lunes, 21 de marzo de 2016

Recuerdos de infancia y preadolescencia…






Escrito el Domingo de Ramos de 2016

De un tiempo a esta parte, cada vez que llega Semana Santa me invade la alegría y la nostalgia, es decir, surgen en mí los sentimientos encontrados.

Por un lado, me entristece no poder compartir esta celebración rodeado de los amigos de siempre y la familia; por otro, la alegría me asalta al recordar mi infancia y preadolescencia, allá en la alta Extremadura, es decir, en Plasencia, la ciudad elegida por el Destino para que aconteciese allí mi nacimiento y, por ende, donde vería la luz por primera vez y, por tanto, comenzaría a dar los primeros pasos en este cambiante mundo.

En los primeros años de vida, junto a mis tres hermanas, eran mis padres quienes se encargaban de llevarme a ver la Procesión. Recuerdo que, cada día íbamos a un sitio distinto por el hecho de que las procesiones partían de sus respectivos templos; por aquella época, la ciudadanía acudía a presenciar los actos en multitud. La emotividad, sin llegar a los extremos de Sevilla, era tan dispar o más que la edad de quienes fielmente asistían un año tras otro para participar bien como público, o bien como parte activa. Resultaba espectacular ver a los que hacían de romanos montados a caballo, a los costaleros, a la Oje y al Ejercito acompañando a los pasos con su redoblar de tambores y toques de trompetas y desfilar, con el paso ensayado, a las Autoridades Municipales. ¡Qué buenos recuerdos me traen aquellos años!, dónde, además de lo explicado, después de recorrer el trayecto que media entre el Casco Viejo y el barrio de La Data, al llegar a casa, mientras que mis hermanas y yo entrábamos al cuarto de baño para lavarnos las manos, mi madre disponía sobre la mesa camilla una enorme cazuela repleta de peces y patatas escabechás, que nos servía en platos individuales y a gusto del consumidor. Tampoco faltaban a medio día los buenos potajes, el arroz con bacalao, las frituras y rebozados de pescado, las torrijas, arroz con leche y los huevillos de postre.

Unos años más tarde, siendo preadolescentes, mis padres continuaron con la tradición en solitario, mis hermanas y yo nos dispersamos y acudíamos con nuestros respectivos amigos y amigas. Por aquel entonces, dependiendo de si la Semana Santa caía en marzo o en abril, el pescado para el escabeche era yo quien lo aportaba, pues, coincidiendo con la luna llena, comenzaba el desove de las bogas y los chavales del barrio nos dirigíamos hasta la Pesquera de los Hortelanos, y una vez allí, provistos cada uno con de un haz de retamas envuelto entre ovas, cruzábamos el río unos metros más debajo de donde estaban depositando los huevos, con el fin de que no se percatasen de nuestra presencia y, a la de tres, las atacábamos por la retaguardia formando una especie de semicírculo entre la orilla y la zona más profunda y comenzábamos a sacarlas del agua a embozadas, ya que, estas suelen escoger las zonas más someras para llevar a cabo la freza. Y, si teníamos suerte, tras un par de asaltos o tres, podríamos tocar a cinco o seis kilos por cabeza en el reparto. Para los demás no sé que significaría aquello más allá de la efusividad del momento, pero para mí, el hecho de llegar a casa y que mi madre me felicitase por el aporte: me hacía sentir útil, necesario, pletórico,…


En la actualidad, a pesar de vivir a menos de cien metros del río más caudaloso de España, me tengo que conformar con prepararme solo las patatas, ya que, según las últimas muestras de agua y peces analizados: indican un alto contenido de metales pesados. 

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