjamines de la casa.
   Estaban terminando de introducir los utensilios en el lavavajillas cuando escucharon el estentóreo y reiterado toque de claxon. Alberto condujo sus acelerados pasos hacia el salón y, tras pulsar el botón para subir un poco la persiana: «Ya están aquí... daos prisa» —chilló al reconocer el negro Nissan Pathfinder de Andrés, dejándose llevar por la impaciencia.
  Cumplimentado el ritual de saludos, una vez acomodados en el interior del vehículo y abrochados los cinturones de seguridad, partieron hacia en destino previsto: el lago de Matemale (Francia).
   Al llegar al lago, a eso de las diez y cuarto, junto al aparcamiento principal, Alejandro miró a través de la ventanilla, se giró hacia Patricia y le consultó con la mirada, ella asintió exhibiendo una linda sonrisa:
   —Papá, ¿podemos probar qué se siente? —preguntó Alejandro a la par que se acicalaba el llamativo y estilizado tupé.
   —Sí, claro: se supone que hemos venido a disfrutar.
   El ritmo cardíaco de los jóvenes iba in crescendo al ser conscientes de que los próximos en subirse a las camas elásticas serían ellos. Nervios y ansiedad se adueñaron durante el tiempo que tardaron en colocarles las medidas de seguridad. Tomaron impulso siguiendo las instrucciones y al experimentar la sensación de poder «volar» se vieron envuelto en una explosiva mezcla de sentimientos encontrados, tan pronto los chillidos eran de terror como los gritos, de júbilo.
   —¿Os apetece  dar una vuelta en trineo? —consultó Andrés.
   Padres e hijos se miraron mutuamente y se encogieron de hombros.
   —¡¿Sin nieve?! —exclamó Meritxell.
   —No es necesario, los trineos, en lugar de esquís llevan ruedas.
   —Sí, sí, sí, sí—respondieron al unísono y entusiasmados Alejandro y Patricia.
   —Vayamos entonces —indicó Alberto.
   Al llegar a la zona destinada a esta actividad, tras el cálido recibimiento por parte del musher, comenzó una entretenida charla sobre el aprovechamiento de los perros y las distintas razas que componían la tripulación, y, una vez explicadas las instrucciones y las palabras claves que tendrían que utilizar durante el trayecto, padres e hijos, supervisados continuamente por el musher, partieron hacia la ruta destinada a los principiantes.  Los veinte minutos que duraba la aventura les supo a poco o al menos así lo intuyó Andrés al ver la cara que pusieron al poner los pies en tierra los Doménech-Capdevila.
   —No os preocupéis: podréis volver a repetirlo cualquier otro día.
   —¿Os gustaría motar a caballo? —sugirió Ana María.
   Todos asintieron con reiterados y enérgicos movimientos de cabeza.
   —No es necesario tener experiencia, los caballos son muy dóciles y están acostumbrados a tener que lidiar con todo tipo de público.
   —Mejor que sea así, porque me imagino que no tendrá nada que ver con montar en moto, ¿verdad?
   —No, no, nada que ver...; pero puedo asegurarte que no entraña ningún riesgo, y fíjate si será fácil, que hasta yo me animo a venir de vez en cuando.
   A eso del mediodía, retornaron al punto de partida.
   —Ya que estamos aquí podríamos irnos de pic-nic —sugirió Alberto al ver como otros recogían su correspondiente cesta de alimentos.
   —Fenomenal —respondió Andrés—, de hecho os lo iba a proponer.
   Se pusieron en la cola durante unos minutos para recoger las vituallas.
   —Solo nos falta encontrar el lugar apropiado para degustar estas exquisiteces —dijo después de recoger la Visa y salir del establecimiento portando una gran cesta en su mano derecha, Alberto.
   Unos pasos después, ocuparon una de las típicas mesas de madera que estaba situada bajo un centenario y frondoso árbol y comenzaron a depositar sobre esta el contenido de la cesta: dos salchichones, seis porciones de queso, un hermoso taco de jamón, dos botellas de vino de la región, refrescos de cola, pan con tomate, escalivada, ensalada catalana, macedonia de frutas, tres tabletas de chocolate y un kit de media docena de vasos, platos y cubiertos desechables y después de reposar un par de horas, antes de despedirse del lugar y regresar a Osséja, se fueron a  practicar el tiro con arco, durante un par de horas.

  El domingo, ambas familias habían acordado, en la víspera, dedicarlo al relax. El cielo amaneció de un azul intenso, la temperatura era tan agradable que invitaba a pasear. Alberto consultó a los suyos y se animaron a disfrutar tanto del espectacular día como de las últimas horas por las inmediaciones del lago de Osséja. Se estaba también por allí que, sin darse cuenta, se hizo la hora de comer. Entraron en el restaurante, se metieron entre pecho y espalda: de primero una contundente y sabrosa ración de mar y montaña; de segundo, lubina a la brasa rociada con vinagre y ajos refritos, para acompañar tomaron cerveza los adultos y refresco de cola los jóvenes; de postre, optaron los cuatro por una porción de tiramisú. Durante la sobremesa, además de tomar café, Alberto y Meritxell, tras compartir con sus hijos una breve y efusiva conversación, acordaron por mayoría absoluta que sí. Alberto sacó su móvil del bolsillo y marcó un número:
   —¡Dime, campeón! —respondió Andrés, tras descolgar y haber reconocido el número que aparecía en la pantalla.
   —¡Oye, qué sí! —exclamó Alberto.
   —Que sí, ¿qué?
   —Mañana, a primera hora, me pasaré por tu despacho para tramitar la documentación.
   —Perdona, pero no sé de que me estás hablando.
   —Que nos quedamos con la casa.
   —No creerás que te he invitado a pasar el fin de semana con el propósito de realizar una operación mercantil, ¿verdad?
   —No me creo nada. Hace años que le prometí a Meritxell que con el tiempo tendríamos nuestra casa de campo y que mejor lugar que este para llevarlo a cabo.
   —La verdad es que no tenía en mente el venderla, pero bástese que seas tú el interesado, creo que podremos llegar a buen puerto.
   —Bueno, pues nada. Nos vemos en Barcelona.
   —Adiós, adiós ¡Hasta mañana!
   —¡Chist! ¡Chist! —dijo Alberto, al tiempo que levantaba la mano para llamar la atención del camarero que les había atendido.
   —Buenas, ¿deseaba algo más, señor? —saludó, y consultó con voz clara el joven mesero.
   —Sí, cuando pueda me trae la cuenta.
   —Un momento por favor.
   Regresó en menos que canta un gallo, depositó sobre la mesa el típico platillo con el tique, Alberto lo miró, se levantó para extraer la billetera del bolsillo trasero de su pantalón vaquero y le entregó el importe de la factura más diez euros.
   —¡Muchas gracias, señor!
   —A usted por el buen servicio, y felicite también a los de la cocina de mi parte... —agradeció y, seguidamente, indicó a los suyos—: ¡Venga!, todos en pie, que nos vamos para Barcelona.
   —¡Qué tengan buen viaje señores! —dijo luciendo una sonrisa sincera el servicial joven.
   Y, sin más preámbulos, salieron del establecimiento, condujeron sus pasos hasta el aparcamiento y, tras introducirse en el vehículo, ponerse cómodos y abrocharse los cinturones de seguridad y del mismo modo que habían  llegado tres días antes, se marcharon...

domingo, 9 de octubre de 2016

Capítulo II, episodio 13, En el Fondo del Mar...



La Audacia y Capacidad de Crear Mundos Paralelos.
Domingo, 27 de marzo de 2009
¡¡¡Creación del Blog!!!
¡Hola! Buenos días a todos…
Mi nombre es Meritxell Capdevila Doménech, nací una soleada mañana del mes de junio de 1972, bajo el signo de Géminis, en el seno de una familia de clase media-lata.
Llevo muchos años creando novelas, dejando que mi imagianción me lleve a lugares isnospechados y estoy acostumbarda a que mis deods describan a los personajes que conviven en mi mente hipreactiva y creo que son ellos quienes me dictan lo que tengo que escribir..... Al principio fue una experiencia de una intensidad insospechada....
Dejé incluso de dormir, de reír, de pensar, de vivir... Únicamente estaba imnersa en la trama…, en las tareas de documentarme para dar cerdibilidad a los textos, en dejar fluir tantos y tantos años de represión creativa…. Con el tiempo la necesidad de escribir se ah ido asentando en mi interior como algo capaz de convivir con mi día a día…. y se ha acabado convertido en parte de mi rutina diaria.... Creo este Blog con la intención de compartir mis propias inquietudes, para explicar la locura de creer que algún día mis fantásticas novelas llegaran a cientos, miles, millones de lectores….. y con la ilusión de dejar constancia escrita de todo aquello que desee.
Publicado por Meritxell en 7.07 am. 
Comentarios:

Al anochecer, tras comprobar que el resultado obtenido no se correspondía en nada con lo imaginado, las dudas se hicieron presentes: «¿Qué le gustará leer a la gente?..., ¿qué les cuento?..., ¿me leerá alguien?..., ¡Jo!, con la ilusión que me hacía esto de tener mi propio blog...», se marchó a la cama en compañía de la preocupación.

Jueves, 30 de abril de 2009
¡¡¡Felzi y contenta!!!!
El tiempo no corre: veula. Tal día como hoy…. en 1996 cuando yo me desperté….,,, me puse muy..., pero que muy nervoisa: ese era el día que yo me casaba con el hombre del que yo me había enamorado a primera vista cinco años atrás en un concierto de Heavy Metal ¡Eramos tan pero tan que tan jóvenes!.... con 26 él y con 23 yo..... Recuerdo que fue un día maravilloso.
A pesar de que el día amaneció lulvioso, y no hay nada en el mundo que me deprima más…. La tarde anterior había caído tanta agua que praecía como si el ceilo se fuera a derrumbar sobre la teirra. Recuerdo que es acercaron un par de amaigas a la tienda en donde yo trabajaba por aquel entonces y me dijeron: “novia mojá, novia afortuná”. Sin desayunar siquiera, los nervios no me dejaban, me fui a la peluquería para arreglarme el pelo y mientras me peinaban a mi, salió el sol y sin darme cuenta comencé a dar saltos como una loca… ¡No me lo podía creer! Cunado era apenas una niña mis ilusiones, mis ideas,  mis deseos de escribir hasta que  mi mano se cansara, me sentaba en la roca de seimpre, en la de Calella de Palafurgell, y yo me  veía nadando hacia el altar, con una sonrisa, y era capaz de despertar en mi  mundo interior la emoción de iniciar una nueva vida.
Dos hijos y quince años después, sigo felzi. El día que conocí al que hoy es mi marido me dejé llevar por la Magia y el Destino: eran las 19 horas del día 19 de  1991: todo 19 y año cap y cúa.  ¡¡¿Cómo podría desaprovechar aquella ocasión?!! ¿¿¿Qué hubierais hecho vosotros??? ¿¿Creéis en el Destino?? ¿Las señales os dicen algo?.....
Espero con impaciencia vuestras respuestas, estoy convencida de que vuestra ayuda me servirá para alcanzar mi sueño: ser escritora y vivir de mis fantásticas obras y de dar vida a esos personajes que habitan en mi hipreactiva y capacitada  mente. ¡Animo amigos! ¡Qué el que la sigue la consigue! Llevo muchos años intentándolo y sé que mi perseverancia y mi buen hacer algún día me pondrán el lugar que a mi me corresponde.
A pesar de que ni siquiera mi familia me sigue por el blog, continuaré escribiendo todos los días……  ¡Felzi día!
Publicado por Meritxell en 7.07 am. 
Comentarios:

He de reconocer que tu capacidad inventiva es algo que da para hablar largo y tendido…
Publicado por Anónimo en 8.00 am.
Responder:

Hola y bienvenido a mi blog ¿qué te parece lo que escribo en él? ¿Te gusta lo que ves?

Publicado por Meritxell en 8.08 am.

Responder:

sábado, 8 de octubre de 2016

Capítulo II, episodio 12, En el Fondo del Mar...



   Lunes, 5 de enero de 2009
   Como cada día, nada más levantarse de la cama, lo primero que hacía era conectar el ordenador y activar el teléfono móvil con el fin de averiguar si durante la noche había recibido algún mensaje. Se introdujo en el baño y, tras liberar de presión la vejiga y asearse, retornó al pequeño despacho que había instalado en el dormitorio de invitados. Comprobó el dispositivo móvil y, al no hallar novedad alguna, hizo lo mismo con el correo electrónico «¡Bien!» —gritó al descubrir que había recibido un e-mail de Magda, sin ser consciente de que los demás aún estaban durmiendo. De manera mecánica, con dos clicks comunicó al portátil que era hora de cerrar, esperó unos segundos para bajar la tapa y, sin detenerse a desayunar, accedió al garaje, se colocó el casco y, accionando el mando a distancia, pulsó en el símbolo de abrir y una vez en el exterior, en el de cerrar, y, sin más preámbulos, condujo su Scooter hasta el lugar que tenía en mente:
   —Hola, buenos días —dijo al abrirse la puerta hasta atrás.
   —Pase, pase —indicó haciendo un ademán de cortesía, sin importarle que aún no fueran las ocho—. Tengo buenas noticias para usted.
   Abriendo los ojos como platos.
   —¡¿Sí?!, cuente, cuente usted.
   —He de hacerla saber que su escritura ha mejorado notablemente y...
   —¡Por fin! ¡Gracias Dios mío! ¡Llevo tantos años esperando oír esto que...! —exclamó tal como si se tratase de un soliloquio—: ¡Oh!, perdone usted mi irrupción, continúe por favor      —dijo con tono afligido al observar la expresividad que mostraba el rostro de su interlocutora.
   —Nada, tranquila... comprendo la emoción que le embarga... Como la iba diciendo..., me he quedado perpleja al analizar la elocuencia y...
   —¡No me lo puedo creer!, ¿de verás que es así? —consultó con en voz alta, al tiempo que se pellizcaba en la mejilla derecha—. ¡Dígame que no estoy soñando!
   —Puede darlo por hecho... y créame que sé de lo que estoy hablando, aunque esos sí: aún le quedan algunas cosas que aprender.
   Tan animada como unas castañuelas en día festivo en un entorno rural.
   —Dígame que he de hacer y seguiré a pies juntillas sus indicaciones.
   —Esta vez se ha de instruir en como presentar los giros argumentales y la correcta utilización de los flahs-backs.
   —¿Y eso que és?
   —Ambos son recursos literarios.
   Meritxell se encogió de hombros y haciendo pucheros con sus labios comenzó a negar con la cabeza.
   —Los giros argumentales son las sorpresas que conectan o separan los hilos de la trama. Son los que provocan ese «¡Ah…!» en el lector. La divulgación de la identidad de un asesino es, por lo general, una vuelta de tuerca muy utilizada. ¿Otras formas de provocar un giro? De repente elevar el estatus de un personaje secundario, o matar a alguien hasta el momento esencial para la trama...
   —¡Ah!, si que parece interesante.
   —No le quepa la menor duda... y en cuanto a los flash-backs o analepsis son una técnica narrativa que consiste en intercalar en el desarrollo de una acción pasajes pertenecientes a un tiempo anterior. Es una técnica, utilizada tanto en el cine y la televisión como en la literatura, que altera la secuencia cronológica de la historia, conectando momentos distintos y trasladando la acción al pasado. Se utiliza con bastante frecuencia para recordar eventos o desarrollar más profundamente el carácter de un personaje. La analepsis es una vuelta repentina y rápida al pasado del personaje, diferente al racconto, que es también un quiebre en el relato volviendo al pasado, pero este último no es tan repentino y es más pausado en lo que se refiere a la velocidad del relato.
   —¡Oh! hay que ver las cosas que desconozco.
   —No se preocupe por eso, nadie nace enseñado... Además, usted cuenta con herramientas tan útiles como el entusiasmo, la ilusión, la predisposición y una gran fuerza de voluntad, qué sin duda alguna le harán arribar en buen puerto. Así mismo, le recomiendo darse a conocer por Internet.
   —¡Ya!, parece todo tan fácil... pero...
   —Parece, no: es.
   —Pues, yo no sé cómo hacerlo.
   —Para crear el blog bastará con teclear Blogger en el motor de búsqueda que tenga asignado y seguir paso a paso las indicaciones. Cuenta con varias plantillas donde elegir y con posibilidad de realizar los cambios que considere oportunos. En cuanto a lo demás, puede adquirir conocimientos si presta atención a los cambios que se realizan en las películas, las series televisivas y, por si fuera poco, tiene la oportunidad de adquirir las encuadernaciones que dispongo, pero recuerde que esto último es una opción y que para nada está obligada a hacerse con ellas —informó y especificó tratando de evitar que descubriese sus verdaderas intenciones.
   —¿Y cómo se llaman? —consultó tratando de hacerse la graciosa otra vez.
   —Cincuenta euros.
   Meritxell entregó la visa para efectuar el pago y al recibir y mirar el comprobante.
   —Perdón, creo que se ha confundido.
   —¡¿Por?!
   —Me ha cobrado 100 y...
   —Tal vez haya malinterpretado mi respuesta —dijo valiéndose del dicho «no hay palabra mal dicha, sino mal interpretada».
   —¡O usted mi pregunta!
   —No, no, para nada. Ambos tienen por nombre 50 y así lo manifesté.
   —Bien, bien ¡Todo sea por la literatura! Bueno, adiós ¡hasta la próxima!
   —Adiós, adiós y ¡Feliz día de Reyes! —dijo por cumplir.
   —Igualmente —respondió de igual modo sin dignarse a mirar hacia atrás siquiera mientras caminaba hacia el ascensor.
   «¡Ale!, ajo y agua... El otro día por mí y hoy por ti: a ver si así aprendes» —pensó y se quedó más ancha que larga Magda—: «No sé cómo, pero la muy hija de puta siempre acaba emplumándome algo de pago» —meditó mientras se colocaba el casco y una vez acomodada en el asiento, tras asegurarse de que no había vehículos en la periferia, de manera aireada se incorporó al tráfico, cómo si este fuese el culpable de su enojo...
   Durante los meses de enero y febrero la vida de Meritxell corría monótona, ocupadísima, sin embargo. Empleando doce horas al día para leer, escribir, releer y corregir, por un lado y ver películas y series televisivas, una y otra vez, para empaparse y comprender los cambios argumentales y los flashbacks, por el otro.

viernes, 7 de octubre de 2016

Capítulo II, episodio 11, En el Fondo del Mar...



    Sábado, 20 de diciembre de 2008
   Una, dos, tres, cuatro y cinco, esas fueron las veces que pulsó el timbre hasta que la puerta se entreabrió.
    —Hola, buenas tardes —dijo mostrando una amplia sonrisa—. Aprovechando que tenía que hacer unas compras cerca de aquí...
   Tan desconcertada como sorprendida.
   —¡¿Y?! —preguntó con tono irónico al tiempo que arrugaba el morro y el entrecejo, la despeinada y desarreglada Magda.
   —Pues eso, ya que tenía que venir cerca de aquí, he aprovechado el viaje para traerle este relato corto que he escrito y...
   —¡¿Ya has leído todo?! —dijo empleando el tono anterior, apenas dejando ver su cabeza detrás de la entornada puerta.
   —Sí, si. Yo leo muy deprisa y he seguido cada uno de los pasos que usted me indicó y aquí está el resultado —informó al tiempo que le entregaba el comprimido borrador.
   —Tendré que creerla —articuló con desgano.
   En el interior se entreoyó un carraspeo masculino, que hizo que las mejillas de la agente se arrebolasen tanto como el de un niño que acaba de ser sorprendido en actitud deshonesta.
   —Ahora, si me permite, tengo muchas cosas que hacer y, del mismo modo, le recuerdo que antes de venir aquí se ha de poner antes en contacto a través del medio que le resulte más cómodo y, por si no lo sabe o no se lo he dicho..., los fines de semana los dedico para descansar...
   —¡Oh, perdone usted... yo no sabía... —respondió tratando de hacer ver que estaba afligida—. ¡Me había echo a la idea de que este año los Reyes Magos me traerían un bonito regalo! Bueno, hasta que usted crea conveniente.
   —¡Mujer, no se deje llevar por la melancolía y disfrute de las fiestas! —exclamó tratando de quedar bien.
   —Gracias igualmente. Adiós.
   —Adiós, adiós.
   Cerró la puerta con tanta celeridad como el conejo que va huyendo de ser devorado por las llamas en un monte incendiado.
   —¿Te vas?
   —Sí —manifestó secamente, un hombre de mediana edad que estaba terminado de vestirse.
   —Pero ¿cómo así? ¿Me vas a dejar a medias?
   Frunciendo el ceño y apretando las mandíbulas.
   —No, si al final va a resultar que el culpable soy yo —gruñó más que habló con la mirada fuera de sí—, además de que ya no soy ningún chaval, he quedado con mi esposa para ir a comprar unos regalos.

   —Bien, lo tendré en cuenta... pero te recuerdo que «dónde las dan, las toman» —dijo mientras abría la puerta de par en par—: ¡Alé!, ya estás tardando en irte a la puta calle ¡Sinvergüenza!

jueves, 6 de octubre de 2016

Capítulo II, episodio 10 , En el Fondo del Mar...

A principios de octubre: «¿Recuerdan ustedes el trato personal y la calidad de los productos que se ofertaban en la desaparecida Ferretería Doménech?... Quién no se va a acordar, ¿verdad?, si no había otra igual en toda la ciudad... Pues ahora, de la mano de tan prestigioso apellido..., Si os gusta ir a la moda y necesitáis cualquier complemento e independientemente de que seas joven, adulto, hombre o mujer lo podrás encontrar en galerías Doménech» —anunciaba con celeridad y plena convicción el locutor del dial 90.1. En el renovado local, a partir de aquel día, además de contar con la presencia de los gemelos y de que Alberto se encargaría de las finanzas y de realizar los desplazamientos tanto a nivel nacional como internacional que estimasen los tres oportunos para adquirir la mercancía que considerasen imprescindible y en pos de lo demandasen los futuros clientes. Cinco bellas, instruidas y estilizadas señoritas se encargarían de atender y aconsejar a la clientela.
  Coincidiendo con el evento de la inauguración, Meritxell recibió un mail de Magda en el que la indicaba que: «acudiese cuanto antes a la Agencia», y aquella misma tarde, tras apearse del ascensor, pulsó un par de veces con suavidad sobre el timbre:
   —Hola —dijo con tono seco y sin más la recién llegada.
   —Pasa, te estaba esperando...
   —Y bien..., ¿de qué se retrata? —preguntó sin mostrar mayor entusiasmo.
   Haciendo un ademán visual sobre un nutrido montón de manuscritos que descansaban sobre el escritorio so pretexto... «A pesar de que todos estaban sin corregir y delante de ti, hoy mismo he terminado tu obra y es por ello que te envié el mail» —dijo sin titubear, luciendo una amplia sonrisa con la intención de convencer a la novel autora.
   —¿Y?
   —En principio he de decirle que he observado muchas incongruencias y...
   —¿A qué se refiere en concreto?
   —Por ponerle un ejemplo, si un personaje aparece como «la negra», luego como «la mestiza» y más tarde como «la mulata», ¿con qué raza se queda el lector? Con esto, quiero decirle que utilice siempre el mismo nombre cada vez que se refiera a Laura.
   —¡Ah!, ¿eso es todo?
   — No, no. Tranquila, iré por partes.
   —Está bien siga usted.
   —He observado que abusa mucho de indicar el tiempo... y no es necesario estar todo el rato diciendo que hora, día, mes, o año es, excepto si se trata de generar suspense y...
   —Pero es que ni historia es una mezcla de romance, intriga y misterio.
   —... tiene que evitar, además de las redundancias, el abuso de los pronombres y poner mucha atención a los tiempos verbales y la concordancia gramatical y la trasposición de las letras: algo que salta al ojo de cualquier lector sin necesidad de ser erudito en la materia.
   —¿Y, alguna cosa más? —articuló con ademán de desaire.
   —Usted quiere ser escritora, ¿verdad?
   —Sí, por supuesto que sí..., ya que de no ser así: mi presencia aquí no tendría lógica alguna —explicó con tono malhumorado.
   —Pues, siendo así, he de advertirle que aún le queda mucho camino por recorrer; pero al mismo tiempo, reconozco que cuenta con algo tan fundamental como es el despertar interés al lector con tu forma de escribir y...
   —¿Entonces? —dijo sin poder evitar el esbozo de una sonrisa.
Ese instante era el que estaba esperando la agente para aprovechar la ocasión.
   —Le recomiendo, en primer lugar, que lea mucho, y, en segundo, que después de escribir, lea, relea y corrija y así sucesivamente hasta pulir el texto: eso es lo único que le falta a su escritura.
   —¿Y, a qué espera para indicarme los pasos a seguir?
   —Es lo que estoy tratando de hacer desde el principio, pero...
   Sin poder ocultar el brillo de los ojos ni la emotiva expresividad en su faz.
   —¡Adelante!, soy toda oídos.
   Magda se levantó y dirigió sus pasos hacia el cuarto anexo y, reapareció un par de minutos después, portando entre sus brazos material relacionado con la escritura.
   —Me he permitido crear estas encuadernaciones para facilitarle el trabajo —dijo excusando su actitud—, aunque en ningún caso pretendo que usted se sienta obligada... de hecho, en esta lista hay varios ISBN de libros que podrá encontrar en cualquier librería.
   —¿Eso quiere decir que lo demás tengo que pagarlo?
   —Sí, claro. La encuadernación aún nadie la ofrece de manera altruista, pero no se preocupe, comparado con lo que usted puede aprender y ganar en el futuro, el precio no es más que una nimiedad comparado con los beneficios que conllevará el hacerse con ellos, además no es necesario que se lleve todas las encuadernaciones, con estas cuatro: será más que suficiente...
   —¿Y cómo se llaman las encuadernaciones?
   —Son tres partes importantes que hay que tener en cuenta a la hora de crear una novela. Planificación, Estructura y Personajes1, de Jean Larser... Espero y deseo que no lo difunda por ninguna Red Social ni ningún otro medio, ya que, además de que mi único interés está en facilitar el trabajo a los escritores noveles y no en la venta, según contempla el artículo 270 del Código Penal: estaría incurriendo en un delito contra la propiedad intelectual y...
Una imprevisible y sonora carcajada cortó la lacónica conversación.
   —Me estaba refiriendo al precio —articuló aún entre risas—, en cuanto a lo demás, puede estar tranquila —aseveró poniendo serio el semblante.
   —El importe asciende a 100 euros de nada...
   —¡¿Tanto?! —exclamó haciendo un claro ademán de desconcierto.
   —¡Qué le conste que es lo mismo que ha abonado en la copistería! —dijo, sin tan siquiera pestañear, con la certeza de que su respingona nariz no le crecería ni delataría como le ocurre a cierto personaje... en el cuento escrito por Carlo Lorenzo Fillipo Giovanni Lorenzini, bajo el seudónimo de Carlo Collodi.
Tras realizar la transacción electrónica, ambas se despidieron con un simple «¡adiós!». Meritxell se dirigió hasta el ascensor y mientras este llegaba se entretuvo a echar un vistazo a la lista de libros recomendados, y, poco después, al salir del edificio condujo sus pasos hasta donde había dejado estacionado el Scooter y, una vez ajustado el protector craneal, pulsó el interruptor de arranque y, tras comprobar que ningún vehiculo se hallaba cerca de su radio de acción, se incorporó al trafico con las ideas y el rumbo a seguir bien definidos:
   —¡Hola!
   —Hola, buenas tardes, ¿En qué le puedo ayudar? —respondió con voz clara, mostrando una leve sonrisa dibujada en la comisura de sus voluptuosos y purpúreos labios, una joven que se hallaba sentada sobre un sillón giratorio bajo el letrero de información.
   Poniendo sobre el mostrador la lista de recomendados por Magda.
   —¿Podría informarme de si tienen alguno de los libros que aparecen aquí? —consultó a media voz, con tono afable.
   La funcionaria de biblioteca fue introduciendo uno a uno los códigos ISBN en el programa instalado en el ordenador y, tras pulsar sobre la tecla ENTER, aparecieron en la pantalla una veintena de portadas en miniaturas y junto a estas aparecía la disponibilidad de los elementos solicitados.
   —Sí. Contamos en nuestro haber con todos, pero como indican estas claves que aparecen junto a cada uno de ellos —dijo al tiempo que giraba la pantalla y señalaba sobre esta—, en este momento hay disponibles quince, los otros cinco han sido prestados esta mañana por una misma persona y...
Tan nerviosa como contenta sin poder contenerse.
   —¿Y me los puedo llevar todos a la vez? ¿Tengo que pagar algo por el alquiler?
   —Sí y no... Aquí, como en cualquiera de las bibliotecas públicas existentes en España, se prestan de manera gratuita y, se los puede llevar todos a la vez, aunque eso sí, en el plazo de treinta días tiene que devolverlos, ya que de lo contrario podría ser sancionada con acuerdo a los estatutos autonómicos legislados y...
   —No se preocupe, soy una persona formal y serán devueltos dentro del plazo... ¿me los puedo llevar ahora?
   —Sí claro, de me usted el carnet.
   Meritxell, tan nerviosa o más que un niño que está esperando a que termine el tiempo del viaje anterior para subirse a una atracción de feria, fue sacando y depositando sobre el mostrador el contenido de su negro y curtido bolso:  un teléfono móvil, llaves, pañuelos de papel, una barra de pintalabios, la funda de las gafas de lectura y, tras dar con la cartera, suspiró ruidosamente y extrayendo de esta el DNI, se le mostró.
Sin poder contener una breve y mordaz sonrisa.
   —No, no, no me estoy refiriendo a ese, sino al de biblioteca.
   —¡Ah!, perdone... no sabía... ¿Y cuánto hay que pagar por sacársele?
   —Nada, es gratuito —dijo al tiempo que se inclinaba hacia uno de los compartimentos del mostrador para recoger el impreso de solicitud—, bastará con rellenar este formulario y presentarlo aquí mismo con una foto actualizada, tipo carnet.
   Esas palabras la pusieron más nerviosa aún y rebuscó desesperadamente por cada uno de los compartimentos de la abultada billetera.
   —¿Podría valer esta?
   —No es que sea reciente que digamos, pero... —murmuró para sí misma—. Sí, si que vale   —respondió mostrando una amplia sonrisa a la par que dejaba ver una blanca, alineada y cuidada dentadura.
   Rellenó el formulario, invirtiendo para ello menor cantidad de tiempo que dinero tendría que abonar para obtenerlo, quiero decir, y, unos segundos después de entregárselo.
   —¿Desea alguna cosa más?
   —Los libros —respondió, sin más, la futura escritora...
   —¡Oh!, perdón. Se me ha olvidado informarle que hasta que no esté tramitado, el carnet no será válido, pero no se preocupe usted: puede pasar a recogerlo mañana mismo.
   —¿A cualquier hora?
   —Sí, por supuesto. Cuando a usted le venga bien.
   —¿A qué hora abren?
   —De 10 a 14 en horario de mañana y de 16 a 21 en el de tarde.
   —Ok ¡hasta luego, entonces!... y gracias por todo.
   —Gracias a usted ¡hasta mañana!